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Madrid

El día en que se vaciaron las calles e Iniesta nos entregó la gloria

Han pasado ocho años desde que la Selección española de fútbol se alzara con su primera –y hasta la fecha única– Copa del Mundo. El equipo entrenado por Vicente Del Bosque y capitaneado por el entonces portero madridista, Iker Casillas, lograba algo inédito al vencer a los Países Bajos en la final de Johannesburgo.

El día en que se vaciaron las calles e Iniesta nos entregó la gloria

En 2010 la Selección española de fútbol se alzaba con su primera, y hasta la fecha única, Copa del Mundo. El equipo entrenado por Vicente Del Bosque y capitaneado por el entonces portero madridista, Iker Casillas, lograba algo inédito al vencer a los Países Bajos en la final de Johannesburgo.

El camino hacia la gloria fue un camino de superación. Y, como todos los caminos de superación, empezó con un traspiés del que reponerse. No hablo aquí del partido inicial, disputado contra Suiza, y que España perdió ante la preocupación generalizada de los aficionados españoles. Hablo de otro camino, uno para el que hay que remontarse hasta un año antes del Mundial de Sudáfrica.

 

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Así celebraba la Selección española su primer Mundial. | Foto: Frank Augstein | AP

 

El camino a la gloria

Andrés Iniesta era entonces uno de los principales pilares de la Selección, uno de los artífices de la Eurocopa conseguida tan solo dos años antes en Austria y Suiza. Lo que pocos conocían por aquel entonces es que un año antes del Mundial de Sudáfrica, Iniesta pasaba por uno de los peores momentos de su vida. El jugador culé, inmerso en una profunda depresión, había perdido a un buen amigo, el fallecido futbolista del Espanyol, Dani Jarque, y se había enfrentado a diversas lesiones. Dos meses antes de viajar a Sudáfrica, el centrocampista se desgarró el muslo en un entrenamiento, su cuarta lesión en un año. El héroe de Sudáfrica no las tenía todas consigo semanas antes de disputar el que sería, sin él saberlo, el torneo de su vida.

Otro que fue duda en los momentos previos al Mundial fue Fernando Torres, quien marcó el gol que hizo a España campeona de Europa 44 años después, y que llegaba a Sudáfrica recién operado del menisco.

España, que era la clara favorita en Sudáfrica, llegaba al primer Mundial en un país africano algo mermada, pero con el apoyo de una afición muy ilusionada gracias a los triunfos recientes de un equipo de 23 jugadores únicos. Por delante, 50 días de convivencia y 7 partidos trepidantes.

 

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Iker Casillas, capitán de la Selección, celebra el primer Mundial en la historia para el combinado español de fútbol. | Foto: Daniel Ochoa de Olza | AP

 

El primero de esos partidos fue el 16 de junio, un miércoles raro –como todos los días en los que España jugaba y aglutinaba a millones de seguidores ante sus televisores–, y el primer rival tenía pinta de ser más débil: Suiza. El encuentro, en el que España empezó como un torbellino, estrellándose en diversas ocasiones en el portero o en el travesaño, bajó de intensidad. Suiza logró superar el primer escollo con un 0-1 soñado para los helvéticos. En España, las alarmas saltaron enseguida, y las críticas al combinado de Del Bosque se multiplicaron. Sara Carbonero pasó de ser la presentadora estrella de Mediaset a ser el despiste de Iker Casillas ante los ojos de la prensa, que no dudó un segundo en tornarse de deportiva a rosa.

Los siguientes partidos fueron a mejor: España se puso las pilas y superó el bache inicial. Tras las victorias ante Honduras y Chile, la Selección pasó –como estaba previsto– como primera de grupo a octavos. Allí se enfrentó a la Portugal de Cristiano, a la que también derrotó, alcanzando por quinta vez en su historia los cuartos de final de un Mundial. El rival que supuso la antepenúltima barrera para la historia fue Paraguay, un equipo difícil, cerrado, que propició un momento para encumbrar al capitán español. En un complicado penalti frente a Cardozo, Casillas voló y logró capturar el balón entre sus dedos, convirtiéndose en un instante en nuevo héroe nacional.

