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Suculenta cabeza de sandía

«Quiero que estrangule mi pecho; que me apriete fuerte este par de tetas que se hincha en cada toque de sus dedos en el cielo de mi boca»

Suculenta cabeza de sandía

Pixabay

La música sonaba tan alta que no le oí acercarse a mí. Tenía los ojos cerrados y me balanceaba a los lados inclinada sobre la mesa. Me dejaba mover por los acordes, como una borracha cierrabares pero con té y en el salón de su casa. Se había levantado a mear tras discutir conmigo sobre algo de música o cine, creo recordar;  y yo andaba meciéndome en mis conquistas y  derrotas, aspirándolas con un cigarro.  Me puso la mano en el cuello, la sentí fresca, como caída del cielo,  y la bajó despacio por la espalda. Una caricia gatuna del tamaño de un tigre siberiano con la que me estremecí. 

Se sentó a mi lado y agarró uno de mis pechos desde atrás. No impidió mi balanceo aunque se hizo más tenue hasta desaparecer. Apretó  el pezón entre sus dedos y lo frotó largo rato hasta que perdí la noción del momento, de mi nombre y el lugar. «Quédate ahí, Saúl», pensé.  Ahí se quedó. Suavemente lo deslizaba sintonizando la emisora que me llevaba a él. Buscó sin prisa la frecuencia del canal de mi excitación, que no tardó en desbordarse. Terminé el cigarro, comenzaron los temblores y mi lengua asomó puntual, como un reloj de cuco. 

Introdujo dos dedos en mi boca y me dijo algo ininteligible al oído en un idioma que jamás estudiaré.  Saúl me agarra como un pez. Sus dedos se me clavan en el paladar como un anzuelo; con la otra mano insiste en el roce suave y certero del pezón, sin estrujarme nada más. Eso me impacienta; me aumenta la presión arterial. Respiro agitada. Quiero que estrangule mi pecho; que me apriete fuerte este par de tetas que se hincha en cada toque de sus dedos en el cielo de mi boca. Los mete y saca enredados en mi lengua de cebo, de lombriz. Me ausculta con ellos los carrillos; los tensiona a cada lado como comprobando su estado húmedo, elasticidad; como calculando. 

Yo no sabía cuáles iban a ser sus siguientes pasos. ¿Me estaba preparando la boca para follarme la cabeza como si fuera un melón? ¿Bajaría a mamar de mi pecho, minimizando los ritmos y aprietes para incrementar mi ansiedad excitada? ¿Me subiría la falda para jugar más por allá? Saúl es impredecible, menos cuando decidimos no serlo; entonces pactamos nuestra próxima jugada al detalle en una suma de madrugadas digitalizadas. Pero no era el caso. Yo solo me había pasado a saludar y allí estaba: mojando las bragas que no llevaba. 

Abrí los ojos y le miré. Me pareció suculento, más que la primera vez. Suculenta su mirada, su pelo, su olor, la mueca de sus labios; suculenta su barriga, sus tetas, sus brazos… Su intención, una mezcla de dulzura y malicia, me conmueve; me dispara su suculencia y  me aturde, altera, agita y excita con la consistencia  de una apisonadora. 

Recolectaba estos disfrutes en su mirada cuando Saúl me soltó el pecho y, sin salir de mi boca, se puso de pie. Tampoco salió de mis ojos, mantuvimos la mirada fija en este cambio de escenario. También cuando, con la mano libre, se bajó el pantalón y liberó su polla húmeda y brillante ante mi cara. «Acerté, me va a coger la cabeza como una sandía, verás»

Saúl sacó los dedos de mi boca para cogerse la polla y apuntarme con ella como una barra de labios. Me maquilló durante un rato con precisión hasta que hizo fuerza desde el culo para introducirla un poco; lo justo para sorberle como un caramelo jugoso. Ahora sí , me agarró la cabeza para ajustarse dentro un poco más y la movió, tapándome las orejas,  buscando el ángulo adecuado. Lo encontró; y también un ritmo de bombeo pausado y firme. Saúl me acariciaba la lengua con cuidado. En sus embestidas unas veces se clavaba en las mejillas, otras en la úvula  o en el paladar. Mantenía un ritmo constante, y yo tragaba y escupía saliva a partes iguales. Me inclinaba la cabeza según sus ganas de palanca o presión y yo me dejaba hacer embelesada. 

Me miraba todo el rato la cara, Saúl, y jugaba con mi pelo.  Yo, a veces, alcanzaba a ver la suya. 

Me cosquillea Saúl en la garganta. Me gusta tenerle dentro; lo que sea y por dónde sea pero de mí. Yo sé que un día, en uno de nuestros abrazos, se me colará por los poros y se fundirán nuestros átomos. Implosionaré. Pero ahora, en ese momento, andaba chupándole fuerte. Habían cambiado los ritmos y con ellos, mi actitud. Le agarré la polla entusiasmada y me la tragaba como una larva hambrienta. Le quiero dentro de mí, entero: su carne, su ganas, sus jugos. Quiero que se me vierta, que navegue hacia mis meninges y me nutra las neuronas con su esencia; y para eso le pongo a mi succión más ahínco. Mi nariz rebotaba en su pubis y mi lengua se estiraba hasta sus huevos. Cualquier esfuerzo se torna gusto con las ganas adecuadas, por eso me encendía más con la falta de aire, con el reflejo faríngeo,  con la tensión del cuello que comenzaba a agotarse… Saúl intentó zafarse un par de veces,  pero me había subido tan alto y tan lejos en esta noria que no me pensaba bajar. 

Le engullía fervientemente para digerirle. Él me apretaba apasionadamente para alimentarme; tanto y con tanto gozo y ganas, que se derramó directamente en mi garganta;  con un ímpetu tal, que mis fosas nasales tuvieron que aspirar potentes para poder emerger ,como una nadadora artística, de esta piscina de leche salada. 

Saúl me oye atragantarme, toser, inhalar aire como una fiera y suspirar. Se resbala fuera de mí y con una caricia en la ceja me pregunta: «Qué coño ha pasado, ¿estás bien? ». Nos reímos. Así es, así se da cuando uno se vacía entero en el otro o el otro en el uno; un juego de vasos comunicantes que se prolongará en el tiempo tanto como sepan, logren y quieran.

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