En el Estado de Nevada se han quedado sin fármacos para aniquilar la vida de los presos, según su “Centro de Ejecuciones”, así, nombre de pila, se escribe como suena, c de casa, e de ella… Si el hecho es terrible al pie del titular, no digamos ya si lo interpretamos, subjetivos, como una llamada de urgencia por parte de las administraciones penitenciarias, como si alguien estuviese pidiendo un porte de aspirinas o de calmantes para los enfermos, como si tal circunstancia supusiese una burocracia, una relación laboral, un becario de traer pastillas para morir. La muerte con el limpio orgullo del mérito en el currículum, un trámite como otro cualquiera. Y es que intuyo la conversación, ¿quedan de los de matar a la gente?, no, se han acabado, vaya, pues habrá que avisar a los reponedores, ¡llama al empanado del nuevo y que las traiga, a ver si espabila! Yo me imagino las cárceles de Nevada con sus módulos, sus ascensores, sus cuidadores, sus vigilantes de seguridad, sus abogados, sus detenidos, sus reincidentes. Me la imagino con sus funcionarios, ¿usted adónde va? Al descanso, ¿le hace un café?, no, gracias, me pilla de camino al Centro de Ejecuciones. Es tremendo: la muerte como escenario, como habitación, como departamento de la empresa. Y con sus estrenos y sus mimos: 858000 dólares ha costado la últimacámara de ejecuciones. Se inaugura el 1 de noviembre. El 1 de noviembre. ¿Nadie en la sala que lleve esto al cine?