Comer caliente en verano tiene beneficios para tu cuerpo que debes conocer
No decimos que todo deba ser caliente —ni que esté ardiendo—, pero sí que le demos una oportunidad
Comer caliente puede resultar un oxímoron en verano, pero es posible que nuestro cuerpo estuviera más por la labor de lo que crees. Cierto que tu cabeza crees que pide frescura como la que da el gazpacho, el salmorejo o los zumos, pero la comida caliente podría hacerte más bien del que parece.
No decimos que debas comerte una sopa ardiendo. Aunque sí encontrar ciertas ventajas a la hora de comer caliente que son, ni más ni menos, las mismas que sucederían en invierno. Además, comer caliente no tiene por qué significar comer pesado, que es una trampa que inconscientemente nos hacemos a menudo.
Puede ser un plato ligero, pero caliente, como pudieran ser unas lentejas viudas —que no necesiten de la compañía del chorizo o de la morcilla— o incluso unas judías estofadas, igualmente prescindiendo del clásico compango. Por calórico, especialmente, y también porque las digestiones de las grasas saturadas son más lentas e ingratas.
Lo cierto es que, en circunstancias normales, nuestro organismo preferiría que consumiéramos comidas tibias o templadas antes que platos fríos. Insistimos en que no deben ser recetas que nos abrasen la lengua, pero sí comprender que puede haber alternativas calientes que nos vendrían bastante bien. Incluso fuera de las grandes comidas del día, pues incluso hay mejores alimentos para comer de merienda o tentempié, como ya te hemos explicado en otras ocasiones en THE OBJECTIVE.
Los beneficios de comer caliente
Lo primero que debemos tener claro es que ciertos elementos de la comida caliente van a ser más higiénicos que los de la comida fría, cruda o poco cocinada. Pensemos en todos los brotes que por una mala gestión de la cadena de frío o por ciertas bacterias se producen en verano. Quizá la reina sea la salmonelosis, pero no es el único peligro.
Cuando cocinamos a conciencia un alimento —aunque luego lo tomemos frío— estamos consiguiendo erradicar bacterias que pueden ser potencialmente peligrosas. Más aun cuando también pensamos en la conservación de elementos frescos como carnes, pescados o mariscos, donde puede haber un mayor riesgo cuando se consumen sin cocinar.
No obstante, también hay razones orgánicas que recomiendan hacerlo. Una de ellas, aunque parezca un contrasentido, es que ayuda a refrescarnos. Del mismo modo que tomar café caliente aumenta la sudoración, una comida caliente puede ‘encender’ nuestro organismo y permitir ese aumento de la transpiración, que no es otra cosa que la solución corporal que nuestro organismo tiene para rebajar su temperatura.
Curiosamente, otra de las ventajas tiene que ver con hacer la digestión. Cuando consumimos comida fría, nuestro cuerpo tiene que reintegrarla y volver a corregir su temperatura. Es un gesto pequeño, pero ha de regular ese termostato orgánico. Además de eso, la realidad es que digerir comida caliente es más sencillo, también porque su textura ya es más fácil de asimilar por el tracto intestinal. Lo contrario de lo que pasa con la comida fría, que es más difícil de deglutir en primera instancia.
Comer caliente en verano sin complicaciones: tres trucos
La cuestión es mantener un cierto equilibrio, intentando aportar también comidas calientes o tibias a nuestros menús. Incluso apostando por incorporarlas en platos relativamente fríos. Por poner un ejemplo, podríamos añadir unos trozos de berenjena a la plancha o asada a un clásico hummus. También jugar con las ensaladas de pasta, generalmente frías, y en este caso que sean tibias. Además, lo agradecerán porque los aliños y aderezos se impregnan mejor sobre pasta templada que sobre pasta fría.
Aunque sean habitualmente los primeros platos los que se presten a la cocina fría, si en términos nutricionales nos importa, también podemos dar margen a entibiar estos primeros compases de la comida. De hecho, conviene prescindir de aperitivos demasiado fríos y que sean grasos. Sucede, por poner dos casos, con los quesos o los embutidos. Sabrosos y socorridos, sí, pero que pueden provocar una sensación alta de saciedad y un desequilibrio de ciertos nutrientes como grasas saturadas o sales. Por eso, aunque sea verano, conviene siempre seguir pensando en el acto de cocinar desde el punto de vista nutricional.
Además, es en términos generales menos sabrosa porque nuestras papilas gustativas despiertan más su acción con comida templada o caliente. Como es evidente, tampoco estamos haciendo apología de que todo deba ser consumido caliente. No pretendemos calentar todas las ensaladas o las sopas frías, pero sí que tengamos en cuenta que comer caliente en verano nos puede venir bien. De un modo parecido, al exigir algo más de calma a la hora de comer, podemos aumentar la sensación de saciedad que no se produce de la misma manera con la comida fría.