
Manual de Resistencia a salir de la Moncloa
En mi reino, dice la Reina de Corazones en Alicia a través del espejo, necesitas correr con todas tus fuerzas si pretendes permanecer en el mismo lugar.
En mi reino, dice la Reina de Corazones en Alicia a través del espejo, necesitas correr con todas tus fuerzas si pretendes permanecer en el mismo lugar.
Ya no estamos en el XX, pero Ricardo Gullón sigue teniendo razón. Fue en 1969 cuando este profesor y discípulo de Juan Ramón Jiménez sentenciaba que “el suceso más perturbador y regresivo de cuantos afligieron a nuestra crítica literaria en el presente siglo” había sido la invención de la generación del 98.
Este puede ser un año de elecciones en España y será un año de elecciones al Parlamento Europeo, las primeras desde que conocemos los efectos perniciosos de los bulos y su expansión a través de bots y propaganda automatizada.
La coherencia es un valor en alza. En la sociedad traslúcida se exige de todos, no solo de los cargos públicos, una vida intachable además de una vida publicitada. Se penaliza la discordancia. O, dicho de otro modo: se castiga, además de la opacidad, la mínima incoherencia, que se exhibe como arma arrojadiza en las redes sociales, la nueva plaza donde se chamuscan las brujas.
El llamamiento por parte del Partido Popular y de Ciudadanos para intervenir de nuevo la autonomía catalana mediante el artículo 155 de la Constitución solo puede responder al tacticismo político: desmarcarse de Sánchez y frenar el ascenso de Vox.
El mes pasado se conmemoró el armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial en noviembre de 1918. Los líderes globales se reunieron en Francia para participar en una serie de actos de homenaje y memoria. Conmemoración que tuvo su cénit en la visita de la canciller Merkel y el presidente galo a la reproducción del vagón donde se firmó el acuerdo que terminaba con cuatro años de batallas y muerte. Allí se vieron gestos graves y contritos, con los que los dirigentes –sobre todo los europeos– pretendían transmitir el compromiso con la paz en un momento en el que las potencias desconfían de los organismos multilaterales de posguerra.
La llegada de líderes ultra, ajenos al sistema, se interpretó primero como un hecho insólito, producto de una modernidad desbocada por la crisis y la aceleración del tiempo histórico.
¿Se nace o se hace? ¿Es el talento como la rosa, que solo puede ser rosa si nace del rosal? ¿Qué es exactamente el talento? A veces decimos eso de tal o cual tiene mucho talento para la escritura y no nos paramos a ver de dónde parte ese talento, pues lo percibimos como algo que ya ha sucedido, un todo, sin desgranar sus ingredientes.
En su viaje para epatar a la floreciente Norteamérica, Oscar Wilde pudo comprobar que él, jactancioso en el servicio de aduanas al especificar “no tengo nada que declarar salvo mi talento”, se iba a enfrentar a un mundo feroz, agreste y despiadadamente competitivo.
Jean-Denis Bredin pronunció un notable discurso en la Académie française el 4 de diciembre de 1997 en el que se imaginaba que “una mujer, muy joven, muy hermosa, vestida solamente con un largo velo” se dirigía a los miembros de esta venerable institución con un aspecto tan radiante que los académicos, al completo, se ponían de pie para escucharla.
Una feliz sugerencia me hizo leer el verano pasado Augusto y el poder de las imágenes, el tratado de historia del arte del arqueólogo Paul Zanker. Con gran erudición y un tesoro de ilustraciones, Zanker muestra cómo el joven Octavio y sus compinches, Agrippa y Mecenas, acompañaron la revolución política que clausuró la república romana.
Leo a Ajmátova. Afuera hace frío y llueve con furia. La luz, intermitente, va y viene en la isla. Enciendo unas velas. A esta hora ya sé que caerá la noche antes de que llegue la aurora. Leo a Ajmátova escribir sobre la muerte: la muerte del hijo que la madre quiere narrar en un réquiem deshecho por el dolor.