La semifinal frente a la Alemania de Joachim Löw merece un capítulo aparte. El combinado alemán, que había perdido la oportunidad de ganar una Eurocopa, por culpa de España y especialmente de Fernando Torres, buscaba revancha en una cita incluso más relevante que la anterior que les enfrentó. Carles Puyol, que tan solo un día antes pensaba que se quedaría fuera de la convocatoria por molestias, metió un cabezazo para la historia. Con el gol del defensa catalán, España lograba lo nunca visto: colarse en la final de un Mundial de fútbol. Aquella victoria fue celebrada, fuera y dentro del campo, en Sudáfrica y en España, como si de un título mundialista se tratara. Pero todavía quedaba el último obstáculo, uno que no sería nada fácil de superar: el encuentro ante la temida Naranja Mecánica.

 

Un país pegado a la pantalla

Los partidos de la Selección lograron reunir en aquel verano de 2010 a familias enteras, amigos, aficionados apelotonados en las plazas para ver a su equipo en gigantes pantallas. Aquellos 23 jugadores devolvieron la ilusión a un país muy tocado por una crisis económica que apenas acababa de comenzar. El día de la final no podía ser menos. Horas antes del encuentro contra los Países Bajos, las calles de España se vaciaron literalmente. Lugares tan concurridos como la madrileña Puerta del Sol o la Gran Vía parecían el escenario de una película de zombies, sin señales de vida humana. La gente estaba en los bares, en las casas, en las fan zones. Todo un país pegado al encuentro más importante de la historia del fútbol español.

 

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Aspecto que presentaba la madrileña Puerta del Sol una hora antes del inicio del partido de la final del Mundial de Sudáfrica. | Foto: Kote Rodrigo / EFE

 

Más de 15,6 millones de espectadores siguieron desde sus casas la prórroga de la final, convirtiéndose en la emisión en simultáneo más vista de la historia de nuestra televisión. Unos datos a los que hay que sumar los millones de espectadores que siguieron la final en bares o en pantallas instaladas por las calles y plazas de España. Hasta quien no entendía de fueras de juego o quien no sabía situar un sistema 1-4-2-3-1 en un campo de juego, vio a España luchar por el triunfo el 11 de julio de 2010.

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Iniesta «de mi vida»

Quienes estuvieron dentro del corazón del combinado español, especialmente los miembros del equipo técnico, aseguran que los momentos previos a la final fueron extraños. El autobús que conducía hasta el estadio Soccer City de Johannesburgo viajaba entre un silencio absoluto, una mezcla de concentración y nervios, y la charla de Del Bosque no fue algo excepcional, pero sí emocionante. Más tarde, el seleccionador aseguró que no quería hablarles de épica o de país a sus jugadores, sino de equipo y de fútbol.

El partido, obviamente muy disputado, tuvo algunos momentos destacados. Un remate imposible de parar de Sergio Ramos pero que el portero neerlandés logró detener, una patada de De Jong a Xabi Alonso más propia de un arte marcial que de un partido de fútbol, o la fuerte pelea entre Van Bommel e Iniesta. El partido se fue a la prórroga, manteniendo a las dos naciones europeas sin aliento. Entonces, una parada in extremis de Casillas a Robben, y un inolvidable gol en el minuto 116, dieron esperanzas a un equipo que ya se veía abocado a los penaltis. Iniesta “de mi vida” escuchó el silencio, cuenta, tras una excelente asistencia de Cesc Fàbregas, y nos entregó la gloria en forma de remate. El gol de la victoria mundialista se lo dedicó a Dani Jarque, su amigo por cuya muerte estuvo sumido en una depresión, y cerró así un círculo de más de un año. Su nombre en la camiseta del manchego está ahora inmortalizado.

 

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Andrés Iniesta marca el gol de la victoria en la final del Mundial de Sudáfrica frente a los Países Bajos. | Foto: Hassan Ammar | AP

 

No puede decirse que el Mundial de Sudáfrica respondiera a la épica, ya que España era la clara favorita del campeonato. Lo que sí fue épico fue que una Selección que jamás estuvo entre las mejores, que siempre vivió bajo el yugo de la famosa maldición de cuartos, lograra ser campeona del mundo, vaciar las calles y llevar a Iniesta y a su amigo Dani Jarque a la gloria.

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