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Frío y genética: por qué tu relación con el mal tiempo puede venir de muy lejos

Quizás haya que encontrar a los responsables varios decenas de miles de siglos atrás…

Frío y genética: por qué tu relación con el mal tiempo puede venir de muy lejos

Un hombre abrigado ante el mal tiempo. | ©Freepik.

Prácticamente no hay condicionante que escape a las razones por las que sentimos frío o de por qué, a ojos de los que nos rodean, podemos ser más frioleros de la cuenta y es que frío y genética van de la mano. Sin embargo, la cantidad de factores que pueden afectar a cómo percibimos la temperatura nos invitan a pensar que hay un más allá.

Evidentemente, hay más factores que marcan cuán resistentes somos al frío. Todos hemos topado en algún momento con ese ejemplo en el que, a igualdad de temperatura, alguien que nos rodea está tan tranquilo y nosotros estamos tiritando. También podría ser al contrario y ser nosotros los que ni sintamos ni padezcamos, mientras que los frioleros sean los que nos rodean.

Sea como sea, la forma en la que percibimos la temperatura —independientemente de que sea calor o frío— va determinada por muchos factores. Algunos, como es lógico, son inherentes a nuestra propia composición. Otros, sin embargo, también tienen que ver con la complexión o con nuestra adaptación al ambiente.

Lo que se comprobó hace varios años, según este estudio del Instituto Karolinska de Suecia, es que también nuestra genética influía. De hecho, esta variante encontrada en el gen del músculo esquelético ACTN3 sería la que justifica que haya personas más resistentes a las bajas temperaturas.

Cómo la genética influye en la percepción del frío

Un hombre con buena genética expuesto al frío
Son muchas las variables que se relacionan con la percepción del frío. ©Freepik

Aunque el estudio se publicó en 2021, la realidad de este hallazgo habría que encontrarla hace varios milenios atrás. No se puede cifrar, como es lógico, pero más o menos tienen claro que este cambio genético se debió a un fenómeno trascendental: el comienzo de las migraciones del Homo Sapiens.

A medida que el ser humano comenzó a marcharse de África, las temperaturas ambientales disminuían cuanto más se alejaban de la línea del ecuador. Ahora, miles de años después, este equipo de investigadores ha comprobado que esa vinculación tiene que ver con la ausencia de la ACTN3.

Sintetizada en este nombre, lo cierto es que esta relación genética con el frío tiene mucho que contarnos. Según el estudio, lo que han comprobado es que las personas más resistentes al frío son aquellas que carecen de una proteína muscular muy concreta. Conocida como alfa-actinina-3, su ausencia se debería a un cambio genético en el ACTN3 antes mencionado.

Esta modificación, completamente casual, se empezó a hacer más común en los humanos modernos que dejaron África. Al expandirse hacia continentes más fríos como Europa o Asia, su genética varió para hacerlos más resistentes a los nuevos climas en los que se adentraban.

Un experimento a 14º y la reacción de las fibras musculares

Para llegar a esta conclusión, los investigadores —junto con varios equipos más en Lituania, Suecia y Australia— sometieron a 42 varones adultos un experimento con agua fría. El trabajo consistió en exponerlos a agua a 14º durante, como máximo, dos horas o hasta que la temperatura corporal bajase a 35,5º. Para no ser especialmente cruento, el experimento dividía el tiempo en intervalos de 20 minutos de sometimiento al frío, alternándolo con descansos de diez minutos a temperatura ambiente.

Un hombre nadando en un lago
Nuestra resistencia al frío puede estar influída por la ausencia de una proteína. ©Freepik

Según sus resultados, sólo el 30% de los participantes que sí tenían esta proteína consiguieron superar la prueba. Por contra, un 69% de los que no la tenían completaron los 120 minutos. Además, midieron el número de escalofríos que los participantes sufrieron durante la exposición, comprobando que los que no tenían la alfa-actinina-3 temblaron menos.

Entre las explicaciones que vinculan genética y frío hay que entender el tipo de fibras musculares que componen nuestros músculos esqueléticos. En este caso se trata de dos tipos, las rápidas y las lentas, siendo la alfa-actinina-3 una de las que se consideran rápidas. Por ejemplo, su utilidad se vincula a contracciones veloces y enérgicas, como las que se realizan al correr un sprint. En caso contrario, las lentas son menos explosivas, pero presentan una mayor resistencia a la fatiga. Por este motivo, el estudio aventura que esta mayor resistencia podría ser también la que esté vinculada a la respuesta al frío.

Qué factores influyen en la percepción del frío

Que tengamos o no esta variante genética no nos convierte en superhombres, pero sí en personas que podríamos sentir menos las bajas temperaturas. Sin embargo, hay muchas más realidades que también afectan a cómo percibimos la bajada de las temperaturas y obedecen a causas muy diversas. Razón por la que también siempre conviene recordar cómo, por ejemplo, hacer deporte con mal tiempo de forma segura. Algo que ya te explicamos en THE OBJECTIVE.

Hay un condicionante de género que haría que, por la propia composición muscular y el tamaño, las mujeres sean más sensibles al frío. Del mismo modo, se estima que las personas con más grasa corporal tolerarían mejor el frío que las personas delgadas. También sucede a medida que envejecemos, razón por la que también sentimos de manera más acusada el frío en la tercera edad o incluso la vinculación del metabolismo, donde las personas con un metabolismo más rápido sentirán menos el frío. No obstante, en este ejemplo no se trata de vincular frío con genética.

A partir de ahí hay variabilidades que también se ‘entrenan’ y que van determinadas por nuestra adaptación al medio en el cual hayamos crecido. De esta manera, para una persona acostumbrada a climas fríos un invierno español puede ser relativamente asequible y, sin embargo, un verano de 40º puede ser un auténtico tormento.

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