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Así lesiona el calzado de verano tus pies al ritmo de sandalias y chanclas

No todo son buenas noticias en verano, o no al menos para tus pies si no se presta atención a lo que nos calzamos

Así lesiona el calzado de verano tus pies al ritmo de sandalias y chanclas

Una mujer con cuñas descalza en la playa. | ©Unsplash.

A veces el verano se convierte en una suerte de todo vale donde dejamos a la salud en un segundo o tercer plano, y eso en el mejor de los casos. Si hablamos de calzado, momento en que los pies piden algo más de libertad y mucha menos tela, los sospechosos habituales de acabar suponiendo dolor, malestar, esguinces o torceduras tienen nombres bien conocidos.

Chanclas, sandalias, esparteñas, cuñas o tacones entran en la lista de sospechosos habituales para ellos y para ellas, disfrazados de amabilidad, frescura y de una pátina de libertad que a veces, cuando ya es tarde, acaba pasando factura. No a todo el mundo, evidentemente, pues hay ciertas personas que suelen capear con facilidad los riesgos de estos calzados.

Además, como resulta evidente, el calzado cerrado no es la panacea cuando hablamos del verano. Poca transpiración y estructuras demasiado rígidas suelen estar en el abecé de los inconvenientes que este tipo de calzado supone. Aquí podemos extender el repertorio hasta casi ad eternun, bien sea a base de deportivas, de zapatos profesionales o incluso de un tipo de calzado relativamente fresco como los mocasines que, sin embargo, tampoco se libran de los inconvenientes.

En cualquier caso, hemos de decidir qué tipo de calzado utilizar y, sobre todo, cómo comprarlo para que realmente se amolde a nuestros pies y a corto, medio y largo plazo no tenga por qué suponer ningún tipo de malestar. Un concepto que parecemos olvidar durante las vacaciones, apelando a las primeras chanclas o sandalias que encontremos, sin darnos cuenta de que por diferentes motivos pueden no ajustarse a nuestros pies, pero vayamos por partes.

Por qué el calzado de verano es una tortura para nuestros pies

Antes de sentar en el banquillo de los acusados a sandalias, chanclas, manoletinas, esparteñas, bailarinas y un sinfín de zapatos ligeros, hemos de tener claro de qué pretendemos acusarles. Por norma general, los ejemplos expuestos son claros estandartes de las suelas demasiado finas y apenas tienen perfil, es decir, no respetan el desnivel que nuestro pie tiene entre los dedos y el talón, y el consecuente arco plantar.

El problema de los zapatos demasiado planos está en que demandan un extra de esfuerzo y de tensión a la fascia plantar y al resto de grupos musculares del pie, dando la sensación en muchas ocasiones de ir caminando directamente sobre el suelo. Este efecto sobrecarga los músculos y también supone un riesgo articular y óseo mayor. Algo que también sucede cuando utilizamos un calzado que tiene la suela demasiado fina, pues se acrecienta esa sensación de ir caminando sobre el suelo, no existiendo una suela que amortigüe nuestras pisadas y dañando toda la superficie plantar.

A eso hay que sumarle ciertas obviedades como la suciedad que generan chanclas y sandalias, pues exponen a una mayor parte del pie al contacto con el suelo y también suponen vía libre para que nos pudiéramos clavar cristales, guijarros, piedras y otros objetos punzantes que pueda haber en nuestro camino.

Dedos, tobillos y talones se enfrentan así a un carrusel de patologías que, sin casi pretenderlo, pueden venir asociadas a andar más de la cuenta con un calzado inadecuado, la proliferación de ampollas, los riesgos de una mala sujeción, el poco perfil del calzado o un exceso de humedad.

Un mayor riesgo de quemaduras solares

No echamos en falta al calzado cerrado hasta que es demasiado tarde. No significa que en verano estemos obligados a cumplir con este tipo de zapatillas o zapatos, pero sí que tienen ciertas ventajas, aunque en este caso podríamos con un poco de precaución cumplir con el expediente.

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Al cubrir menos los pies, los zapatos abiertos podrían aumentar el riesgo de sufrir quemaduras solares. ©Unsplash.

Lo que sucede es que la piel de los pies es bastante susceptible y delicada cuando hablamos de quemaduras solares porque en todo el año no les suele dar la luz de forma directa. Llega el verano y se abre la veda de chanclas y sandalias, que dejan buena parte del pie desprotegido, y si a ello le sumamos un día de playa o piscina, o una larga caminata, si no llevamos factor de protección solar nos arriesgamos a una buena y molesta quemadura, sobre todo en la zona del empeine, pero también los talones suelen llevarse buena parte de esta carga que luego supone no poder calzarse con comodidad.

