THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Enhebrados en la siesta de un verano precoz

«Lanzó Amanda la mano hacia su espalda, se acarició el culo y buscó al final de su coxis la dureza mayúscula de la polla de Saúl»

Enhebrados en la siesta de un verano precoz

Una pareja acostada en la cama y entrelazada | Unsplash

El sol alcanzaba su máximo esplendor en los inicios de una pegajosa tarde de verano cuando Saúl tamborileó los dedos en la puerta. Se apresuró Amanda a abrirle retocándose antes el flequillo hacia el lado que pensaba que la favorecía más. Se saludaron con una sonrisa y Saúl se tumbó en la cama de un salto como si fuera la suya propia, haciendo saltar los libros y las gafas que Amanda se acababa de quitar.  «¿Qué?» , le preguntó con una mirada desvergonzada, «¿me vas a follar?» . Amanda trepó por las sábanas hasta tumbarse a su lado a una distancia suficiente en la que los cuerpos separados se tensaron ante la idea.  « ¿A eso has venido hoy? ¿A hacerme trabajar? ». 

Las cortinas mal cerradas dejaban traspasar un rayo de sol hiriente que dibujaba una línea recta a los pies del colchón. A cada lado de la cama, una mesita de noche tan impersonal como el hotel alojaba un vaso de agua fresca. Un cenicero improvisado y cada una de sus marcas de tabaco de liar remataban este bodegón contemporáneo. «Pero, ¿ni siquiera vamos a fumar?». Saúl la cogió de la cintura y la subió sobre él; le enmarcó la cara con las manos y con la mirada fija y la voz firme le dijo cuántas y cuántas ganas tenía de ella. Amanda al sonreír se le apretujaron los cachetes por la presión de sus manos y antes de llegar ante sí misma una imagen ridícula de su rostro Saúl ya la estaba besando

«La metía, la sacaba y la volvía a meter dura, ancha, jugosa, suave hasta que la hizo gemir»

En esta tórrida tarde de un verano precoz, la lengua de Saúl estaba tan juguetona como él mismo; la engrosaba poniendo conciencia en colmar la boca de Amanda. La metía, la sacaba y la volvía a meter dura, ancha, jugosa, suave hasta que la hizo gemir al ritmo de cada arremetida para esperar la siguiente y gemir otra vez. Lanzó Amanda la mano hacia su espalda, se acarició el culo y buscó al final de su coxis la dureza mayúscula de la polla de Saúl. La acarició palpándola de arriba a abajo, aún contenida su furia por la tela del pantalón. Se le coló la imagen de ésta en la boca y volvió a cabrearse con los dioses por los límites contorsionistas del cuerpo de los mortales. 

Se despegó con el desgarro de un tango de la boca de Saúl. Se deslizó como las curvas de una serpiente hacia las rodillas de él y cuando su cabeza estuvo a la altura de su ombligo se zambulló en éste como queriendo colársele dentro y comprender desde las entrañas sus laberintos. Enganchó con las manos y dientes el elástico de su pantalón y tiró de él hundiéndole la nariz como una cerda trufera. Saúl terminó la tarea levantando el culo, sacándose por completo el pantalón y abriendo las piernas ampliamente a cada lado. 

Hacía mucho calor pero los vasos no habían bajado aún ni un centímetro. Amanda le lamió los huevos. Estuvo ahí el mismo rato que tardó en babosearlos y borrar el rastro de su sudor. Le buscó la raíz de la polla, esa tensión que le nacía a Saúl en la base de los huevos y se prolongaba a lo largo de su polla hasta el glande, y siguió el camino que trazaba con la lengua. Se detuvo en la punta para surcar los pliegues de la corona y presionar con la lengua el agujero de la uretra que boqueaba escupiendo un líquido transparente, abundante y elástico,  que calmaba parte de su sed. Cerró los labios como si de un culo se tratara y la engulló. Se quedó allí ensartada absorbiendo lentamente la piel elástica que resbalaba sobre la rigidez del asta que la enmudecía; bajó el ritmo de las succiones y de la respiración. Dejó descansar la cabeza sobre la pelvis de él sin sacar el trozo de carne que se tragaba a dos carrillos; siguió chupando lentamente como si su polla la calmara como un chupete y fue entonces cuando oyó el primer ronquido de Saúl. El siguiente no lo percibieron sus oídos; había caído en el mismo sueño profundo que habían arrastrado a Saúl los grados de más de esa habitación sin frescura. Y así, enhebrados, durmieron juntos por primera vez. 

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