Enric González, de natural prudente, nunca habló tan alto como cuando en sus memorias lo hizo de Juan Luis Cebrián: «Vale, el poder miente. Siempre. Pero lo de Cebrián es de traca. En comparación con él, Mariano Rajoy cumple sus promesas con la precisión de un reloj suizo.
Me decían España y yo encogía los hombros, asentía sin frenesí, miraba hacia otro lado. Hasta ayer, España era la azarosa geografía en la que vivo, poco más que Cervantes y otros de la misma realeza. Jamás había sentido eso que llaman patriotismo. Nunca, ya digo. Mi padre no es de banderas sino de libros. Hoy las circunstancias trágicas que atravesamos, y peligrosas, o a mejor decir las circunstancias que nos atraviesan, obligan a salir del inmovilismo. Estamos llegando a una situación que no permite la tibieza.
Aquella historia armó un buen revuelo en la revista. Nunca habían llegado a la redacción tantas llamadas y cartas por una obra de ficción como aquel verano. De las cerca de trescientas cartas que enviaron a la autora, en solo trece se dirigían a ella con respeto. La mayoría eran de amigos.
No conozco un solo periodista de plantilla (entiéndanme, de los considerados rasos) que gane más de 1.500 euros brutos, la mitad de lo que El País considera, con arreglo al caso Goytisolo, un salario digno. (Del artículo «Goytisolo en su amargo final», en que Franciscco Peregil contaba cómo las penalidades habían acabado por sumir en el desaliento al escritor barcelonés, me llamó la atención que el propio diario, en su estimable labor de auxilio, fijara en 3.000 euros brutos el sueldo mínimo para no vivir en precario).
A nadie puede sorprenderle excesivamente que Marhuenda haya inventado noticias para beneficiar a un amigo implicado en un caso de corrupción. El director de La Razón ha sido imputado junto al presidente del periódico por intentar limpiar la imagen de Edmundo Rodríguez, consejero delegado de la empresa editora de La Razón. Rodríguez está implicado en la Operación Lezo de corrupción en el Canal de Isabel II. Marhuenda presionó al gobierno de Cifuentes e incluso elaboró noticias falsas para que la presidenta de la Comunidad de Madrid no tirara de la manta en el caso.
En la primera escena de The Young Pope, la serie de televisión dirigida por el napolitano Paolo Sorrentino, un joven Papa de 47 años da su primera homilía desde el balcón del Vaticano y defiende la masturbación, el aborto, los anticonceptivos y la posibilidad de que las mujeres den misa. En resumen (dice él) “la libertad y el juego”. Los fieles aplauden enfervorizados mientras agitan sus banderitas de plástico.
Cuando a Susana le prepararon el Ritz como una mesa en el Orient Express con platería de Cleopatra, llevaba semanas de presidenta andaluza. Aún parecía ir con Griñán, su padrino difunto, en un colmillo o en un tarro. Ante el socialismo desmoralizado y el establishment temeroso del secesionismo, dijo lo que todos querían escuchar, incluso aunque ella votó aquel Estatut. Todavía no había gobernado, no había hecho nada, sólo heredar ese imperio de moscas que es Andalucía. Pero la tomaron por salvadora como tomaron por princesa a la florista de My fair lady: por atrezo, abanicazos de pestañas y frases sobre el tiempo aprendidas frente a una bocina o un loro.
Encender el televisor y ver chicos que compiten entre sí por ver quién es capaz de explotar antes su camiseta con sus descomunales pectorales me hace preguntarme ¿cómo podemos llegar a una sociedad así?
Los periódicos fueron la oración de la mañana del hombre moderno y la hijuela impresa de la Ilustración