Torceduras y esguinces a la orden del día

Insistimos: nuestra pretensión no es que entréis en la playa con botas de montaña, pero sí que al menos podamos utilizar un calzado de verano más amable con nuestros pies. Si pensamos en el calzado plano y corto del verano no hay más remedio que ver que la sujeción en los tobillos suele brillar por su ausencia.

Esto aumenta el riesgo de esguinces y torceduras, pues perdemos buena parte de ese asidero que sujeta la parte superior del pie, aunque no solo está en sujetar en la caña del tobillo nuestros pies, también en los dedos. Debido a la holgura que sandalias o chanclas suelen tener es también mayor el riesgo de que estos ‘bailes’ supongan malos apoyos y, por consecuente, una mayor incidencia de este tipo de lesiones.

Cortes, ampollas, rozaduras e infecciones, más madera para tus pies

Unos pies sucios son un imán para que distintos patógenos decidan alojarse en ellos, más aún si en la ecuación metemos agua como la de playas, piscinas o ríos. También, como es lógico, si además concursan las duchas públicas, tanto interiores como exteriores, que son un maravilloso caldo de cultivo para todo tipo de bacterias que encuentran en la mezcla de humedad y altas temperaturas su ecosistema favorito para proliferar y acabar aferrándose a nuestros pies.

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Las clásicas chanclas de dedo suelen obligar al pie a hacer un esfuerzo extra para que el paso sea regular, causando sobrecargas. ©Unsplash.

Esto es inherente a los calzados abiertos, pero podemos limitar su incidencia si estamos el menor tiempo posible en contacto con estas superficies. Sin embargo, los dramas del calzado abierto también supone esa propia suciedad y una mayor exposición de patógenos si ya tenemos pequeñas heridas superficiales, ampollas o rozaduras, muy frecuentes con los primeros compases de las vacaciones cuando intentamos habituarnos a este calzado.

Por último y no menos importante es el obvio riesgo incrementado de clavarnos cristales, piedras u otros objetos punzantes que pueden acechar en ríos, playas, paseos marítimos, verbenas, terrazas o bares, terrenos pantanosos donde los haya para encontrarnos algunos de estos enemigos que, como es lógico, es más fácil sufrirlos con calzado ligero. A ello hay que sumar su presencia en ciertas partes delicadas, como los espacios interdigitales en los que se suelen enclaustrar las chanclas de dedo. Con la presencia de arena allí más la fricción con el propio plástico es frecuente que aumenten las rozaduras.

Reumatismos y sobrecargas, el medio plazo del calzado de verano

Los tres primeros ejemplos suceden de forma inmediata o al menos a corto plazo, pero nos deberían preocupar más ciertas consecuencias de un mal uso del calzado de verano. Nombres como artritis, artrosis, además de metatarsalgias o fascitis plantar son muy frecuentes pues cambiamos los patrones de la pisada y aumentamos la tensión al caminar.

En el ejemplo de las sobrecargas debemos poner sobre la mesa los conocidos como dedos en garra, muy habituales cuando llevamos sandalias o chanclas con poca sujeción, donde vamos forzando un gesto que nos obliga, como si fuéramos aves, a sujetar la parte delantera del calzado con un extra de fuerza para que no se suelte.

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Al ofrecer una menor sujeción, el riesgo del calzado abierto ante esguinces o torceduras aumenta. ©Unsplash.

Aunque es necesario un abuso de este gesto para que se acaben formando estas deformaciones por un exceso de carga en las articulaciones, hay que recordar que también pueden complicarse por el abuso de calzados cerrados que compriman en exceso los pies. También sucede un cambio en los patrones de marcha, pues tenemos que andar más despacio, además de sobrecargar la musculatura que se encarga del movimiento de los dedos, por lo que podría sobrecarga tpr la musculatura de las piernas, en especialmente de la parte tibial y la zona de los gemelos.

Esto después podría venir asociado también al desarrollo de la fascitis plantar, que es la inflamación de la musculatura de la planta del pie y que se encarga de gestionar la zona de apoyo de los huesos del pie. Cuando se inflama, duele y dificulta el caminar, sobre todo si utilizamos calzados planos, poco adecuados a nuestro tipo de pie (sobre todo para pie plano, pie cavo o pie valgo) o si llevamos suelas demasiado blandas.

Por este motivo, se recomienda utilizar un calzado acorde a nuestro tipo de pie, asegurando además que tengan cierto perfil (que la parte del talón sea más alta que la parte de la punta), que aumenten la sujeción (si usamos sandalias, mejor las que sostengan bien el empeine) y que respeten la forma del pie.

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