Orgasmos de pezón y lentejas con calabacín
«Sobre el cuello le respiraba la excitación de él que iba cobrando forma en gemidos roncos»

Tres mujeres de espalda subiendo escaleras. | Freepik
No llegaban a arrastrar los pies pero subían la cuesta como si cargaran con el caparazón de una tortuga. Amanda iba detrás y, al ser tres, no encontraba hueco libre en la acera para colarse. Iban llenas de cachivaches que sugerían que venían de pasar la última hora descalzas, con la columna alineada y fingiendo haber alcanzado un poco de paz. Como eran tres, con las esterillas abultaban más. Eran un pequeño muro de contención, y Amanda, detrás, se preguntó por qué llevaba tanta prisa. Supone que es su manera de andar. De andar, y de hacerlo todo. Amanda hace con prisa. Bajó el paso y se quedó a escuchar.
De las tres, una tenía más la razón que las demás. Era la que a todos los potajes les hacía un sofrito, menos al emblanco. También era la que a las lentejas les echaba calabacín y, lejos de engrandecerse con la sorpresa de sus compañeras de clase, mantuvo ese tono que de tan aburrido resultaba hipnótico, como si cada cadena de palabras la exhalara en un mismo aliento. Una de las otras dos, a las lentejas les echaba berenjena pero eso no generó ningún impacto; le contestó que no, que ella les ponía calabacín. Es como si la habladora hubiera vivido mil veces lo que las otras tan solo estaban ensayando.
Amanda se la imaginó barriendo su casa en bragas pero rectificó. Probó de nuevo con una imagen más ajustada a lo que le parecía y apareció entonces fregando el suelo con una bata de satén. Su marido la vio y la abrazó por la cintura. Le susurró al oído que qué suave. Ella contestó que la bata era de satén. Él, desde atrás, le abrió la bata buscando los pechos y se encontró con un sujetador, su relleno y el aro de alambre que lo apuntalaba a las costillas de ella. Volvió a apretar buscando sus carnes, ella puso las manos sobre las suyas y le ayudó a sacar cada uno de sus pechos por encima del sujetador. Los estrujó como un par de limones. Volvió a decirle que qué suave pero esta vez ella contestó con un temblor.
Hacía dos noches había tenido un sueño. En este, paseaba desnuda por la cornisa de un paseo marítimo que perfilaba la distancia entre el mar y una carretera de tierra que se emborronaba con una gran polvareda a cada rato. En uno de los lados, desde un sillón orejero, un hombre se levantó y fue corriendo hacia ella para agarrarla desde atrás. Por más que le pedía que parara con palabras, su cuerpo se rendía al manoseo de tetas con el que insistía el desconocido. Éste le agarró los pezones con dos dedos mientras se los acariciaba con un tercero, suave y con insistencia. Sobre el cuello le respiraba la excitación de él que iba cobrando forma en gemidos roncos. El abrazo le llegaba desde la espalda y la erección apareció en su culo, señalándola como el dedo de un turista. Los pezones seguían presos de una grata tortura y un hilo que la cosía por dentro se los conectó con un par de hilvanes directos a la vulva. Es como si a cada roce de la yema de los dedos de él en la cima roja e inflamada de sus puntas, el clítoris saltara con la chispa de un calambre. Calambre sobre calambre, abrió los ojos y se corrió. No lo había contado a nadie, pasaron las horas y se olvidó.
Ahora estaba pasando, su Saúl le agarraba las tetas desde atrás y le había buscado los pezones para apretarlos como lo harían un par de muelas con miedo de herir. Comenzó a mover un tercer dedo como si fuera una lengua que roza de canto, y se la imaginó batiendola a los lados como el que finge estar loco. Entonces, el clítoris se le despertó. Y la cabeza se le cayó hacia atrás para reposar en el hombro de él. Y la humedad le inundó el coño. Y la respiración se le agitó sobremanera. Y la escoba se le cayó de la mano. Y la madre de él llamó por teléfono. Y lo tuvieron que coger porque es anciana y vive sola porque le da la gana. Y decidieron seguir más tarde porque casi era la hora de comer y éstos estaban al caer. Ya casi que les oía decir, joder mamá, les has vuelto a echar calabacín a las lentejas…