«No pasa de ser una muestra más de los muchos actos de solidaridad y cariño que ha producido esta epidemia. Hasta ahí, normal. Lo malo fue cuando mi mujer preguntó a mi hijo si él había escrito una carta. Sí, claro, y se la sabía de memoria, anunció orgulloso. Era breve, pero contundente: ‘No os preocupéis de ir al Cielo, que arriba está Dios’».
«Parece que a nadie se le ocurre -y menos a los “monárquicos” del 78- que el valor de la monarquía, si lo tiene, es la vejez; y que los del vídeo igual algo saben, aunque sea por viejos»
La juventud es el espejo universal ante el cual la humanidad decide verse cuando quiere verse bonita
Se diría que la memoria traza el mapa de nuestras obsesiones. La memoria es carne y persiste como las cicatrices en el cuerpo. La memoria es el nombre de nuestros padres antes de que supiéramos pronunciarlo y también el callejeo, repetitivo y caprichoso, que nos lleva por la ciudad que alguna vez amamos.
Nos ocurre con los poetas griegos arcaicos que -sabemos- sus poemas eran más bien largos (como los de Píndaro, probablemente) pero apenas algún poema nos ha llegado entero, de manera que los leemos casi en su totalidad en fragmentos, a veces incluso de un solo verso, que nos han llegado citados por otros poetas o […]
A la señora Paula le diagnosticaron la enfermedad hace ya muchos años. Recuerdo la noticia perfectamente, a pesar de que yo acababa de llegar a Madrid, sin equipaje apenas, a esa edad en que no conoces el porqué ni el cómo de casi nada. Pero como ya digo recuerdo la voz temblorosa de mi madre, ese tono trágico de quien explica algo que no comprende, que ni siquiera sabe pronunciar, pero que a pesar de todo le provoca un miedo atroz. La señora Paula, como buena vecina de meseta, tenía mucho más de confesora, de canguro o de vigilante que de simple vecina. Eso, en el plano objetivo. En el subjetivo, era una de esas figuras que no desaparecen de la niñez, y que por muchos lustros que pasen seguirán viviendo allí, inevitablemente. La voz que gritaba alto cuando todos los niños de la provincia de Segovia querían ser Perico Delgado, o que te recordaba que no había nada al otro de la carretera cuando el asfalto de la nacional a La Coruña te atraía.
Un desprecio paternalista, lleno de prejuicios, de desconocimiento de lo que es un anciano, como si al ser viejo dejases de ser individuo y te convirtieras en un animal de una raza diferente. Si las mujeres nos quejamos del mansplaining, imaginen lo que los viejos podrían decir del youngsplaining. Ese explicarle al anciano como si fuera imbécil la cosa más tonta y encima, explicárselo mal.
La vejez sí que llega como un ladrón. No hay nada en la vida que se presente más inopinadamente. De repente miras a tu alrededor y todo tiene un tono sepia, especialmente tu cara en el espejo a medio afeitar. Clavas los ojos en tí mismo y temes que sea verdadero aquello que aseguraba Boris Vian, que a partir de los cuarenta años cada uno es responsable de la cara que tiene.