Francisco Granados ha aportado al juez del Caso Púnica nuevos documentos. Ahora suelta unas facturas de la Consejería de Justicia de entre 2003 y 2008, cuando era consejero Alfredo Prada, y dice que las facturas podrían ser falsas y haber servido para pagar los gastos electorales del PP. Lo de la corrupción en general es insoportable, y lo de estos corruptos como Granados que vomitan información a plazos es desesperante. Creo que este hombre nos está tomando el pelo a todos, además de considerar que su estrategia de defensa es calamitosa. Otra cosa es el corrupto que decide colaborar con la Justicia y cuenta la verdad, aportando las pruebas de que dispone. Pero en este hombre se percibe a distancia desde hace tiempo un afán de ajustar cuentas políticas que le resta credibilidad. Granados debería entregar de golpe, de una vez, todo el material que tiene para acreditar la mierda en la que vivían, el dinero que entre todos han robado, pero de golpe, de una vez, no a plazos, buscando con cada entrega debilitar a quienes fueron sus amigos y hoy son enemigos a los que quiere abatir a toda costa y sin escrúpulos, como no los tuvo para la mangancia a braga quitada.
La estrepitosa caída de los ayudantes de Esperanza Aguirre –primero, Granados, y ahora González— dan el punto y final a un tono de entender la política: tono desacomplejado, soberbio y hasta jactancioso, característico de Aznar, que era hasta cierto punto sugestivo, hartos como estábamos de tanto “mea culpa”, pero que ha quedado descalificado; si no por el proceso a sus más destacados colaboradores –Rato, Zaplana, Matas, etcétera, etcétera—, por las lágrimas de la lideresa de Madrid, que era su último bastión y parecía incombustible. Des imperdonable llorar en público. Cuando apelas a la débil femineidad es que ya has perdido Granada y no te queda nada…
Esperanza Aguirre lleva yéndose desde el San Valentín de 2016. El día en que la Guardia Civil irrumpió en primera de planta del 13 de la calle Génova de Madrid, Aguirre decidió ir yéndose, anunció su dimisión como presidenta del PP de Madrid, asumió “la responsabilidad política de todos esos años” y emprendió un largo adiós en el que lleva ocupada un año y dos meses.
Siempre es el penúltimo capítulo. Queda mucha porquería por salir a flote, pero los desagües del asunto del Canal de Isabel II, la detención de Ignacio González y algunos de los suyos, evidencia el grado de indecencia que anida en buena parte de la dirigencia popular instalada en el poder al abrigo de José María Aznar y Esperanza Aguirre, y abre la espita a una derivada hasta ahora inexplorada, pero que puede ser un filón: el papel de algunos medios de comunicación que se la vienen mamando al PP desde hace años con entusiasmo digno de mejor causa.
Los rostros desencajados de Esperanza Aguirre y Rita Barberá la noche del 24M me recordaron a la Norma Desmond de Sunset Boulevard.
Esperanza Aguirre: ella es auténtica como el tronco del roble, como la pupila del niño, ella es la materia de la que está hecha la Realidad: tozuda, innegociable, íntegra. Y siempre sonriente.
Creo que la moda de los selfies está llegando demasiado lejos. En concreto, a las ramas de los árboles del zoo de Sydney. Estos pobres koalas son las últimas víctimas de la fiebre del autorretrato.
Esta floreciente subespecie que se encuentra cada vez con más facilidad en cualquier latitud se maneja como en un cortijo donde todo es suyo y por eso hacen lo que quieren sin dar explicaciones. Hay una nueva aceptación de lo feudal de un subespecie que lejos de estar en extinción está mutando en plaga.