THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Maullido de verano

«Nos adentramos en un naufragio de almohadas empapadas y besos frescos que ardían en nuestro rostro»

Maullido de verano

Maullido de verano. | Claudia Love (Unsplash)

Bajo un calor insoportable, nos abrazamos sin medir el tiempo. Amarse a cuarenta grados a la sombra requiere de un deseo inquebrantable y una cierta complicidad; así, ¿cuánto importan unos grados más a cambio de besos rebosantes de ternura? Un maullido febril que animaba a continuar con eso que le estaba haciendo culminó en un acto de entrega blanquecino sobre mi vientre. Fue en ese preciso momento cuando empezamos a follar. 

Follamos cuando le dije que de las Mil maneras de morir mi preferida había sido esa del pez y me miró con ojos de saber la locura que le decía. Le conté con detalle y drama la escena pesquera que acompañó mi insomnio una de las noches en que la basura televisiva me acunó sin suerte. Entre otras trivialidades, le conté sobre esa y otras muertes rocambolescas – ordenadas siempre en estricta preferencia – que me arropaban a deshora las noches que mi sueño hacía huelga general.  A su vez, él reveló su entusiasmo por Impacto Total, un programa de los noventa que también emitían a las tantas de la noche, y llenó de helicópteros en llamas y olas gigantes en tormenta las paredes de esa habitación; un intercambio de recuerdos de otra época que nos arrojaba directos a la mente del otro; que nos  mantuvo despiertos a pesar del alcohol que vestía nuestras venas, dilatadas como un volcán. 

Follamos a pulmón abierto, con risa de esa que ahoga, cuando sus platos favoritos de comida me resultaron tan desagradables, tan sumamente opuestos y contradictorios a los míos como el bochorno de la habitación y la brisa que traían nuestras palabras. 

Nos follamos en cada anécdota que le conté sobre los excéntricos pretendientes que torpemente intentaron seducirme y cómo ahora se volvían divertidos episodios de otra vida. Cada relato, cada beso reseco, augurante de agua, saliva o sudor, nos fortalecía; nos impregnaba de crema solar, de hojas frescas de aloe vera; nos rociaba con fina bruma de agua para seguir juntos derritiéndonos en aquel dormitorio sin ventilación. 

Así, en medio de risas y cariño, impulsados por el alcohol, la lujuria y nuestras ganas, nos adentramos en un naufragio de almohadas empapadas y besos frescos que ardían en nuestro rostro. 

Un tampón de más y un condón de menos nos obsequió con miradas mejores; mejores también la escucha, los espasmos y temblores que brotaron de su curiosidad por mi vulva. 

«Creo que fui yo la que se giró y frotó con furia sobre su erección, ansiosa ya por encarar esta dureza que se pronunciaba desde atrás»

Me abrazó desde atrás. Me abrazó y nos fundimos como hierro incandescente en un éxtasis compartido. Me abrazó desde atrás y me hincó su pene en la espalda. Sus dedos se perdían por mi coño y mi cuerpo se encontraba con el suyo con fervor. El roce de su pene timbraba mi espalda; sus dedos en mi vulva iniciaron el vaivén. Creo que fui yo la que se giró y frotó con furia sobre su erección, ansiosa ya por encarar esta dureza que se pronunciaba desde atrás, junto a su aliento en el cuello y sus gemidos en mi oído. 

Me buscó el clítoris con la misma delicadeza con la que buscó mi oreja para maullar un rato; precisa, justamente ese hacer fino era el que necesitaba mi coño para no emborracharlo con esos gestos de más que embuten y silencian los sentidos. Me encantan los abrazos desde atrás. Su excitación alimentaba la mía; mi culo se frotaba sediento de su dureza. Me gusta sentir la fuerza de las pollas en la espalda, por norma, por costumbre, así que creo que sí que fui yo la que se dio la vuelta y le miró; igual que le miré en el bar cuando creyó que mi invitación era broma y tardó un par de cervezas y un trozo de pizza más en creerla y cruzar la barrera de la timidez; ésa que hizo nuestras miradas cómplices y nuestro deseo dicho; la misma que nos hizo brindar por nosotros y comernos la boca salada de espuma. 

«¿Estás de broma, Amanda? » Le respondí un miau tan fuerte que nos acercó esa noche, nos lanzó a ronronearnos los cuerpos a pesar de los cuarenta grados a la sombra. 

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