La última vez que escribí sobre este tema, en ‘Por un Espacio Libre de Selfies’, confieso haber cometido un error garrafal: no tener una cuenta de Instagram. Ahora, al echar la vista atrás, aprecio la magnitud de mi equivocación. No fue menos que osar publicar una investigación sobre la malaria sin haber todavía conocido al mosquito.
De Adolf Hitler a Recep Tayyip Erdogan, pasando por Hugo Chávez y tantos otros que acabaron como acabaron (o que van camino de acabar, claro), toda una serie de políticos antidemocráticos llegaron muy democráticamente al poder a través de las urnas y luego mostraron su verdadera cara.
España es hoy un desastre con dos chulos de genéticas dispares. De las gafas de aviador de Pedro Sánchez a las camisetas floreadas de Gabriel Rufián, de la tesis churro de uno a la ignorancia barriobajera de otro, el país remonta como puede y va volviendo de nuevo al abismo, que es lo que le gusta y lo que el FMI nos recuerda.
Ha vuelto a suceder. Ahora en Brasil. Casi medio país, en unas elecciones polarizadas y broncas, se echa en brazos de un líder demagogo, de retórica antiestablishment y con escaso apego a las normas y formas de la democracia liberal. Jair Bolsonaro tiene una hemeroteca realmente nutrida.
La falta de liderazgo político en Cataluña se manifiesta con su máximo esplendor cada vez que acusan al presidente de la Generalitat de traidor.
La profesión periodística, en España, se lo merece casi todo. Pero constituye un ensañamiento innecesario y cruel que el Gobierno de Pedro Sánchez hable ex cátedra sobre la ética en la labor periodística.
Todo el que pasea por una vieja ciudad europea, y le presta un poquito de atención a lo que ve, llega siempre la misma conclusión: antes se hacían mejor las cosas.
El historiador Yuval Harari pretende reducir el hombre a un algoritmo, en un remedo del viejo debate sobre el libre albedrío. La estética abigarrada de los números –neutros, precisos, indiscutibles– goza del raro privilegio de la verdad entre los científicos sociales.
La novolatría es un signo de los tiempos. Lo nuevo se ha convertido en un valor ante el cual parece noble doblar la rodilla. Si algo es innovador, no necesita justificar que sea bueno.
Después de años ordenando el paso del tiempo por el calendario escolar, que marcaba el año nuevo hacia mediados de septiembre, me resulta muy difícil verlo de otra manera. Ahora que tengo hijos, su curso escolar me sirve como justificación para mantener ese orden del tiempo, en realidad un poco forzado: como soy de Zaragoza
Permítame el lector rogarle que, por unos instantes, se figure la siguiente escena. Un caminante, de no muchas luces, se topa, mientras atraviesa un frondoso bosque, con un río que debe por fuerza franquear si de llegar a su destino se trata. El hombre empero vacila, pues siente miedo de la corriente y no divisa ni aguas arriba ni aguas abajo vado alguno que le facilite el tránsito.
Huérfano de tertulias a las que acudir ahora que en agosto la política se ha ido a la playa, Revilla se inventó una jornada de puertas abiertas en la sede del gobierno regional para seguir saliendo en las fotos.
Uno es lo bastante viejo para recordar cuando aquello del debate político basado en datos iba, al menos sobre el papel, de emplear la evidencia disponible para debatir sobre policies, no de usar credenciales académicas para mover cubiletes con bolitas, despistar al personal y hacer trilerismo sobre politics.
Es una paradoja incomprensible, y un operación que puede tener consecuencias negativas para España y los españoles. Pedro Sánchez, como antes ZP, se ha empeñado en resucitar a Franco para que parezca que el dictador está vivo
La gran pancarta en uno de los edificios de plaza Cataluña dejaba bien claro la manera que tienen los independentistas de entender la acogida: “The spanish King is not welcome in the catalan countries”.
