Qué hay detrás del boom de las series turcas en la televisión española
‘Mi hija’, ‘Pájaro soñador’, ‘Mujer’ y ‘Love is in the air’ son las cuatro series que han triunfado en la televisión española. Las comedias románticas muestran una Turquía aspiracional y los dramas explotan un tono lacrimógeno. Además, se están convirtiendo en una herramienta geopolítica
Algún episodio habrá visto. O al menos un par de escenas, aunque haya sido haciendo zapping. Se habrá quedado un rato contemplando la intensidad de las miradas, la banalidad de los diálogos. No lo niegue. Están ahí, su auge es indiscutible: las series turcas están tomando por asalto la televisión española. En los últimos meses, los dos titanes que pugnan por la tarta, Atresmedia y Mediaset, han apostado por estas producciones. Y el menú no es demasiado rico en proteínas: sirven la fórmula tradicional de la telenovela con un buen chorreón de melodrama. Curiosamente (o no), esta conquista de las pantallas llega en un momento en el que el poder político turco está imprimiendo un giro autoritario.
Recep Tayipp Erdogan está recrudeciendo su política exterior: ha apoyado los ataques de Azerbaiyán en Nagorno-Karabaj, ha aumentado la tensión con Grecia y ha encarcelado a periodistas incómodos. ¿Tiene algo que ver una cosa con la otra, o estamos mezclando churras con merinas? ¿Blanquean las series turcas la imagen de Turquía? ¿De verdad merecen este tipo de producciones copar el prime time español? Despejamos las incógnitas con Borja Terán, periodista y escritor experto en televisión; y con Aylin Dagsalguler, profesora de cultura televisiva en la Universidad de Estambul.
Dramatismo «tirado» de precio
Los cuatro jinetes de la ficción turca que han arrasado en España son Mi hija, Pájaro soñador, Mujer y Love is in the air. La gasolina de las cuatro es el dramatismo. No son exactamente pastelones y aunque los personajes son temperamentales, la atmósfera es más o menos contenida (entiéndase, no son Frijolito ni Pasión de Gavilanes). El resultado general es notoriamente artificial. El doblaje, además, resulta bastante chocante. Al fin y al cabo, el tirón de las telenovelas latinoamericanas en España puede explicarse por la potencia del lenguaje común.
Según Borja Terán, hay dos conceptos que vertebran los relatos de estas series turcas: condescendencia y paternalismo. Los finales son felices (a nadie le amarga un dulce, pero saborear cosas más amargas implica madurez) y los personajes absolutamente arquetípicos, con una profundidad psicológica inferior al respeto de Turquía por las libertades del pueblo kurdo.
¿Por qué han llegado hasta Antena 3 y Telecinco? En primer lugar, porque resultan increíblemente baratas. En palabras de Borja Terán, «tiradas». Además, son muy extensas, lo que soluciona la programación a la larga. Decenas de capítulos por lo que cuesta producir un sólo episodio de una ficción española seria, propia de prime time. Aylin Dagsalguler, profesora de la Universidad de Estambul, explica que la duración de los capítulos de estas series puede ascender a los 140 minutos. «Sabemos que la duración es demasiado larga para la audiencia de fuera de Turquía. Considerando esto, los productores dividen cada episodio en tres partes y lo venden en el mercado», detalla.
Turquía ha hecho un gran negocio con estas series. El país transcontinental engrosa su PIB vendiendo a otros países coches, petróleo, joyas… y melodramas. «En los últimos 10 años las series se han convertido en un producto de exportación muy importante para la economía nacional», señala Dagsalguler. La profesora precisa que los productores turcos se han vuelto muy populares en los mercados internaciones televisivos, y que es un éxito para ellos que en España estemos viendo estos dramas.
La conquista del prime time
Para Borja Terán, esto puede llegar a convertirse en un problema para la ficción española. «En el prime time español, casi siempre, la producción propia era la que ganaba en términos de audiencia», cuenta. Esto se debía a que «nos retrataba como somos». Así, según él, las series turcas son «un paso atrás» para la franja estrella en términos de calidad.
En España, el boom empezó con Pájaro soñador, que se emitió en Divinity de junio de 2018 a agosto de 2019. La trama gira en torno a una chica de orígenes humildes que empieza a trabajar en una agencia de publicidad (olvídese, no es tipo Mad Men) y conoce a un fotógrafo muy reputado, interpretado por Can Yaman. Este actor es Jason Momoa con la sonrisa de Pablo Alborán. No por evidente vamos a obviarlo: la enorme popularidad de la que gozan estas series se apoya en el atractivo físico de los personajes.
Borja Terán explica que, al principio, era habitual ver series turcas en canales temáticos como Divinity o Nova. De hecho, Madre, un dramón sobre malos tratos a una niña de 11 años, tuvo un éxito razonable en Nova. Ahora, Antena 3 ha comprado la idea, pero lo hará a su manera, como Sinatra. Está preparando una adaptación española. No es el único caso: otro exitazo turco, Fatmagül, será adaptado y contará con Elena Rivero al frente del reparto.
Como explica Terán, el verdadero esplendor turco en España llegó con Mujer, que Antena 3 emitió por primera vez el 7 de julio. Era verano, un momento condicionado por el hecho de hay menos público, y los competidores del canal tampoco se estaban saliendo. Antena 3 la lanzó en prime time. La idea era pasarla luego a un canal temático, pero la respuesta de la audiencia fue tan buena que la mantuvieron. Según Terán, el público de este tipo de series es, sobre todo, «un perfil envejecido que no ve streaming». Sea como sea, el éxito es incontestable: la noche del 22 de diciembre superó los 2 millones de espectadores.
