Emiliano Monge: “En Estados Unidos, los demócratas siempre juegan a ser los buenos, pero han sido unos hijos de puta”
Conversamos acerca de racismo, feminismo y nuevas masculinidades con el escritor mexicano Emiliano Monge a raíz de su libro ‘No contar todo’ (Random House).
No contar todo (Literatura Random House) es, sin lugar a dudas, la mejor novela de Emiliano Monge (México 1978). Una novela autobiográfica construida a partir de tres voces narrativas: el abuelo, el padre y Emiliano. Monge rehúye del yo y de la autoficción para narrar la vida de estos tres hombres de una misma familia, una vida marcada por el deseo constante de huida. A través de estos tres personajes, Monge indaga en las dinámicas machistas que sustentan las relaciones familiares, unas dinámicas que cosifican al hombre en un modelo de masculinidad con el que resulta difícil romper.
El título, No contar todo es toda una declaración de intenciones.
Sí, efectivamente, y tiene mucho que ver con mi desinterés hacia la autoficción y con la relación problemática que mantengo que ella. Creo que retrasé la escritura de este libro, porque tardé mucho en encontrar la manera de no caer en lo que ahora se llama autoficción.
Lo que yo quería era construir un relato autobiográfico, que es lo que ha existido siempre. La autoficción, sin embargo, se ha convertido en la nueva modalidad de la autobiografía, sin darnos cuenta de que entre ambos géneros hay una gran diferencia: en la autoficción, el yo es el centro y, en la autobiografía, es un pretexto para contar algo más. No me interesaba convertirme en el centro de la narración y quería, además, recuperar la figura del narrador, desterrado por la autoficción, y hacerlo a través de tres diferentes voces para mostrar la imposibilidad de contar una vida completa, sino solamente una hebra.
“La verdad es tan precisa que debe estar envuelta siempre por mentiras”. Si bien no podemos definir la ficción como una mentira, sí podemos decir, a partir de esta frase, que la verdad, en literatura, siempre debe estar envuelta de ficción.
Efectivamente. Yo creo que la diferencia entre la ficción y la no ficción reside en el hecho de que la no ficción se debe a la idea de verdad, de una verdad cotidiana y no filosófica, pero siempre una verdad. La ficción, por el contrario, se debe a la idea de verosimilitud o, dicho de otra manera, se debe a la necesidad de convertir una verdad en algo verosímil. Todos los hechos que se cuentan en la novela sucedieron y mi trabajo como novelista residía en tejer todos estos hechos construyendo un relato verosímil. Es en este trabajo de construcción donde aparece la ficción.
Ha afirmado en alguna ocasión que para un escritor mexicano es imposible no escribir sobre la violencia o que la violencia no impregne su literatura.
Es algo sobre lo que he pensado mucho y creo que ahora matizaría un poco estas palabras: no se trata de que un escritor mexicano no pueda evadir la violencia; diría más bien que, en líneas generales, ningún escritor, sea de donde sea, puede evadirla. Si uno piensa en la historia de la literatura, la violencia está desde sus orígenes. La Ilíada, por ejemplo, es un canto a la guerra y las tres palabras que más se repiten en la Biblia son sangre, poder y dinero. La literatura que se empieza a escribir en América con el idioma que ahora compartimos la escriben soldados y curas que van a imponer una religión con la espada; son crónicas de conquista y, por tanto, historias de violencia.
Es decir, la literatura no puede obviar la violencia, porque esta es connatural a nuestra historia.
Ante todo, hay que preguntarse qué es la violencia. La violencia no es solo física, sino que es la lógica inherente a todas las relaciones de poder y todas las relaciones, incluso las de pareja o las familiares, son relaciones de poder. Por tanto, la violencia, en términos generales, está presente en la literatura como lo está en nuestra vida, no siempre de forma evidente, pero lo está, en el lenguaje, en lo que no se cuenta, en las relaciones… Pensando en México, creo que lo extraño sería que no hubiera escritores que confrontaran las formas de violencia que se viven en nuestro día a día. En mis anteriores trabajos, había abordado la violencia social y económica, la violencia estatal y del crimen organizado, es decir, siempre me había ocupado de violencias fuera del ámbito doméstico.
Ahora, sin embargo, observa la violencia dentro del ámbito familiar para señalar que la violencia privada, íntima, es el origen de la violencia pública.
Lo que hacemos en sociedad es consecuencia de lo que hicimos en familia. No de manera idéntica, pero en sociedad reproducimos formas de relacionarnos con los demás, formas de establecer vínculos y formas de imponernos ante el mundo que aprendimos en familia. En México, la violencia de las casas es profundamente machista y, por esto, la violencia en la esfera pública es también profundamente machista. La violencia del narcotráfico así como su estructura es profundamente machista, como también lo es la violencia ejercida por todo tipo de militarismo y es que el militarismo es el culmen máximo del patriarcado.
