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Enfoque global

Rusia y Occidente, un pulso llamado Ucrania

Sea cual sea el resultado del conflicto en el Este de Europa, influirá en el futuro del orden mundial

Rusia y Occidente, un pulso llamado Ucrania

El logotipo de la Misión de Asistencia Militar de la UE en apoyo a Ucrania (EUMAM Ucrania) está pegado al uniforme de un soldado durante el entrenamiento de deminado. | Reuters

La guerra de Ucrania se acerca a su segundo año y se reafirma como un hecho de enorme trascendencia para Europa, a la vez que sus efectos se perciben globalmente, ya que esta tragedia es una perturbación que tiene profundas implicaciones en la globalización y su trayectoria futura. La guerra no solo causa sufrimiento humano y daños económicos en Ucrania y países vecinos, sino que también ha desencadenado tensiones y conflictos geopolíticos que han socavado la cooperación y la confianza en todo el mundo. Además, la guerra ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad y fragilidad de las cadenas de suministro mundiales dada su dependencia de insumos, mercados y redes de transporte.

Se admite que, en la Era de la Información, las narrativas son «armas» de efectos cognitivos que influyen en los conflictos, teniendo como blanco preferente la opinión pública. Puede citarse, como ejemplo de su empleo en esta modalidad, el hecho de que se haya presentado la invasión rusa de Ucrania como algo sorpresivo, cuando en realidad fue secuencialmente anunciado por Rusia y los preparativos militares de despliegue y acumulación, tuvieron lugar a plena vista.    

La evidencia de un conflicto

En el origen del conflicto, el que dio lugar a la Operación Militar Especial (SMO), formalmente está la demanda de Rusia de recibir garantías de que la OTAN no admitiría ni a Ucrania ni a Georgia en la Alianza, así como el reconocimiento del «interés especial» de Rusia sobre sus espacios postsoviéticos. La OTAN rechazó categóricamente las propuestas de Moscú, llevando los acontecimientos inevitablemente hacia la guerra. Por lo tanto, el ambiente geopolítico puede encuadrase en una disputa estratégica, dado que la OTAN rechazó lo que Rusia consideraba su interés nacional existencial. Así que la alternativa que le quedaba a Moscú era aplicar el poder militar.

La guerra de Ucrania puede contemplarse como el resultado de las diferencias entre dos grandes potencias, Estados Unidos y Rusia. El precedente histórico más cercano es la Guerra de Corea, que acabó hace casi 70 años. Aquella fue muy diferente en términos de táctica y equipo militar, pero bastante parecida, en sus aspectos políticos, a los desarrollos actuales. En ambos casos, una gran potencia nuclear tuvo que comprometer sus fuerzas convencionales en una campaña militar prolongada contra un estado regional no nuclear que recibe apoyo militar y equipo militar de una potencia nuclear hostil. En ambos casos, el conflicto tiene que ver con el futuro del orden mundial, no con el destino del país que alberga el teatro de operaciones.  

Una opinión extendida es que, sea cual sea el resultado del conflicto de Ucrania, influirá en el futuro del orden mundial. Días antes del inicio de la SMO rusa, el Secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, anunció en Consejo de Seguridad de la ONU que lo que estaba en juego iba mucho más allá de Ucrania, ya que, además de la seguridad de la vida y la seguridad de millones de personas, estaba en peligro la Carta de las Naciones Unidas y el orden internacional basado en normas. Posteriormente se sucedieron repetidas declaraciones que vinculaban el resultado de la lucha en Ucrania con el destino del actual orden mundial, que no es otro que lo que queda del establecido por Estados Unidos y sus aliados al terminar la Segunda Guerra Mundial.  

El secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, y el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski. | Europa Press

El hecho es que Rusia dispuso de «ausencia disuasoria» para la acción ofensiva mientras Estados Unidos mantenía el apoyo a Ucrania. Extraño galimatías que escapa a la lógica estratégica más elemental. Dada la amenaza latente del factor nuclear, los riesgos previsibles han predeterminado la naturaleza del conflicto actual al «enclaustrar» el Teatro de la Guerra en una determinada zona geográfica, donde se emplean las capacidades militares en una acción de desgaste. La participación directa de Estados Unidos en operaciones ha sido limitada pero muy sofisticada, modalidad diseñada para minimizar la probabilidad de una escalada vertical. 