#Mujer, líder de la noche del lunes, martes y miércoles 💥
Esta noche, a las 22:45h, en Antena 📺 pic.twitter.com/jDdhJAFlAl
— antena 3 (@antena3com) February 24, 2021
Con Mi hija, la cadena fue más allá: se tiró de cabeza y la estrenó directamente en prime time. Este culebrón obtuvo su mejor dato el 4 de enero: más de 3.200.000 espectadores y un 18,6% de share. La trama gira en torno a una madre que pasa penurias sacando adelante a su familia. Aparece el acoso laboral junto a otras tragedias. «Bueno, la serie tiene un mensaje positivo más o menos empoderante, hay algo de feminismo», podría decir usted. No. Borja Terán lo analiza lúcidamente: la serie explota un tono «lacrimógeno, ñoño, con música de fondo constantemente para sugestionar». Además, afirma que las actuaciones de las mujeres de la serie acaban estando condicionadas por un personaje masculino.
Sultanes y soft power
Si estas sugestionan, hay otras que directamente retuercen la historia. Ojo, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra: aquí hemos tenido Isabel y Cuéntame. Aylin Dagsalguler explica que se puede confirmar el apoyo del Gobierno turco, en términos de financiación, a ciertos dramas históricos, como los que glorifican el Imperio Otomano. Es el caso de Kuruluș Osman. «Y también hay ejemplos en la parte opuesta. Por ejemplo, el docu-drama de Netflix Rise of empires: Ottoman. En esta serie vemos a uno de los sultanes más populares, Mehmet el Conquistador, como un ocupante más que un conquistador», detalla. Según esta académica, algunos diputados turcos en el Gobierno han manifestado que esta producción de Netflix cuenta una versión opuesta del Impero Otomano a la que ellos desean mostrar a otros países.
El Gobierno turco se dio cuenta de la fuerza de este tipo de historias con la serie El sultán. «Fue la primera vez que empezamos a ver historias sobre el Imperio. Se volvió muy popular, primero en los países vecinos y antiguos miembros del Imperio Otomano, y después incluso en Estados Unidos», explica Dagsalguler, que ve en estas producciones una forma de soft power.
Este término geopolítico fue acuñado por Joseph Nye en los años 90, y designa la capacidad de un determinado poder para influir en otros a través de elementos culturales. Impactar, seducir, cautivar. Sería lo contrario al poder ‘duro’ (las acciones militares), pero puede ser igual de efectivo. Entre los ejemplos está Hollywood, por supuesto, pero también el éxito de los soviéticos en el ajedrez o el de la gastronomía taiwanesa.
El asunto de la financiación no queda ahí. Tal y como viene detallado en la web del Ministerio de Cultura turco, las ayudas a las películas y series turcas pueden ascender a 500.000 dólares. Uno de los requisitos para la concesión de las ayudas públicas es «promover los valores históricos y culturales del país». Aquí entramos en terreno pantanoso: ¿cuáles son los valores de Turquía? Su Constitución de 1924 la convirtió en un Estado moderno, pero en los últimos años ha dado pasos atrás. No sólo eso, sino que el Gobierno ha llegado a multar a algunas series por contradecir las costumbres nacionales. Otra de las condiciones para que una productora turca reciba financiación es que su serie se exporte «al menos a 3 continentes y 10 países». Es decir, que a Turquía le interesa que sus melodramas se expandan como un virus.
Una Turquía aspiracional
Sette her zamanki gibi keyfimiz yerinde! 😍🎈 #SenÇalKapımı pic.twitter.com/ynOwkSasJ9
— MF YAPIM (@mfyapimtv) February 5, 2021
Respecto al terreno sentimental, las relaciones de estas series son heteronormativas y arquetípicas. Si Netflix ha hecho de la diversidad una de sus banderas, estas ficciones son muy conservadoras. La situación en el país no da para mucho más: el mes pasado, la Policía turca detuvo a cuatro estudiantes en una universidad de Estambul que habían mostrado una representación de la Kaaba, el lugar más sagrado para los musulmanes, con un arcoiris. El Ministro de Interior, Suleyman Soylu, les calificó de «desviados LGTB». Erdogan se limitó a pedir a los jóvenes que rechazasen la homosexualidad.
En el caso de Love is in the air, la atmósfera tiene cierto halo de modernidad, pero persisten los clichés. La trama se estructura en torno a una mujer y un hombre que acuerdan presentarse de cara al resto como una pareja, pero en realidad no lo son. Se acabarán enamorando. ¿Innovador, no? La relación entre los protagonistas Los Bridgerton también nace así. Ahora bien, la producción de Netflix está cargada de escenas sexuales, mientras que en Love is in the air no hay ni una.
Otro aspecto sorprendente es que la religión (el islam) no aparece en las series. «Turquía es un país secular», señala Aylin Dagsalguler, «pero el conservadurismo político ha estado al alza en estos últimos 15 años». La profesora también apunta que, en la tele, no vemos a mujeres con velo, lo que es «muy raro». Además, la profesora argumenta que no debería ser así, «porque implica un problema de representación para la mitad de la población».
En esta serie, que emite Telecinco, Kerem Bürsi interpreta a un apuesto arquitecto frío y rico, Serkan Bolat. La actriz principal es Hande Erçel, que se pone en la piel de una joven humilde criada por su tía que acaba trabajando con Serkan. Erçel es una estrella, lo que ha apuntalado el éxito de la serie. En Instagram suma más de 19 millones de seguidores. Ambos, claro, son muy atractivos. Según Borja Terán, esta serie busca dar una imagen de «una Turquía aspiracional». Opina que no cuenta nada que no se haya contado ya, que es «un serial de tarde de toda la vida» incapaz de «llegar a un público transversal». La ficción muchas veces se ve superada por la realidad, pero otras simplemente intenta dulcificarla.