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Grasa corporal: por qué los kilos de más se van a la tripa, los muslos y los brazos

La grasa corporal, convertida en kilos de más, parece tener siempre los mismos destinos y tus hormonas tienen la respuesta

Grasa corporal: por qué los kilos de más se van a la tripa, los muslos y los brazos

«Se te nota más gordito» es una frase que rara vez sienta bien, independientemente de género o edad. La acumulación de grasa corporal además es traicionera cuando subimos de peso, bien sea por llevar una vida sedentaria, por metabolismo o por nuestra dieta.

Sin embargo, cuando estos kilos de más surgen, suelen concentrarse en los mismos puntos. Es cierto que hay diferencias de género, incluso ofreciendo diferentes ‘formas’, asociada vulgarmente a distintas frutas. Es el caso de la acumulación en forma de pera, más habitual en mujeres, donde caderas, muslos y glúteos suelen llevarse la peor parte.

La otra vertiente ‘frutal’ de la grasa corporal pasa por la forma de manzana, más recurrente en hombres, y que es predominantemente abdominal. De esta ‘macedonia’ lipídica lo que sacamos en claro es que ese peso extra siempre se centra en estas partes del cuerpo, en detrimento de zonas más magras y, como veremos más adelante, la culpa suelen tenerla ciertas hormonas.

Los puntos clave de la acumulación de grasa corporal

Generalmente indeseada, cuando esta grasa corporal de más aparece se convierte en una forma de reservas energéticas. Por desgracia, nuestros hábitos de vida actuales no suelen necesitar el mismo aporte calórico que décadas atrás. Trabajos más sedentarios, una libre disposición de alimentos o nuevos patrones alimenticios acaban añadiendo más calorías a nuestro día a día de las que quemamos.

Este superávit calórico se traduce, al no ‘quemarse’, en gramos —o kilos— de más. Esta grasa, además, necesita una pequeña explicación, pues no todas las grasas son iguales. Por este motivo, conviene diferencia entre varios tipos de grasa: blanca, marrón, visceral, subcutánea y esencial.

  • Grasa blanca: se compone de glóbulos blancos grandes, almacenados bajo la piel o rodeando los órganos del abdomen. Además, se acumula en brazos, glúteos y muslos con más frecuencia y es un reservorio de energía, muy condicionado por distintas hormonas.
  • Grasa marrón: es el ‘abrigo’ lipídico de los bebés, el cual vamos perdiendo a medida que crecemos, siendo prácticamente residual su presencia en adultos.
  • Grasa esencial: podríamos decir que se siente, pero no se ve. Presente en el sistema nervioso mayoritariamente, su utilizad es mantener el cuerpo en perfecto estado y se encuentra en cerebro, médula, membranas y nervios.
  • Grasa subcutánea: aquí ya empezamos a vislumbra al enemigo. Esta grasa es la que se acumula más cerca de la piel, la que primero aparece cuando engordamos y la primera que perdemos al hacer deporte.
  • Grasa visceral: son los escudos que rodean a nuestros órganos para mantenerlos en su sitio, protegerlos y también hacer de abrigo. Es una grasa más difícil de acumular y de eliminar que la grasa anterior, pero está muy relacionada. A más grasa subcutánea, más grasa visceral.

Por qué acumulamos grasa corporal en las mismas zonas

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El incremento de determinadas hormonas también puede suponer la acumulación de grasa en una u otra zona. ©Unsplash.

Las hormonas nos marcan el camino para explicar esta acumulación lipídica que, con los años, se acrecienta. Sucede a medida que los cambios hormonales empiezan a ser más pronunciados y su producción se reduce. Además, ocurre tanto a hombres como mujeres, aunque por diferentes tipos de producción. La menopausia, por ejemplo, muy condicionada por una disminución de los estrógenos, es un ejemplo claro.

Los varones tampoco se escapan a estas reducciones, ya que a partir de los 40 años la producción de testosterona también comienza a bajar. No de forma tan pronunciada como en el caso de los estrógenos femeninos, pero sí empieza su declive. Por este motivo, también conviene entender cómo cambia nuestro cuerpo y qué tiene que ver la grasa corporal en todo esto a través de su acumulación.

Grasa en las caderas: los estrógenos

Hormona femenina por excelencia, la caída abrupta de estos se produce a partir de la menopausia, aunque a medida que una mujer envejece, ya existe una menor producción. Además, esta fase vital suele venir asociada a una ganancia de peso que no tiene relación directa con los propios estrógenos, sino con una merma de otras hormonas, que se suman a diferentes hábitos.

Lo que sí es cierto es que estos estrógenos y su merma, cuando la ganancia de peso aparece, acaba concentrando la grasa adquirida en muslos y caderas.

Grasa en pecho y brazos: la desaparición de la testosterona

Más allá de pensar que la testosterona, la gran hormona masculina, tiene que ver exclusivamente con la virilidad, hay otros matices que conviene explicar. Por ejemplo, nos hace más resistentes a la insulina y también permite una mejor conversión muscular, siendo clave en la regeneración de los músculos o en su desarrollo.

Aunque su descenso no es tan pronunciado como el de los estrógenos, su decaimiento también se vincula al envejecimiento y al aumento de peso. Este sedentarismo también permite que, en el caso de los hombres, aumente el número de estrógenos.

Esta es la razón por la que es frecuente que los hombres, a medida que acumulan grasa, reducen su testosterona y la grasa acabe reuniéndose tanto en bíceps como pecho. Algo que también sucede con los andrógenos y esa paulatina reducción, generalmente favorecida por el envejecimiento.

Grasa abdominal: territorio cortisol

Naturalmente presente y secretada por nuestro sistema endocrino, la hormona cortisol es fundamental, pero no en cantidades grandes. Curiosamente, con su secreción masiva pasa lo contrario que en las dos anteriores. A más cortisol, más grasa corporal, en resumidas cuentas.

Esto sucede porque tiene, entre otras funciones, controlar sentimientos y emociones, o activar mecanismos de defensa frente al miedo o el estrés. Cuando esto se produce de forma continua, el cortisol aumenta también la presencia de la insulina, que suele venir asociada a un mayor apetito, motivo por el que los tres factores se correlaciona.

Abdomen y hombros: cuando la insulina aparece

Una de las reinas en cuanto a desequilibrios de grasa corporal y a su distribución. La insulina, producida de forma natural en nuestro páncreas, tiene una misión fundamental para metabolizar y sintetizar los glúcidos (azúcares) que entran en cuerpo.

Por este motivo, cuando una persona es diabética (no secreta suficiente insulina), debe administrarla por vía parental. Lo que sucede con nuestro cuerpo cuando los niveles de insulina están alterados, conduce a una mayor acumulación de azúcares. Estos, al no ‘quemarse’ se acumulan en forma de grasa, principalmente en las caderas (incluyendo la parte lumbar que protege los riñones) y también los hombros.

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