Que la decisión militar no se consiguiese en la contraofensiva ucraniana del verano y otoño de 2023, que acabó con mínimos avances y enormes pérdidas para Kiev, ha supuesto una situación favorable a Rusia tras imponer, en el nivel operacional, la guerra de desgaste. El Jefe del Ejército ucraniano, el general Valery Zaluzhny, ha admitido que la guerra ha entrado en punto muerto. Pero Rusia ha pasado a la ofensiva mediante operaciones bajo el principio de economía de fuerzas, de lo que puede deducirse que el transcurso del tiempo no parece estar del lado de Ucrania. A su vez, el estallido de la guerra en Gaza y la tensión en Oriente Medio afectan a la estrategia americana y, por extensión, al teatro europeo. La guerra de Ucrania ha propiciado, una vez más, la constatación de que la seguridad de la península europea depende de los Estados Unidos y ese condicionante contradice las narrativas en que se debaten los países europeos y la UE.

La guerra de alta intensidad en Ucrania representa el mayor conflicto militar, en términos de fuerzas empeñadas, número de bajas y duración, desde la guerra Irán-Irak de 1980-1988. Pero es sólo la escala de la lucha lo que merece la comparación. Desde el punto de vista político, los acontecimientos actuales son únicos en la historia reciente. La guerra entre Irán e Irak fue un choque entre dos potencias regionales, causado por el marco de relaciones entre ellas. La guerra de las Malvinas, en 1982, y el conflicto entre Georgia y Osetia del Sur en 2008 involucraron adversarios muy desiguales, lo que hizo que estos enfrentamientos fueran tan breves. Las operaciones militares lanzadas por las coaliciones lideradas por Estados Unidos contra Irak, 1991-2003, tenían como objetivo una potencia regional debilitada. Es más, en 2003, Irak llevaba más de diez años, totalmente aislado y era incapaz de adquirir y mantener modernos sistemas de armas. 

Independientemente de la narrativa empleada hasta ahora, en Europa se percibe la sensación de indefensión que resulta del asalto de Rusia a Ucrania y las consecuencias para el continente. En el ámbito de la industria armamentista, el masivo incremento de la rusa representa una sólida ventaja sobre Europa, sobre todo en la producción de municiones. Mientras Estados Unidos ha comprometido más de 44.000 millones de dólares en ayuda de seguridad a Ucrania desde que comenzó la invasión, más del 60% de esta ayuda se gasta dentro de Estados Unidos. Otros aliados y socios han comprometido otros 36.000 millones de dólares. En porcentaje de PIB, los más de una docena de países, en su mayoría europeos, han contribuido más que Estados Unidos. 

Mientras Rusia recurre a una economía de guerra y acelera la producción industrial, Estados Unidos está poco preparada para una larga guerra en Ucrania. Sólo dos fábricas producen la totalidad de proyectiles de artillería de 155 mm, la munición esencial en Ucrania. El Pentágono planea aumentar la producción de los actuales 30.000 proyectiles al mes a 100.000 en 2025, mientras Rusia está en camino de producir dos millones al año. Junto con su ventaja material en artillería, Moscú ha mejorado su capacidad de Guerra Electrónica y en el empleo de drones. La larga historia de la desindustrialización estadounidense dificulta la respuesta a la amenaza del Kremlin. 

A todo ello hay que añadir la perspectiva de un cambio de política en Estados Unidos, bien por alteración de estrategia o por mudanza de un nuevo inquilino a la Casa Blanca, algo que vuelve a presentar el dilema entre la concepción de la Defensa Europea de la UE o la defensa de Europa a cargo de la OTAN.

Un cambio de difícil adaptación

La Unión Europea ha tenido desde 2014 una agenda de Defensa basada en una premisa clave: una conciencia de unidad entre sus miembros en cuestiones de Seguridad y Defensa bajo la percepción de amenaza compartida, algo propio de una alianza. Esto último requeriría que la naturaleza de la UE fuese de actor o jugador geoestratégico, entendida como estados con «voluntad» y «capacidad» de ejercer poder e influencia más allá de sus fronteras, siempre bajo la guía de su interés nacional, comunitario en este caso. Por consiguiente, se trata de aquellos estados que pueden y suelen ser proactivos en el escenario internacional y que optan por ejercer ese poder. Al tener un criterio propio, esos estados contribuyen a establecer las dinámicas de funcionamiento del sistema mundial. Son actores proactivos, no contemplan con resignación ser sujetos pasivos de su propio destino, ni meros peones en la partida que dirigen otras potencias. 

