Son muchas las dietas que, con sus síes y sus noes, adoptan las personas que pretenden adelgazar. La dieta disociada es solo una más y, aunque no ha tenido nunca especial pábulo, es especialmente controvertida. Bastante antigua, la dieta disociada se basa en una creencia —refutada científicamente— de que el organismo secreta distintos tipos de enzimas digestivas en función del tipo de alimento que consumamos, ya sea ácido o alcalino.
La teoría, ideada a principios del siglo XX por el doctor William Howard Hay, luego fue evolucionando. Aunque se conoce popularmente como Dieta Hay, de la cual hay estudios de su inconcreción y poca eficacia. Se dejó atrás el mantra de alcalino y ácido para indicar otros caminos. En este caso, igual de disociados, pero de la misma manera erróneos. La teoría ha, si es que se puede llamar evolución, a principios de esa disociación alimenticia.
De esta manera, apuntan a consumir sólo un tipo de alimento por día o por comida. También, en discriminar las distintas comidas del día y consumir en ellas, en función del momento, un determinado alimento. Crean así tres compartimentos principales que tienen que ver con los macronutrientes principalmente, creando barreras entre proteínas, almidones y lo que se consideran alimentos neutrales.
La dieta es particularmente caótica y difícil de entender. Además, es fundamental comprender que las dietas por sí mismas y con sus restricciones —del tipo que sean— no garantizan la pérdida de peso. En ese sentido, recordar conceptos como el déficit calórico, del que ya te hablamos en THE OBJECTIVE, es fundamental para conseguir adelgazar.
Qué comer dentro de una dieta disociada
Es un concepto ambiguo de régimen alimenticio, pues se puede comer de todo, pero no cuando ni como quieras. Implica así que hay alimentos prohibidos más allá de ciertas lógicas. Es el caso de los procesados de harinas refinadas, los azúcares añadidos o los productos procesados como embutidos, salchichas, beicon y precocinados en general. Por tanto, el problema viene en el caos de cómo combinar los alimentos. Junto a él, las complicaciones de realmente alcanzar las cantidades necesarias de macronutrientes diarios con esta complejidad alimenticia.
Por ejemplo, las frutas ácidas no se deberían combinar con frutas dulces. Pero sí con semillas o frutos secos, aunque nunca con proteínas o hidratos de carbono. Algo que tampoco se puede hacer con las frutas dulces. Aparte de eso, es importante abrir el abanico de las hortalizas y verduras que no tienen almidón y que entrarían en ese concepto de alimentos neutrales.
Por suerte, sí se pueden mezclar con proteínas, grasas o hidratos de carbono. En esta categoría, por cierto, entran la mayor parte de las hortalizas y verduras, a excepción de los tomates. Por descontado, nunca con las hortalizas almidonadas (patatas y tubérculos, calabaza o guisante).
En ese mismo sentido, se supone que los hidratos de carbono y los almidones no deben mezclarse en con proteínas o con frutas, aunque sí con las verduras neutrales. Tampoco, en teoría, deben mezclarse las proteínas de origen vegetal como las legumbres o los frutos secos con hidratos de carbono. Ni consumir a la vez carnes (proteínas de alto valor biológico) con hidratos de carbono.
Las complicaciones de una dieta disociada
La complejidad de la dieta no sólo viene dada por tener que discriminar qué comer. También por los patrones de cuándo comer o cuánto tiempo dejar pasar entre comidas. De esta manera, para no fallar son muchas las personas que hacen una dieta disociada extrema. Se convierten así en más restrictivas, evitando así ese error que, como hemos explicado, no tiene fundamento científico.
Al abrirse la veda a un sistema de determinados macronutrientes al día, se corre el riesgo de una incorrecta ingesta de estos. Además, aunque en la dieta disociada se apuesta por tomar alimentos de alta densidad nutricional —lo cual es bueno—, segregarlos por tipo de alimento es complicado y perjudicial, pues entre ellos se ‘retroalimentan’ y permiten no sólo el equilibrio de macronutrientes, sino también de otros compuestos. Es el caso de los micronutrientes o de los aminoácidos que normalmente sí se alcanzan gracias a dietas más equilibradas.
Además, con la criminalización de ciertos alimentos o su veto temporal, este tipo de dietas especialmente restrictivas pueden desembocar en desórdenes alimenticios. Sumados a la confusión que genera de por sí mantener ese tipo de regímenes, una dieta disociada es compleja de seguir y, sobre todo, poco recomendable y poco eficaz.
En este sentido, también es habitual que nos hagamos trampas al solitario, pues se sustenta sobre la ganancia de peso a raíz de la combinación de los alimentos. Una realidad evidentemente falsa, pues no se puede reducir al absurdo que un alimento, por acompañarse de otro, sea más o menos calórico.