¿Si no cambian las dinámicas internas, las del ámbito familiar, es imposible cambiar las dinámicas que rigen las relaciones y estructuras sociales?
Ni cagando. Se tiene que empezar por donde se originó el problema para luego limpiar fuera.
En la novela, no solo vemos cómo el machismo convierte a las mujeres en víctimas, sino cómo encierra a los hombres en un modelo de masculinidad impuesto.
Es así. El machismo tiene como principal víctima a la mujer, pero también al hombre. Sin darnos cuenta, dejamos que el machismo secuestre la idea de masculinidad. No existe la posibilidad de una masculinidad sana, porque la única que existe es aquella que impone el machismo y los hombres somos víctimas de este secuestro. En cuanto uno toma conciencia de sí y toma conciencia del hombre que quieres ser, la sociedad te corrige y te dice cómo tienes que ser, cómo tienes que sentir y pensar. Esta primera distancia entre lo que uno quiere ser y lo que le dicen que tiene que ser solo se entiende por el machismo que rige las relaciones y el modelo de masculinidad.
No contar todo recorre parte de la historia de México en el siglo XX, deteniéndose en un momento clave, pero no muy conocido: el Mayo del 68.
Es un episodio que se conoce bastante poco, en parte porque se cree que solo hubo un Mayo del 68, el de París, cuando no fue así. Lo hubo en Francia como lo hubo en México y en tantos otros países. Fue un momento de eclosión de la juventud, que coincidió con el boom de la televisión y, consecuentemente, con un cambio en los medios de comunicación e informativos. De la misma manera que no es casual que las Primaveras Árabes coincidieran con el auge de las redes sociales, no es casual que el 68 coincidiera con un cambio radical en los medios de comunicación, un cambio que hizo posible, entre otras cosas, la conexión entre estudiantes de distintos países. Todo momento de ruptura a nivel social y político implica una ruptura en las relaciones dentro del ámbito privado y, en concreto, en la familia. Con el 68 se produjo un cambio en la concepción de la familia -no es casual que el Vaticano señalara que los 60 habían sido una década de gran pérdida de fieles, sobre en los países de tradición católica-, un cambio que se reflejó en la vida social. Me interesaba ver cómo la participación activa de muchos jóvenes en las revueltas del 68 cambió la vida y las dinámicas de sus familias y, en términos más generales, de qué manera la violencia política es la consecuencia de la violencia familiar y, al mismo tiempo, el detonante para revueltas, protestas y cambios radicales tanto en el ámbito privado como público.
Hoy, además del feminismo, está sobre la mesa de debate la necesidad de construir nuevas masculinidades. En México, ¿es un debate que trasciende a la ciudadanía o que, por el momento es meramente intelectual?
Yo creo que es meramente intelectual y que, por ahora, no es el debate urgente. En mi opinión, el debate urgente y que, afortunadamente ya no es solo intelectual, sigue siendo el del feminismo y el de su radicalidad. Creo que el feminismo tiene que ser lo más radical posible y, en este sentido, creo que, actualmente, en México el feminismo no solo forma parte del debate colectivo, sino que es una forma de vida, una forma de interactuar socialmente. Hasta hace un tiempo, se pensaba que el feminismo era algo propio de la clase alta, de la clase privilegiada, pero no es así y ha empezado a impregnar al resto de la sociedad, más allá de cualquier distinción de clase. Cuando el feminismo haya calado y se haya asentado se podrá plantear una discusión sobre las nuevas masculinidades y, sobre todo, sobre el necesario desmontaje de los machismos. En México como en toda América Latina estamos asistiendo a este proceso, que aquí ya lleva tiempo en marcha.
Han pasado pocos meses del cambio de Gobierno, ¿cómo ve su país?
Es un momento difícil para hablar de México. El cambio de gobierno generó unas expectativas enormes y lo fácil sería decir que no las está cumpliendo, pero ningún gobierno cumple del todo las expectativas y menos en cinco meses. Es cierto que ya deberían notarse los síntomas de un cambio, síntomas que, sin embargo, por el momento no se perciben. México es un país que vive un momento de ansiedad generalizada en todos los sectores, en todas las capas y en todas las clases. Hay una ansiedad general ante el machismo, la violencia, la pobreza o la desigualdad y esta ansiedad no permite ver con claridad qué está pasando. Creo que el gobierno está haciendo muchas cosas mal, que está reproduciendo muchas cosas del pasado y que se parece mucho más de lo que ellos querrían a los gobiernos anteriores, pero, a pesar de ello, los volvería a votar, porque no hay otra opción y porque plantean cuestiones muy interesantes. Está muy bien que el gobierno entienda que hay que legalizarlas las drogas, porque el problema de México no es solo de consumo. Yo entiendo que un país con problemas de consumo dude si legalizar o no las drogas, pero un país que es productor…
En un país de productores, las plantaciones de opio, por ejemplo, es el único medio de subsistencia para muchos pequeños campesinos.
