Conjuntivitis en verano: las siete claves profesionales de un oftalmólogo para evitarla
El verano puede ser muy amable, pero a nuestros ojos puede que no les resulte tan amable cuando aparecen ciertas patologías
El verano viene asociado a un oasis de bienestar y vacaciones, pero también viene de la mano de un montón de patologías que no nos dan tregua. Estómago, piel, cabello, sistema respiratorio y, cómo no, ojos, sobre todo a costa de las conjuntivitis, son algunos de los caballos de batalla a los que nos tenemos que enfrentar durante el estío.
Estío que a veces muta en hastío, más aún cuando estamos lejos de nuestro lugar habitual de residencia y nos vemos obligados a acudir a centros médicos de Urgencias atestados o saturados durante el período vacacional. Metemos así en la ecuación a nuestra salud ocular, aunque ya decimos que no es la única porque los enemigos se multiplican.
Factores tan aparentemente triviales como un bañador mojado, unas tapas en una barra de un bar o una siesta improvisada sobre una toalla a pie de playa pueden significar cistitis, gastroenteritis o una insolación sin que nos demos cuenta. Factores que más o menos ponemos coto a menudo y que damos por sabidos.
Sin embargo, la salud ocular suele pasar a un segundo plano y nos pilla más desprevenidos. Bien porque el resto del año no le prestamos tanta atención o bien porque su sintomatología no nos espanta hasta que la situación se vuelve demasiado grave. Todo ello teniendo en cuenta que hay tres protagonistas del verano: sol, arena y agua, que son enemigos incondicionales de los ojos.
Por estos motivos, las conjuntivitis en verano aumentan de manera exponencial, casi un 30% más de lo que sucede el resto del año, y es un frecuente motivo de consulta a ambulatorios y urgencias durante los meses de verano. Víricas, bacterianas, irritativas y alérgicas, estas más extemporales, son los tres caminos por los que la conjuntiva de nuestros ojos se inflama.
Los síntomas, fácilmente reconocibles por un especialista, pueden solaparse al principio y que los confundamos simplemente con una cierta irritación, con cierta hinchazón por un mal descanso o que simplemente consideremos que son unas legañas algo más gruesas de lo habitual. Por desgracia, como aseguran desde Clínica Baviera, uno de los centros de referencia en oftalmología en Europa, con más de 60 clínicas en nuestro país, no es así.
De hecho, uno de esos agresores puede ser el cloro, lo cual podría llevar a pensar que las aguas de piscinas muy cloradas serían una forma perfecta de cuidar nuestros ojos. Nada más lejos de la realidad, explica el oftalmólogo Fernando Llovet, cofundador de Clínica Baviera, «la incidencia de las conjuntivitis aumenta, en algunos casos debido a que las sustancias químicas que se emplean para higienizar su agua, como el cloro, pueden causar irritaciones en los ojos y dar lugar a infecciones». Para poner cara a la conjuntivitis, explican ciertos síntomas que no pasan desapercibidos:
- Enrojecimiento y escozor ocular
- Sensación de cuerpo extraño
- Lagrimeo
- Hipersensibilidad a la luz
«Son síntomas característicos de las conjuntivitis y tiene que ver mucho con la irritación que genera el cloro de las piscinas», asegura el doctor Llovet. «Esto se produce porque nuestros ojos están cubiertos por una película lagrimal que se regenera de forma continua y nos protege de las sustancias nocivas, además de eliminarlas», indica el cofundador de Clínica Baviera. «Cuando se ve alterada por el cloro se pueden producir irritaciones e incluso infecciones», apostilla.
Además, como es evidente, el cloro no es la panacea, ni por exceso ni por defecto. A veces no elimina todos los gérmenes que pueda contener el agua, lo que favorece la presencia de conjuntivitis bacterianas. Algo que también sucede con los baños en aguas que no estén limpias o tratadas como ríos, embalses, pantanos o piscinas naturales.
En el caso en el que el cloro no haya eliminado del todo los gérmenes que puede contener el agua, se puede favorecer la presencia de conjuntivitis bacterianas, al igual que sucede con los baños en aguas que no estén limpias, como en algunos ríos o pantanos.
Los siete consejos para evitar la conjuntivitis de verano
Profilaxis antes de la exposición y después de la exposición son los remedios para intentar que nuestros ojos no nos den la lata durante el verano. De igual modo que protegemos nuestra piel o nuestro pelo, los ojos también deben tener una protección extra para evitar que la conjuntivitis acabe haciendo acto de presencia.
También pequeños detalles de higiene doméstica son fundamentales para aumentar esta protección y, aunque no tengamos ninguna patología ocular previa o no suframos defectos refractarios como la miopía o la hipermetropía, seguir pensando en colirios, lágrimas artificiales o suero fisiológico puede hacernos mucho bien. Más aún en zonas de mucha sequedad y baja humedad ambiental o cuando estamos en espacios cerrados con aire acondicionado.