No obstante, esto es algo difícil de identificar en la actual UE. Hay demasiados y diversos intereses en juego. Tras la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia en febrero de 2022, algunas entidades occidentales continuaron haciendo negocios con Rusia a pesar de las sanciones que Estados Unidos y la Unión Europea impusieron a Moscú. Según los informes, las exportaciones de hierro fundido de Rusia a la UE aumentaron un 40% este año en comparación con el mismo período de 2022, mientras que países como Finlandia y la República Checa han reanudado las importaciones de energía rusa.

Por otra parte, mientras que los Países Bálticos, Escandinavia, Polonia y el grupo de Visegrado, son hostiles a Rusia, Alemania podría volver a la Ostpolitik, en el caso que las circunstancias lo permitiesen, y Francia mantener su «autonomía estratégica». No parece tener sentido esperar a corto plazo que Europa emerja como un actor unido en el escenario mundial, a tenor de las realidades geopolíticas diferentes de parte de sus miembros. 

Tanto el Fondo Europeo de Defensa o la iniciativa de seguridad de la Cooperación Estructurada Permanente (PESCO), 2017, nacieron como adelantados para preparar el ambiente de la «Europa geopolítica» fomentando la cooperación en materia de defensa entre los países miembros de la UE, habilitando, durante un amplio periodo, proyectos de desarrollo cooperativo para estimular un sentido de propiedad compartida. Todo ello se desarrolló en un ambiente de falta de sintonía, ya que la percepción de la defensa de Europa, para muchos países miembros, era y es cometido de la OTAN. Si a eso se añaden los recientes planes para una amplia expansión de la UE, se incrementaría la heterogeneidad en la percepción de la amenaza, con el consiguiente incremento de la complejidad del sistema.  

Los genes de la UE se corresponden con su cometido de administración institucional para generar eficacia administrativa, regulación de mercados o la gestión de crisis sanitarias y energéticas; pero no para organizar una defensa común, a la vez de actuar como el heraldo que pretende marcar el destino del planeta. La crisis de Ucrania ha puesto en evidencia que la UE carece de naturaleza geopolítica, pues los fundamentos de la organización se crearon para dejar atrás la parte negra de la Historia de Europa y no asumieron nada que permitiese repetirla, por lo que la idea de que pueda haber una mentalidad militar unificada en la UE es fantasía. En ese sentido, imponer un espíritu de Defensa en tiempos de guerra a una organización concebida y estructurada para maximizar su potencial en tiempos de paz, puede ser un esfuerzo inútil. 

Volodomir Zelenski, Emmanuel Macron y Olaf Scholz. | Europa Press

La ilusión de grandes expectativas

Lo que se presenta como realidad es que la guerra de Ucrania y la de Franja de Gaza, combinadas con las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos, podrían definir la trayectoria de Europa sin importar las disputas semánticas sobre si la guerra ucraniana debe de mantenerse o no. La reciente resolución del Senado estadounidense de no autorizar ayudas a Ucrania y a Israel, independientemente de su reconsideración en un futuro más o menos próximo, da idea de que el destino de Europa depende aún de las grandes potencias.

A ello hay que añadir que los apoyos pro-Kremlin empiezan a verse reflejados en elecciones nacionales en la UE. Mientras tanto, la actitud favorable de apoyo de los socios europeos a Ucrania ha caído a su nivel más bajo desde el inicio de la guerra. Todo ello está alimentando una actitud de creciente libertad de acción en Moscú, donde toma cuerpo la hipótesis estratégica manejada por el Kremlin de que las reacciones de Occidente, dirigidas por Washington, resultarían efímeras. No habría que desdeñar que esta hipótesis fuese factor de decisión para considerar, en febrero de 2022, la «ausencia disuasoria» que abrió las hostilidades.

El pasado 30 de noviembre, el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, participó en la cumbre de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) en Skopje, capital de Macedonia del Norte. Hace un año, las autoridades polacas se negaron a permitir que Lavrov y otros miembros de la delegación rusa participaran en la misma cumbre. Este año, el hecho de que Grecia, miembro de la UE y de la OTAN, permitiera al ministro ruso sobrevolar su territorio de camino a Macedonia del Norte, indica que Occidente ha levantado algo la mano en el aislamiento de la Federación Rusa.

