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Cómo afrontar la soledad en la madurez: un fantasma invisible, pero presente

El miedo a dejar de sentirse útil e independiente es una realidad que, sumada a la desconexión social, es muy peligrosa

Cómo afrontar la soledad en la madurez: un fantasma invisible, pero presente

Un hombre sentado en un banco | ©Freepik.

Resulta triste comprobar cómo soledad y madurez pueden ir de la mano. A medida que nos hacemos mayores, nuestro círculo social tiende naturalmente a reducirse. La realidad, además, es más tozuda de lo que parece. Pensar que la soledad en la madurez se limita a cuando nos acercamos peligrosamente a los ochenta años es un error.

La sensación de soledad en la madurez comienza, más o menos, a plasmarse más allá de los cincuenta años. No es una regla, evidentemente, pero en muchos casos es cuando comienza a manifestarse con más claridad. Cambian los hábitos de vida, cambian las amistades y también se modifican muchas rutinas. Sin embargo, el gran salto se producirá una vez jubilados, marcando esa barrera más allá de los 65 años donde el mazazo social es más acusado.

Hasta entonces, con más o menos éxito, se formaría parte de la población activa del país. Siendo laboralmente útiles no sólo contribuimos con sus pros y contras al mantenimiento social, sino que nos sostiene en un nivel de actividad medio o elevado. Sin embargo, de la noche a la mañana, la situación cambia. A partir de esa jubilación se abre una veda de tiempo libre que, si no la hemos curtido previamente, puede ser un auténtico abismo.

Una realidad al alza en las sociedades occidentales

Un hombre experimenta la soledad en la madurez
Aunque se acrecienta con los años, se puede experimentar esta sensación de soledad a partir de los cincuenta. ©Freepik

Si a ello se le suma, como pasa en muchas casas, el temido síndrome del nido vacío —del que ya te hablamos en THE OBJECTIVE—, la situación se multiplica. De esta manera, en muchos ejemplos de matrimonios maduros se ve la ‘fuga’ de los hijos como otro clavo más. No siempre, pues también a veces se comprueba como una cierta liberación, pero es evidente que influye en la forma de gestionar nuestras vidas. Aun más en la situación de baja natalidad y de paternidades cada vez más tardías que se observan en las envejecidas poblaciones occidentales. Una realidad frecuentemente estudiada y de la que hay notable literatura médica.

Lo cierto, guste o no, que en sociedades envejecidas y con menos hijos, donde los nexos familiares son cada vez más débiles, se multiplican los factores para que la soledad en la madurez sea demoledora. Curiosamente, un estudio de la Universidad de Cambridge además comprueba que esta situación es más dura cuanto más tradicionalmente aislada e introvertida es una sociedad.

Los riesgos de la soledad durante la madurez

No hemos mencionado el caso extremo que supone, como se puede advertir, el hecho de unirnos en un matrimonio. La soledad durante la madurez, gestionada dentro de un matrimonio, es más liviana y la carga fácil de compartir. Sin embargo, si quitamos uno de los sumandos de la operación, las probabilidades de continuar adelante también se hacen más costosas.

Es algo que también se ha estudiado con cierta frecuencia, analizando la aflicción del luto en la persona que sobrevive y las consecuencias emocionales son terribles. Un aumento de la disforia, de la insatisfacción y de la sintomatología vinculada a la depresión crece exponencialmente. Además, como explica este estudio, esa disforia también dependía del número de años de matrimonio. A relaciones más largas, duelos más sentidos y dolorosos, lo cual parece tener sentido.

Sin embargo, no se circunscribe la soledad en la madurez sólo a esta circunstancia. Como decíamos, esa ‘muerte’ laboral también afecta, reduciendo esa sensación de utilidad que podríamos tener. Como plus ultra, otro factor: el creciente número de achaques o enfermedades. El combo, por tanto, parece remar siempre en contra de la felicidad si estamos solos en la madurez. De hecho, incluso en ciertos ejemplos de compañía puede sentirse igual de de crudo.

Una realidad que, incluso en ejemplos donde la soledad no ha hecho mella en gran medida, también florece. El sentimiento de no poder o de depender puede ser muy frustrante. Pérdida de visión, de audición, de movilidad… Factores inherentes al envejecimiento que, relacionados al edadismo, van sacando del camino a los más mayores.

Cómo afrontar la soledad durante la madurez

Un hombre con un ordenador sentado en un parque
Conviene, además de mantener actividades, incorporar nuevos hobbies. ©Freepik.

Como en todo cambio vital, sería conveniente ser consciente antes de que suceda y prepararse para ello. Es evidente que hay factores incontrolables, pero también factores que sí podemos manejar. Ir desarrollando durante nuestra vida una red de contactos fiable —no solamente amplia—, cultivar amistades en diferentes espacios vitales y tener hobbies u actividades serán buenas herramientas para no enfrentarnos en soledad a la madurez.

Entre los hobbies, evidentemente, conviene implementar aquellos que repercutan positivamente en nuestra salud. Hacer deporte, del tipo que sea, será un buen comienzo o una buena forma de mantenerse. Por contra, conservar hábitos tóxicos —por muy arraigados que estén— no es una gran idea. No obstante, en cierto modo hay determinadas rutinas cotidianas que, sin ser recomendables en términos generales, pueden ayudar a ciertas personas.

Parte de esa conservación de rutinas es clave —no hablamos de las tóxicas, sino en términos generales—, pues nos mantienen en un alto grado de actividad. Quizá nunca les prestases atención como terapia, pero gestos como pasear al perro —o cuidar a un animal doméstico—, hacer la compra, cocinar, limpiar la casa, escribir y leer o jugar a juegos de mesa —incluidas las cartas— son parte de esa terapia gratuita que nos puede hacer sentir mejor. Como es lógico, compartidas pueden saber mejor.

Invertir el tiempo con cabeza

Si estamos solos, los recursos de centros de mayores (habituales en las grandes ciudades) o reunirnos en comunidades más pequeñas, como sucedería en los pueblos, pueden ser de gran ayuda. Adscribirnos también a ciertos voluntariados que se ajusten a nuestras competencias puede ser también una forma de mantenernos en activo. En cualquier caso, esta persecución de la utilidad también debe sernos útiles por sí misma, no sólo por el hecho de ocupar nuestro tiempo. El tiempo, como diría el aforismo, es oro y, a medida que nos hacemos más mayores, el tiempo de calidad escasea mucho más.

Del mismo modo que otro aforismo, ese ‘Ancora inparo’ o ‘Aún aprendo’ que se asoció a Miguel Ángel Buonarroti, nos vendrá bien. Caer en el conformismo y reiterar lo mismo puede también invitarnos a no progresar. Mejorar, cambiar ciertas dinámicas e involucrarnos con ellas —siempre que puedan estar a nuestro alcance— es más que útil en este tipo de madurez consciente.

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