El viernes se murió en Barcelona un editor irremplazable. Un editor que era, sobre todo, un lector apasionado y voraz. Claudio López Lamadrid era una de esas personas que de veras hacen del mundo un lugar mejor y que sus amigos y colegas no podremos reemplazar.
Se va un gigante de la literatura porque todas estas certezas las escondía bajo una amabilidad y una sonrisa poco comunes en personajes de semejante talla. Descanse en paz.