A quienes pudiéramos incurrir en la debilidad de aborrecer
Ser occidental es ser mestizo. Llevamos en nuestras cabezas el cóctel de dos mundos que ningún sabio de hace dos mil años hubiera podido imaginar que acabaran mezclados. Por un lado, la cultura grecorromana, con sus dioses hermosos, sus generales triunfantes, sus argucias argumentativas en la academia y en el foro, sus esclavos. Por otro lado, el pueblo de los judíos, con su Dios sin forma, siempre derrotados por el último imperio en boga, hechos a la vida del desierto a través del que, cuentan, una vez escaparon de algún faraón.