Por qué volver al cole es importante para los niños
La vuelta al cole se discute en barrizales políticos, en comités sanitarios, en cada bar de cada esquina. Dejémoslo de lado: hablemos de los niños
Mediados de abril de este particular 2020. Una casa tipo en un barrio tipo. Los padres tratan de encauzar sus ocho horas telemáticas. No es tarea fácil: la corriente, libre de oficinas y otros compromisos sociales, amenaza con entrar hasta la cocina. 10:00 de la mañana. Clase virtual de música por aquí. Examen de historia online por allá. Los cuatro dispositivos –ordenadores, smartphones, tablets, lo que sea–; los colegios, que se han organizado para seguir con las clases; los trabajos, que son de esos que pudieron seguir desempeñándose desde la seguridad del hogar. En la casa tipo del barrio tipo la mañana era caótica, sí. Pero era el mejor escenario.
Ahora ya sabemos que el virus, además de cobrarse vidas y barrer la economía, avanza metiendo zancadillas a su paso. Sabemos eso de la brecha digital acrecentada, eso de las casas sin tablets, sin ordenadores, sin clase de flauta virtual, sin tele-nada. Sabemos que el estrés, la ansiedad y la depresión eran uno más en los hogares, incluso en los que fueron decorado de ese mejor escenario.
La vuelta al cole supone, de primeras, un respiro de normalidad. De segundas y de terceras, supone muchas otras cosas. Dejemos los barrizales políticos, aquí hemos venido a hablar de quienes vuelven a las aulas. La psicóloga infantil Teresa González Mallo lo resume así: «Si eliminamos los estímulos del aprendizaje a través del contacto con los demás, estamos frenando el desarrollo de los niños». Cada habilidad, cada conocimiento, tiene una edad óptima para ser aprendido y el cerebro de un niño «es como de plastilina», hay que moldearlo continuamente a través de esos estímulos. «Sobre todo es importante para los más pequeños, de entre 0 y 6 años, que aprenden a través del movimiento, de rutinas y del contacto con los demás», añade Teresa. En estos años, los más pequeños desarrollan habilidades que serán los cimientos de aprendizajes posteriores. «Si, por ejemplo, el progreso motriz de un niño se retrasa, también lo harán la escritura, la comprensión lectora, etc».
Muchos pacientes de Teresa son niños con diversidad funcional. Cuando me cuenta cómo su agenda estuvo siempre copada durante la cuarentena por la situación en la que vivían las familias, hace especial hincapié en estos pacientes. Conozco así el caso de Héctor, un niño de 10 años con autismo. Siempre ha ido a un colegio ordinario, en su pueblo, donde una persona –un auxiliar técnico– le ayuda en el día a día y donde tiene en su pupitre una serie de herramientas que apoyan su aprendizaje. Su madre, Paula Verde, que también dirige el AMPA en el colegio, me cuenta que el contacto con los demás es la parte fundamental del aprendizaje de Héctor. «Su forma de aprender es con los demás, a través de ellos. Durante los últimos meses ha ido perdiendo hábitos y rutinas, ha dado pasos atrás en su forma de relacionarse con los demás… a él le benefician los entornos estables».
Distintas plataformas que defienden los derechos de los alumnos con diversidad funcional se hacen eco de esto que cuenta Paula. «No han podido seguir el acceso a distancia a los contenidos educativos, y eso nos tememos que se va a volver a repetir en el curso», ha advertido el presidente del Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (Cermi), Luis Cayo. Hay más de 37.000 alumnos matriculados en centros de Educación Especial de toda España y cerca de 180.000 en centros ordinarios, con alguna discapacidad intelectual. «En estos meses sin actividades lectivas estos han sufrido su patología más intensamente», afirma Cayo.
Paula quiere que su hijo se incorpore como todos los demás. «Toda la vida he estado pidiendo que se le trate como un más y no como uno menos, y ahora no puedo pedir otra cosa». Al alumnado con un cierto grado de discapacidad le permiten, por ejemplo, no llevar la mascarilla por un tiempo. «Esto es como la vida misma. Hay que aceptar estas excepciones». Agradecería una mayor anticipación, un protocolo claro. Su hijo necesita más que el resto prepararse para nuevas situaciones. Pero este es otro tema del que ya hemos hablado. Ante todo, «Héctor necesita ser y estar donde le corresponde para poder seguir aprendiendo».
Es cierto que el riesgo de contagio existe. Existe en todas partes: en las cafeterías, en los restaurantes, en los parques, en el metro, en el supermercado. El colegio no iba a ser menos. Sin embargo, esta semana hemos sabido – a través de un estudio conducido por el Hospital Vall d’Hebron– que sólo el 3,5% de los menores han sido quienes han llevado la COVID-19 a su domicilio, contagiando así a familiares suyos, mientras que los adultos han sido los primeros transmisores del virus en el 60% de los casos.
Los niños ya han vuelto a clase en varios países de Europa. El continente es ahora mismo un laboratorio viviente. Echemos un vistazo a Alemania, donde, hasta ahora, no ha ido del todo mal. El día a día requiere de una atención constante para detectar casos y de protocolos eficaces actuar con diligencia. En resumen: mandar a los contactos del niño a casa, hacer pruebas, recibir los resultados, volver a las aulas. «Es una montaña rusa constante», cuenta un profesor de instituto en Berlín al New York Times en este artículo. Las últimas semanas en estos países demuestran que reabrir las escuelas es posible, siempre y cuando se apoye en tests generalizados, con resultados rápidos y un rastreo de contactos eficiente. Vamos, los ingredientes necesarios para recuperar un poco de normalidad en cualquier ámbito. Según cuenta el artículo, la semana pasada en la capital alemana se detectaron 49 contagios entre alumnos y profesores. Gracias a un sistema de testeo rápido y de confinamientos puntuales, menos de 600 alumnos –de un total de 366.000– tuvieron que quedarse en casa. De las 803 escuelas berlinesas, 39 se han visto afectadas. Camino por andar, y por andar rápido.
Si algún padre pasase por la consulta de Teresa González y le contase que ha decidido no llevar a sus hijos al colegio este septiembre, ella les invitaría a que se preguntasen qué emoción les mueve a tomar esa decisión. «Si es el miedo, les propondría trabajar para gestionarlo en lugar de proyectarlo sobre una decisión que, al final, afecta a los niños más que a nadie», afirma la psicóloga. Y añade que, por muy atípico que sea este comienzo, los niños serán los primeros en acatar y adaptarse. Simplemente hay que explicarles, adelantarles lo que viene. «Lo único que necesitan es tener a su alrededor a adultos que les transmitan seguridad». No absorberán tanto lo que decimos, sino cómo lo decimos. El tono de voz, el ritmo de la respiración. Si les transmitimos angustia, a la angustia se adaptarán.
Se ha escrito mucho sobre la vuelta al cole, este artículo es sólo una pieza, una perspectiva.
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- El virus del colegio, de Lea Vélez, sobre la importancia de trabajar juntos para conseguir que los niños vuelvan a estar con otros niños.
- Por último, esto de Aloma Rodríguez sobre la necesidad de un plan de conciliación para las familias que contemple todos los escenarios.