THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Entre aliento y espuma

«Esos dedos tuyos juegan, saltan y corretean sobre la hierba húmeda que es ahora mi coño con el rocío de la mañana»

Entre aliento y espuma

Mujer fregando los platos. | Wikimedia Commons

Se sorprende con la cabeza metida casi en el fregadero. Es así como siempre termina con dolor cervical, pero «¿no será quizás que ponen las encimeras de la cocina demasiado bajas?» , se plantea mientras corrige la espalda y los hombros. Se estira, recompone su figura esbelta e inhala como si eso le ayudara a ensartar de nuevo cada vértebra en su orden y lugar. Recuerda lo que viste: unas bragas sin pena ni gloria y una camiseta con el cuello cortado por el que se le escapa un hombro. Aún lleva puesto el sujetador, se lo mira y le gusta. Los vaqueros resbalaron por sus piernas de junco al poco tiempo de cruzar la entrada de su casa. Quedaron del revés a las puertas del armario, «luego los doblo», se dijo.  Tiene las manos enjabonadas hasta la muñeca; tiende a excederse con el lavaplatos porque generar y repartir la espuma le divierte sin saberlo. Sopla y se ayuda de un gesto, un golpe enérgico, que le ayuda a apartarse el flequillo de los ojos. Lleva una coleta mal cogida, de esas rápidas de media vuelta que se va resbalando poco a poco. La goma está tan gastada y cedida como el elástico de sus bragas, que ya no le ciñen los muslos. Los mechones tímidos se escabullen y le aportan esa dulzura salvaje que Amanda sólo cree que tiene en los ojos.   

Enjabona cuchillos, platos hondos, un colador. Vuelve a corregir la postura y piensa:

«Saúl, sé que me miras desde el sofá. Te gustan mis bragas caseras, por eso nunca tuve que disimular que las prefería. Sé que mi pelo revuelto forma parte de la ternura con la que me miran tus ojos. Ahora te me acercas, me susurras al oído y me agarras por detrás. Quiero que seas brusco y seguro, Saúl. Que no dudes de los haceres de tus manos sobre mí. Que no frenes el ansia que el tacto de mi piel te genera. Pon una mano en mi cadera y desliza la otra por las nalgas hasta mi hendidura latiente que cada vez se hace más evidente y húmeda. Tus dedos están fríos en el contraste de mi vulva febril. Es el frío que hace real el momento, el pellizco de los que sueñan despiertos. Un apretón sobre el grosor de mis labios harían aún más palpable esta realidad. Esos dedos tuyos juegan, saltan y corretean sobre la hierba húmeda que es ahora mi coño con el rocío de la mañana. Reinventan valles y colinas; nuevas flores. Tres dedos en mímesis de calor. No respiro. Espero. Espiro y se cruzan dos alientos. Me llega desde la mejilla el olor de tu boca, de tu saliva que se prepara para salir desorbitada hacia la comisura de mis labios, que es hasta donde llega tu lengua desde esta esquina en la que te vislumbro. Me gruñes con el anhelo de devorarme el rostro y masticarlo hasta que no quede ni tan solo un poro mío fuera de ti. Sé que te gustan estas bragas porque facilitan tu paso, porque destruye el castillo de provocación forzada para que quede solo la esencia de lo que soy para ti;  yo, la mundana y mortal, la que friega y se queja, la que no sabe que hay dulzura salvaje en mí más allá de mis ojos. Aún no puedo tocarte, Saúl, el agua caliente sigue aclarando el exceso de espuma con el que acostumbro a limpiar con ahínco cada uno de los cubiertos con los que habríamos cenado. Oigo el agua que sigue corriendo y distingo un carraspeo. Te aclaras la voz y no dices nada. Nada, Saúl, porque no estás». 

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