Estamos hablando de miles de campesinos que trabajan esclavizados por el narco. Me parece que la voluntad de legalizar las drogas habla muy bien de cierta gente del gobierno, que también quiere ponerle fin al huachicoleo o la corrupción en determinados sectores. Luego hay cosas indefendibles: no se puede militarizar ningún país, pero menos un país como México que tiene un enorme problema de violencia.
El éxito de la película Roma no solo hizo visible la fuerte conciencia feminista, sino también la cada vez más influyente reivindicación de la mujer indígena.
En México, el racismo supone un problema bestial, un problema, incluso, mayor al machismo, en cuanto el racismo está en todo, también en el machismo. Lo analiza muy bien
Yasnaya Elena A. Gil que, en su ensayo dentro de la edición mexicana de la antología Tsunami, publicada por Sexto Piso, observa cómo el feminismo tradicional y el feminismo occidental, cuando se relacionan con el feminismo indígena, reproducen todos los vicios del patriarcado. Por lo que se refiere a Roma, tengo una relación ambigua con ella, porque mi cuñada es la actriz que interpreta a la madre de los niños. Así que vi la película con mucho cariño, porque adoro a mi cuñada, pero, al mismo tiempo, considero que, si bien está muy bien, Roma es mucho menos de lo que se cree que es. Muestra algo ante lo que se hubiera tenido que haber posicionado. No digo que no esté bien mostrar determinadas realidades, pero estaba bien hacerlo hace veinte años, ahora toca posicionarse. La película es buenísima, pero por las razones contrarias a las que la gente cree; lo es porque es un muy buen retrato de la clase media, pero no va más allá de mostrarnos la clase media. Se hubiera podido hacer esto y algo más. Todo el mundo dice que no es racista; la clave, sin embargo, no es decirlo, sino comprometerse con no serlo.
Hace unos días, sostenía que el perdón no lo tenía que pedir la corona española a México, sino al pueblo indígena de México, al que también debería pedir perdón el Estado Mexicano.
Sí, hace falta un perdón, pero un perdón tanto por parte de la corona como por parte del estado mexicano. El estado mexicano le ha hecho tanto daño a los pueblos originarios como lo ha hecho la corona de España, no más, sino igual. Si hay que pedir perdón, no es a México, sino a los pueblos originarios, que fueron víctimas tanto de la corona en la época de la colonización como del Estado Mexicano. Y serán los pueblos originarios quienes decidan si otorgar el perdón o no. De todas maneras, miramos hacia el pasado, pero en el presente, se siguen produciendo dinámicas muy similares. Nos escandaliza saber que durante la colonización se sacaron de México diez mil toneladas de plata, pero, en los últimos diez años, las mineras canadienses, a las cuales el estado mexicano les ha hecho una concesión de una cuarta parte del territorio, han sacado setenta mil toneladas de plata del país.
Prueba evidente de que el imperialismo ha mutado, pero no ha desaparecido.
En absoluto. No es casual que los dos mayores productores de opio del mundo sean México y Afganistán, dos países del tercer mundo, y que los mayores consumidores sean países del imperialismo. Detrás de este hecho, hay una lógica imperialista. El hecho de que en un país productor de opio como Afganistán no haya morfina en los hospitales, mientras en los hospitales de Alemania no falte solo se entiende bajo la lógica imperialista.
Presidentes como Reagan y ahora Trump, sin embargo, ha culpabilizado México del narcotráfico, sin poner el foco en las mafias que operan dentro de su propio país y que estimulan el consumo.
Sin duda, pero, dicho esto, no nos paremos solo a estos dos presidentes. Me molesta mucho el discurso según el cual Obama era el presidente bueno, porque es una gran mentira. Obama ha sido el presidente que más latinos ha deportado de Estados Unidos, mucho más de los que ha deportado Trump en los meses que lleva en el gobierno. Las dos terceras partes que hay construidas de muro las construyó la administración Clinton. Los demócratas siempre juegan a ser los buenos, pero han sido unos hijos de puta. Trump, que es un personaje nefasto, nauseabundo, ha radicalizado el discurso de tal manera que se ha radicalizado también el discurso contestatario proveniente del otro lado. Ahora se ve mucho más a los inmigrantes de cuanto se les veía antes que Trump. El español, que es una lengua con mucha presencia en Estados Unidos, desde siempre había sido simplemente un idioma; ahora, con la política de Trump, se ha convertido en un patrimonio intangible que hay que proteger. Hablar en español se ha convertido en una forma de resistencia y toda forma de resistencia es una forma potencial de sublevación.