Desde hace algún tiempo tengo la intención -más que el proyecto- de recopilar un libro de greguerías de Ramón en el que ninguna de las greguerías las haya escrito Ramón.
La moción de censura que dio la presidencia del gobierno a Pedro Sánchez se nos anunció como una operación de necesaria limpieza democrática frente a la corrupción del Partido Popular, plasmada en la sentencia del Caso Gürtel, y la, en el mejor de los casos, dejación del hasta entonces presidente Rajoy.
Hace días, el actual Gobierno socialista del Reino de España advirtió de una de sus intenciones en educación: instaurar una nueva asignatura “de valores cívicos y éticos”.
Desde de la destitución de Julen Lopetegui y el ‘ordeno y mando’ de Luis Rubiales, que trajo el peor desastre que vieran los siglos, parece que han pasado milenios, pero sólo son ya estampas de un pasado tan reciente que aún escuece.
Por fin veo en Filmin (ya sé que Bogdanovich y otros puristas proscriben el visionado de cine en soledad y pantalla casera) La muerte de Stalin. De su director, Armando Iannucci, había disfrutado In the Loop y tengo pendiente Veep. Se le da muy bien la sátira política, verborreica, estridente y coral, y esta vez apunta alto. Altísimo. Ni más ni menos que la lucha de poder tras la muerte de Stalin. No sale mal parado Iannucci de la ambiciosa tarea de convertir en brochazo y carcajada aquel vodevil terrorífico.
Cuando yo era niño, con el calor llegaban las medusas, los alemanes y el olor a Nivea. Es un mundo que sigue ahí, imperturbable, un verano tras otro, aunque se escurra entre mis manos como la arena de la playa.
En algún lugar elogia Javier Marías, con su fino oído para las oscilaciones semánticas, la sabiduría con la que la lengua española permite “pasarse de listo” pero no “pasarse de inteligente”…
¿Por qué mola más identificar un cuadro de Matisse o una sinfonía de Mahler que conocer lo que es una molécula, una célula o las aplicaciones de un material revolucionario llamado grafeno que tiene el grosor de un átomo?
“Dios ha muerto… nosotros lo hemos matado”, con esta famosa frase empieza el Dr. Peterson su clase. “Muchos se equivocan al pensar que esto lo decía Nietzsche alegremente. Todo lo contrario. Él sabía que el vacío de Dios lo tendría que ocupar alguna ideología de segunda mano, como el marxismo o el fascismo. Nietzsche, al igual que Dostoievski, fue el gran profeta de los baños de sangre del siglo veinte…”.
Los contrastes definen al hombre y a la sociedad. Los romanos distinguían a los patricios de la plebe, aunque ambos formaban un solo pueblo, unido bajo las siglas SPQR. Tocqueville, en los albores de la democracia, observó también la tensión que latía entre el espíritu aristocrático de las viejas élites y el instinto igualitario que instigaba el deseo del pueblo llano…
En un tiempo lejano, ya oculto por la telaraña de la desmemoria, cualidades como la templanza, la prudencia, el respeto, la discreción o la lealtad se consideraban valores a elogiar, defender e imitar en el ejercicio de la política. Son cualidades antiguas, valores de ese lento y parsimonioso mundo de ayer en el que todo era sólido y seguro.
Imaginemos a un conductor que un buen día, tras haberse trasegado varias copas de queimada, se lanza a conducir por una carretera llena de curvas, en medio de las cuales empieza a charlotear por el móvil sin manos libres, mientras duplica con su velocidad el límite legal.
Un día iba de tiendas con mi madre. Yo tendría veintipocos, así que ella tenía más de cincuenta. Recuerdo como si fuera hoy que mirábamos unos primaverales vestidos en un escaparate cuando dijo: “A veces me veo reflejada en los escaparates de las tiendas y me pregunto… ¿Quién es esa mujer? Te lo juro. No me reconozco”.