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La tendencia escandinava que te hace feliz en otoño es impronunciable pero práctica

Si hay alguien que sabe de poner al mal tiempo buena cara son los escandinavos con actitudes como esta

La tendencia escandinava que te hace feliz en otoño es impronunciable pero práctica

Un hombre en un fiordo. | ©Freepik.

Notas cómo cambia el aire. Empieza siendo una brisa fresca, luego una humedad persistente y, antes de que te des cuenta, llevas semanas saliendo de casa con bufanda. Los días se acortan casi sin avisar, anochece mientras aún tienes tareas por hacer, y el calor del verano parece un recuerdo lejano. Te invade esa mezcla extraña de melancolía y recogimiento, típica del otoño. Las terrazas se vacían, las playas se abandonan y el estilo de vida al aire libre que tanto define a nuestra cultura mediterránea se repliega hacia los interiores. Cerramos puertas y cortinas buscando calor, pero también perdemos el contacto con el exterior. De hecho, llega al punto de que la felicidad en otoño parece rehuirnos, como sucede con el trastorno afectivo estacional.

Mientras tanto, a miles de kilómetros, en latitudes mucho más frías y con días aún más cortos, el otoño y el invierno no se viven como una retirada. En los países escandinavos, y especialmente en Noruega, existe una filosofía que anima justo a lo contrario: salir, exponerse a la naturaleza, incluso cuando llueve, nieva o sopla un viento helado. Lo llaman friluftsliv, una palabra difícil de pronunciar, pero que encierra una idea sencilla y poderosa: la vida al aire libre como estilo de vida. Esta actitud de cara al mal tiempo no es negación, sino aceptación activa, un modo de resistir y, al mismo tiempo, disfrutar.

¿Y si en lugar de escondernos en cuanto el cielo se pone gris, lo tomáramos como una invitación a redescubrir el mundo exterior? No se trata de fingir que no hace frío ni de convertirnos de la noche a la mañana en senderistas extremos. Pero sí de asumir que nuestra relación con el entorno natural influye en nuestro bienestar más de lo que creemos. Frente al recogimiento pasivo, el friluftsliv propone una apertura estoica y alegre al otoño. Y en tiempos de cambios de luz, de ritmo y de ánimo, quizá merezca la pena aprender algo de quienes se enfrentan cada año a inviernos mucho más duros con una sonrisa en el rostro.

Friluftsliv: un nombre raro para una idea sencilla

Friluftsliv significa literalmente «vida al aire libre» en noruego. El término fue acuñado en el siglo XIX por el dramaturgo y poeta noruego Henrik Ibsen, que lo utilizó para describir la necesidad humana de conectar con la naturaleza como vía de equilibrio físico y mental. Desde entonces, ha ido impregnando la cultura escandinava hasta formar parte del imaginario colectivo, especialmente en Noruega, donde se considera casi un valor nacional. Lejos de ser una moda, es una forma de entender el día a día, profundamente arraigada en la educación y en las costumbres. No obstante, también se asocia a un perfil crítico con esa mediana burguesía escandinava de principios del siglo XX que han moldeado el carácter moderno de lo que entendemos por noruegos.

La práctica del friluftsliv no está limitada a grandes aventuras ni exige vivir rodeado de bosques infinitos. Puede ser tan simple como salir a pasear por un parque, caminar por la montaña aunque llueva o pasar un rato en el jardín con una manta y una taza caliente. La idea no es ignorar el mal tiempo, sino incorporarlo. De hecho, este concepto mezcla estoicismo y disfrute: se acepta el clima adverso, pero se sigue adelante con una actitud activa. En lugar de lamentarse, se adapta uno al entorno, buscando el lado bueno de cada estación.

Por eso, en las sociedades escandinavas esta relación con la naturaleza comienza desde muy temprano. De hecho, en Noruega, por ejemplo, los niños van al aire libre todos los días, haga el tiempo que haga. Las guarderías suelen incluir actividades en la naturaleza como parte de su programa educativo, y los padres las fomentan. No se trata sólo de una cuestión de salud física, sino también emocional. Numerosos estudios han confirmado que pasar tiempo al aire libre mejora el estado de ánimo, reduce el estrés y refuerza el sistema inmune. Algo que cobra especial importancia en otoño, cuando los niveles de luz bajan y el ánimo tiende a resentirse. Todo forma parte de una misma narrativa de autoconcepción, naturaleza y cultura en la que imbricarse.

Cómo aplicar el estoicismo escandinavo a tu invierno

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No se trata de necesitar un fiordo a nuestro lado, sino de adoptar las posibilidades del friluftsliv en la medida de lo posible. ©Freepik.

Aunque no vivas junto a un fiordo ni rodeado de montañas nevadas, puedes incorporar el espíritu del friluftsliv a tu vida cotidiana. Salir a caminar cada día, incluso cuando el tiempo no acompaña, puede cambiar tu perspectiva. Lo importante es salir de casa con intención, con la voluntad de no dejar que el mal tiempo dicte tus emociones. El contacto con el entorno natural, por pequeño que sea, actúa como un recordatorio físico de que el mundo sigue girando más allá de las ventanas empañadas. Todo forma parte también de esa toma de consciencia y de ser capaces de bajar revoluciones.

Este enfoque encuentra paralelismos en otras culturas de los que te hemos hablado en THE OBJECTIVE. En Japón, por ejemplo, existe el shinrin-yoku, o baño de bosque, una práctica sencilla que consiste en caminar despacio por entornos naturales, observando y respirando de forma consciente. Se ha demostrado que reduce la ansiedad, mejora la concentración y fortalece la salud mental. Ambos conceptos coinciden en lo esencial: reconectar con la naturaleza, no como evasión, sino como anclaje. Una pausa activa que permite restablecer el equilibrio interior en momentos de oscuridad exterior.

Además del friluftsliv, el bienestar escandinavo también ha dado lugar a otras tendencias que han traspasado fronteras. El hygge danés, por ejemplo, propone encontrar placer en lo sencillo: una vela encendida, una manta suave, una charla sin prisas. El lagom sueco, en cambio, defiende el equilibrio y la moderación como camino hacia una vida más plena. Estas filosofías no pretenden ser recetas universales, pero sí ofrecen herramientas útiles para enfrentar el otoño con más alegría. Y aunque no podamos cambiar el clima, sí podemos cambiar nuestra forma de habitarlo.

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