Decía alguien el miércoles que la igualdad no se alcanzará de verdad hasta el día en que la más tonta de las mujeres acceda al mismo trabajo que el más tonto de los hombres. Y yo entiendo muy bien la tentación de igualarlo todo por abajo, porque suena igual de bien y cuesta mucho menos, pero mucho me temo que aquí serviría para tanto como en la educación; es decir, para nada. Me gustaría saber, por ejemplo, a quién consideramos el más tonto de los hombres. Y mucho más todavía a quién nos atreveríamos a llamar la más tonta de las mujeres. Y en qué trabajo podría darse tan triste y tan ansiada igualdad. Porque yo, que jamás osaría aventurarme por estos jardines, he tratado de imaginar al uno y a la otra y sospecho que la más tonta de las mujeres, que bien podría ser la más bella de las top models, ni podría ni querría hacer el trabajo del más tonto de los hombres, que bien podría ser el más fuertote de los paletas. Y viceversa. Y que, por lo tanto, no tiene ningún sentido aspirar a esta igualdad.