Usar gafas de buceo
Tanto para adultos como para niños, pero sobre todo para estos, pues es más habitual que abran los ojos bajo el agua o tengan más interés en el fondo submarino. Con su uso conseguimos evitar el contacto directo del ojo con el agua, independientemente de que lo hagamos en aguas cloradas, aguas salinizadas o aguas sin tratar.
Así no solo vamos a evitar irritaciones —el cloro irrita, pero el agua de mar también—, sino que reduciremos las posibilidades de que entren gérmenes en la conjuntiva que, a lo largo del día, pudieran acabar causando conjuntivitis.
No tocarse los ojos
Un gesto tan aparentemente inocuo como cargado de peligro, pues frotarse los ojos con las manos, ya sea con los dedos, la palma o con el dorso de ésta significa acercar a la superficie del ojo todos los gérmenes que las manos contienen, exponiendo a párpados y piel circundante a un montón de patógenos que pueden afectarnos.
Por eso es conveniente no tocarse los ojos, mucho menos rascarse, después de los baños en la piscina o en la playa, sobre todo sin haberse secado o aclarado las manos o, casi peor aún, cuando hemos estado en contacto con el césped o la arena. Todas estas situaciones pueden incrementar la irritación causada por el cloro y favorecer la entrada de elementos dañinos.
Ducharse al salir de la piscina o de la playa
Es otro gesto trivial que por pereza muchas veces pasa a un segundo plano. Lo irónico es que solemos pensar que los beneficios de estas duchas, tras salir de aguas saladas o de aguas cloradas, solo tiene que ver con la salud de nuestra piel, pues son agentes que deshidratan bastante y nos dan esa sensación rasposa al salir si no lo quitamos.
Como es lógico, a nuestros ojos tampoco les hace especial ilusión que vayamos con las manos cargadas de cloro o arena y que luego nos arriesguemos a pasarlas por ellos, razón por la que es mejor eliminar toda la cantidad posible de cloro con la ducha.
No compartir toalla ni cosméticos
Suena drástico, pero compartir estos dos elementos es una forma súper sencilla de acelerar la transmisión de una conjuntivitis bacteriana. Las toallas, además, deberían lavarse con frecuencia y no reutilizarlas una y otra vez, pues al final las depositamos sobre arena, tierra o césped que pueden estar llenos de patógenos, acumulándose en ellas sustancias nocivas.
Por este motivo y por la forma en la que nos secamos, incluyendo la cara o los ojos, no deberíamos utilizar toallas que no fueran nuestras. Lo que también sucede con ciertos cosméticos, sobre todo con el factor de protección solar destinado a la cara, pues lo pasamos por la temida zona T, los párpados y realmente cerca de los ojos, pudiendo también contagiarnos por su uso.
El suero fisiológico como aliado
Es barato, es efectivo y es fácil de encontrar, pero no suele formar parte de nuestros botiquines hasta que no aparece una conjuntivitis o una herida superficial que necesitamos limpiar. En cualquier caso, el suero fisiológico es un leal compañero para volver de la playa o la piscina y su administración es bien sencilla.
Basta con depositar unas gotas en los ojos, lo que favorecerá la limpieza ocular y evitará las irritaciones que el cloro haya podido causar. Junto a él, el uso de lágrimas artificiales humectantes servirán para recuperar la superficie del ojo que se haya visto alterado, proporcionando además una sensación de frescor y alivio inmediato.
Proteger los ojos
Hemos ahondado por activa y por pasiva en la importancia de proteger los ojos, sobre todo en verano, aunque es igual de importante que lo hagamos todo el año. Evidentemente, en verano, con altas temperaturas, baja humedad y con un grado de insolación alto es más relevante, pero el invierno o el otoño no deben quedar atrás.
Es tan sencillo como ponerse unas gafas de sol que tengan un cristal protector homologado para hacer frente a los rayos UV y que además de proteger de la radiación solar supongan una barrera para otros enemigos. Entre los más frecuentes, el polvo, la arena, el aire o las partículas en suspensión que pueden estar en éste.
Evitar o minimizar el uso de las lentillas
Sean de uso diario, rígidas, semiblandas o desechables, las lentillas no deberían ser las protagonistas en los ojos de miopes o hipermétropes. O no al menos cuando tengamos intenciones de bañarnos, independientemente de que sean piscinas, playas, ríos o cualquier otro tipo de agua, salinizada, clorada o sin tratar.
Estas hacen que exista aún más riesgo de infección, debido a que pueden acumular gérmenes. Además, es aconsejable prestar especial atención su limpieza durante esta época del año, pues solemos tener las manos más sucias y no nos damos tanta cuenta de esta situación, a lo que hay que sumar la presencia de ese frotado de ojos por un aumento de la sequedad ocular.