THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Satisfecha

«Saúl la miró aún hocicado entre sus piernas y Amanda se revolvía para zafarse de su boca»

Satisfecha

Una mujer riendo, satisfecha | Unsplash

Amanda borra y vuelve a escribir a lápiz los números de un sudoku que no logra resolver. Las hojas del té han infusionado el doble del tiempo que requerían y sospecha que cualquier intento de guiso quedaría hoy salado o soso de más. Aún le hormiguea la pierna derecha; un rato más sentada en el váter y habría sido motivo de amputación. No tiene claro Amanda a qué fue ni en qué cuento anduvo hasta que la pérdida del tacto la alarmó y cojeó zarandeando de las piernas un puñado de moscas invisibles por toda la habitación. 

Anoche cayó rendida tras acompañar a Saúl a la puerta. Contempló su andar por el pasillo desde la mirilla y cuando le perdió de vista la silueta volvió a la cama para no volverse a levantar; ni a por agua ni a la ducha ni a mear. Todo lo que respiró a partir de entonces tenía el tono de los suspiros; se rió para sus adentros cuando advirtió que eso era sentirse a gusto. Le vibró el móvil en la espalda. Era Saúl y su tono burlón:  «¿Satisfecha?». 

Apenas unos minutos antes se había reído de igual modo para sus afueras.  Saúl la miró aún hocicado entre sus piernas y Amanda se revolvía para zafarse de su boca.  Le miraba y se reía a carcajadas, exhalando aún las notas de tensión acumulada en los músculos de todo su cuerpo.  Acababa de correrse alto, fuerte y profundo y una nostalgia de colores alegres la inundaba. No podía parar de reír ni tampoco podía mirarle a él. Saúl le soltó el coño como un perro de presa suelta su caza ya inerte. Sentado entre las piernas de Amanda con su entereza habitual, la miraba retorcerse de risa, esquivarle la mirada y pronunciar un saco de incongruencias.  Con tanto brinco absurdo parecía endemoniada  por un diablo cachondo y de poca maldición. 

« ¿Te has corrido bien? » , le preguntó interesado pero Amanda no pudo más que taparse la cara con la almohada. Desde allí, con la voz ahogada por la presión y el algodón, supo contestarte un sí infantil que desvirtuaba las cuatro décadas con las que ya pisaba el mundo. « Me da vergüenza mirarte. Saúl, no me mires que no te puedo mirar, de verdad».  

«El vaivén de su lengua la mecía en una nana embriagante que le iba emborrachando la vulva con una armonía rítmica de notas graves y agudas»

Antes de todo este sonrojo, cuando Saúl le abrió las piernas para chuparle pétalos, estambres y pistilo le dijo que lo haría tranquilo y sin interrupción. El coño de Amanda, al oír esto, se inflamó. Saúl encajó la boca sobre los labios abultados de ella; los separó y dejó expuesto a la oquedad de sus fauces todo su interior. El calor de su aliento la entibiaba con el gusto de una bolsa de agua caliente en la espalda un día frío de invierno. El vaivén de su lengua la mecía en una nana embriagante que le iba emborrachando la vulva con una armonía rítmica de notas graves y agudas; de esas que hacen estallar de algún modo el corazón; de esas que llegan a un alma impura, encarnada y sensible que no se eleva ni trasciende, sino que aterriza calada y empapada, y ruega para que no pare lo que sea que estuviera haciendo semienterrado en su interior. 

Saúl cumplió su promesa; tranquilo y sin interrupciones recibió un suave golpe de pelvis en los dientes. Amanda se apretaba contra él, quería ser engullida sin masticar y que la dulzura de su lengua ensalivada le cosquilleara sin mediadores la médula espinal. Le folló la boca como solía follarle la polla en los días suaves, con una oleada de idas y venidas que tuvo que sostener Saúl apretandole las caderas. Y allí, mientras le clavaba Amanda los dedos en los hombros, mientras le clavaba Saúl los dedos en las nalgas,  se tensó al son de un larga inspiración que espiro con un bramido de ciervo en plena berrea. 

No, no podía mirarle Amanda después de verle tanto rato pausado, entregado y sin tiempo para todo su coño. No podía sostener la mirada que le gritaba cuánto le gustaba, cuánto la hacía sentir, cuánto le anhelaba cada rato que sus pieles no se rozaban, cuánto de él quería sin normas ni nombres. Amanda se corrió alto, fuerte, largo y profundo en su boca, bajo su lengua, ante su mirada y parece que eso, cuando logró respirar, era sentirse satisfecha. 

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