Durante casi dos años, la UE se ha comprometido a apoyar a «Ucrania y a su pueblo durante el tiempo que sea necesario», acogiendo a millones de ucranianos que huyen de la guerra, apoyando a Kiev con ayuda financiera y militar, reuniendo apoyo diplomático en todo el mundo y reduciendo sus lazos económicos y energéticos con Rusia.

El Consejo Europeo ha acordado iniciar los trámites de adhesión a la UE. La noticia de Bruselas ha proporcionado a los ucranianos un poco de esperanza en medio del creciente pesimismo debido a la situación militar en la guerra con Rusia y los síntomas del debilitamiento del compromiso occidental de seguir respaldando a Ucrania en el futuro. En los últimos meses, un nuevo e importante paquete de ayuda estadounidense para Ucrania se ha frenado en el Congreso, a su vez, han surgido divisiones en la UE sobre los planes para proporcionar a Ucrania un programa de apoyo a largo plazo. Mientras tanto, el estado de ánimo en Moscú es de optimismo: recientemente Putin se jactó de que a Ucrania le quedaría una semana de vida sin la ayuda militar occidental. A todo ello Putin reiteró que sus objetivos son la desmilitarización de Ucrania y su neutralidad.

No obstante, hay que tener presente que la finalidad estratégica de Rusia es la disolución de la identidad nacional ucraniana y el regreso del territorio al control del Kremlin, ya sea mediante la anexión directa o por el establecimiento de un régimen títere en Kiev. Rusia se está preparando para una guerra larga, con el objetivo de aplastar a Ucrania y agotar la capacidad y la voluntad de sus aliados occidentales para suministrar del armamento necesario para seguir resistiendo. A pesar del enorme gasto de este año, el gobierno ruso ha anunciado planes para aumentar el presupuesto de Defensa para 2024, hasta el 6,5% del PIB, el próximo año. Es probable que esto resulte desastroso para la economía rusa a largo plazo, aunque a corto y medio plazo sea sostenible. Vale la pena señalar que, durante gran parte de la Guerra Fría, el gasto soviético en defensa llegó a alcanzar el 21% del PIB. 

El Kremlin aprovechará su aparato de información y seguridad para controlar cualquier forma de disidencia pública o política. El desacuerdo que emana de los círculos políticos y mediáticos rusos es en gran medida sobre el «cómo» continuar la guerra en lugar de «si debe continuar» y una opinión extendida reclama una escalada o incluso un conflicto directo con la OTAN.

El presidente ruso, Vladimir Putin, preside una reunión de miembros de su Consejo de Seguridad y del Gobierno. | Europa Press

Mientras tanto, Europa no ha aumentado la capacidad de producción industrial y el gasto en defensa. Con la excepción de Polonia, muchos compromisos nacionales de gasto adicional en defensa no se han materializado o se han pospuesto en años. El caso de Alemania es el más llamativo, dada la necesidad de reconstitución de las capacidades de la Bundeswehr.  El programa multinacional de adquisición de artillería de 155 mm. de la Agencia Europea de Defensa (EDA), es un plan adecuado, pero de baja practicabilidad al no poder alcanzar el ritmo de las necesidades ucranianas de reabastecimiento. El programa de la EDA también está lejos de ser suficiente para reponer las propias reservas de defensa de Europa, que están agotadas. 

Lo que puede venir

No faltan motivos para deducir que la guerra de Ucrania es, en cierta medida, el resultado de la pérdida de la independencia estratégica de Europa continental. Es una de las consecuencias de un proceso progresivo que combinó las consecuencias de los acontecimientos del final de la Guerra Fría con el fracaso de los intentos de construir una verdadera unión política sobre la base de la integración europea, combinando esto con la ampliación de territorial y la creación de una política económica común a través de instrumentos financieros dentro de la zona euro.

Europa continental es demasiado amplia y diversa para ser absorbida totalmente por la influencia estadounidense. Las empresas europeas, debido a su magnitud, son capaces de mantener vínculos independientes con los mercados ruso y chino. Los grandes países de la UE siguen diseñando políticas según sus intereses nacionales, lo que produce una paradoja: estratégicamente están subordinados a los Estados Unidos y, pero al mismo tiempo, poseen cierta autonomía en Política Exterior.

No es desdeñable la hipótesis que Europa continental puede quedar en el limbo estratégico, cuando China y Rusia posean influencia sobre ella, o sus miembros, Europa se convertiría en un escenario de Competición entre Grandes Potencias. 

Enrique Fojón es analista del Centro de Seguridad Internacional de la Universidad Francisco de Vitoria.

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