THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Agarrándoteme

«Le pongo mis brazos por la cintura y acaricio un rato su pecho. Me entretengo en su ombligo hasta que me gruñe un ‘¡basta!’ sin palabras»

Agarrándoteme

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Siempre he querido agarrar a Saúl desde atrás. Colocarme en su espalda, de cualquier modo que dos juntos puedan ubicarse en el espacio: de pie, tumbado, reclinado, sentado… En las pocas noches de sueño que pasamos juntos, me gustaba acercarme desde atrás y buscar el desarme de su culo contra mi pelvis por andar firmemente somnoliento. Desde allí,  olerle el cuello, abrazar su pecho y sentirle encajado en mi cadera me llevaba a vacilar entre ceder al dulce descanso o empujarle, despertarle y comérmelo entero sin respirar.

Saúl, en cuanto volvía a este mundo y recordaba sus gustos y reparos, se escaqueaba de ese abrazo para coger las riendas de ese encaje. Le gustaba jugar conmigo a lo que proponía él; un Indiana Jones testarudo en las rutas que le llevan a la cueva del tesoro, aunque el sombrero, en muchas de esas sendas, lo vistiera yo.

El mismo sombrero visto cuando mis ganas proyectan su imagen en mi cama y yo le abrazo desde atrás. Buena suerte la mía, que procuro dejar libre mi fantasía de territorios marcados por la meada limitante de nadie. Tengo la mente agujereada. Mi cabeza es como un queso Gruyere; por sus huecos navegan mis fantasías como gusanos de Dune. En sus viajes entre agujeros cosen sus cuerpos; asoman rostros sorprendidos, de oruga alarmada, que se zambullen en el siguiente boquete para susurrarme en mentalés algunos «estás loca, sucia, oscura, pervertida», que me inquietan lo justo: nada. Desde dentro, estas larvas me sonríen babeantes de placeres amorales como eyaculaciones escurridas sin pulsión

Sí, allí, con mi sombrero de Indiana y dueña de mi propia fantasía me coloco con la espalda en la pared. Saúl se queda en mi regazo. Lo único que quiero es sentir que su polla es mía y pajearle. Es decir, pajearme suponiendo que el pene es mío, que lo porto yo.

Le pongo mis brazos por la cintura y acaricio un rato su pecho. Me entretengo en su ombligo hasta que me gruñe un «¡basta!»  sin palabras. Yo, le devuelvo un «que yaaa», que anula su intento de deshacerse de mí.  No tiento de nuevo a la suerte y bajo directa a su pelvis. Le acaricio el vello rizado; me gusta enredarme en él.  Creo así que le despisto como si silbara con las manos atrás y diera pasos distraídos; como ese gesto que termina robando sin querer un plátano en el mercado sin levantar sospecha.  Y eso hago: agarro fuerte mi fruta tropical. Me la encuentro consistente, como una banana inmadura. Nunca me deja jugar Saúl con su blandura; no me da tiempo ni me da la oportunidad de fastidiarle la erección para poder desgustarla maleable.  Así la ha dispuesto siempre a mis manos: dura, rígida, férrea y con eso tendré que jugar.

Le induzco que se apoye entero en mí y se deje hacer. Cojo mi polla enhiesta con las dos manos. Quiero comprender su forma, aprender su textura, la distancia entre sus partes. Descubro lo pronunciado del borde de su glande y cómo se estremece cuando me paseo por allí. Pero no es suya; es mía y me voy a hacer una paja como más me apetezca. Por eso la empuño con la derecha e inicio un viaje a velocidad de crucero sin más pasajeros a bordo que yo.

Mi primera paja de mi yo con pene la quiero sin perturbaciones del tiempo, por eso los móviles los dejé fuera de la habitación. La velocidad no variará durante un rato ni la tracción permutará en este vuelo. Quiero disfrutar de un sube y baja en el que en cada trayectoria se me desvele una nueva información: mira qué temperatura, qué rugosidad aquí o allá. Quiero examinar cuánta jugosidad asoma por ese hueco y  cogerla, untar con ella mi mano y  deslizarme por este tobogán de carne. Con la otra mano me cogeré los huevos que, fascinantemente, tienen vida propia. Resulta que se tensan y esconden como animalitos asustados en una madriguera. A veces aprieto animada y acelero un poco el pulso de los dos. Lo combino con toques cortos en la base y masajes rotantes del glande con la palma de mi mano, sacándole brillo al pomo de mi cajón inferior.

Quiero quedarme ahí un rato; me abrazo los huevos en toda su amplitud, apunto con el índice a la entrada del culo que se roza intermitente. Agarro firme mi polla con un sube y baja potente decidida a llegar al fin.  Me asomo entonces por su hombro. Quiero ver el éxtasis del desvirgue pajillero de mi primera polla vestida y le anuncio al oído que ya llega el final. Le digo que abramos la boca; que espero que el impulso acierte en alguno de los dos para, llenos, morrearnos después.  No me imagino un géiser de lefa que brota cremoso  y níveo en la antísteis de una erupción volcánica. Me gusta la mirada realista, esa que incluye caras tímidas, penes cortos y todo lujo de torpezas.  Es por esto que tenemos que abrir adecuadamente la boca y subir correctamente la pelvis, para que la oportunidad de cazar al vuelo el primer chorro de su especia lechosa sea la máxima posible.

Nos aprieto y nos doy con más ahínco. Aquí viene fuerte, Saúl: danos todo lo tuyo, que junto a lo mío haga un nuestro profundo que me rebose por la nariz. Eyaculamos, emergemos y nos fundimos en el beso pactado allí sentados, sudados, seducidos, salificados, sucios, sibilantes, sueltos, soeces, sintientes, sensados, sensuales, sexuados…

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