Bendito es el fruto de tus manos, Saúl
«La seda se le pegó a la piel y el roce de esta predijo la hermosura del tacto que estaba por recibir»

Una mujer bañándose. | Freepik
Se le escapa el culo. A cada pasada de las manos de Saúl por la zona lumbar, a Amanda se le escapa el culo. Aún no se lo ha tocado, aunque sabe que lo hará. No se pensó con estas ganas al bajar del coche, después de dar varias vueltas buscando un sitio donde aparcar. Temió haber sudado de más con tanta maniobra al volante. Se había acicalado en casa con esmero, casi como si fuera a una cita con alguien especial. Y una cita era —pagada, de prueba, pero cita—; una un poco más cara que si hubiera aceptado el bono de cuatro que le ofrecieron en la llamada.
Saúl la movía en la camilla como una pluma. Amanda nunca se había sentido tan etérea. Le apretaba la carne como si fuera una masa de pan que agarras porque te la quieres comer antes de tiempo. Amanda es blanca, como cruda, tan cruda que daban ganas de meterla en el horno. Saúl negro, como muy hecho; tan hecho que le daban ganas de chuparlo antes de morder.
Al entrar le ofrecieron zumos y tés. Una esencia a lavanda perfumaba la entrada donde le sonrieron como si la hubieran estado esperando toda la vida. Si seguías el rastro del aroma, aparecían pasillos con jarrones floreados y una multitud de salas con luz tenue que le dieron ganas de sentarse a leer hasta quedarse dormida. Pero Amanda no iba a leer, y tampoco creía que dormirse iba a ser el resultado del masaje que contrató con Saúl. Al menos, eso es lo que le habían contado.
La acompañaron hasta una de esas habitaciones que olía a algo que le recordó el verano, a madera húmeda, quizás a eucalipto. La invitaron a ducharse, algo que Amanda agradeció. En la repisa encontró una toalla doblada con una cinta de lino, una bata de seda color marfil y un cartel discreto que decía «Tómese su tiempo». El agua tardó unos segundos en templarse; cuando lo hizo, el vapor fue ocupando el espacio y pronto, se sumergió en una niebla que se acercaba más a la imagen de un invierno frío que a las notas de calor que la acompañaban. Se metió bajo el chorro despacio. Pretendía borrarse un poco con cada gota; quitarse capas de vergüenza, de moral, de miedo a dejarse llevar; que el agua la dejara tibia, abierta, disponible para sentir sin tener que explicarlo.
Crujió la madera del suelo al salir mientras se ponía la bata, aun estando un poco húmeda. La seda se le pegó a la piel y el roce de esta predijo la hermosura del tacto que estaba por recibir. A cada paso, la seda dibujaba su contorno, lo hacía visible, anunciando su desnudez. Saúl apareció tras un biombo, con la misma calma que si llevara toda la vida allí. No dijo nada. Señaló la camilla, preparada con una sábana blanca y una franja de luz cálida que la atravesaba como un rayo. Había una música mínima, casi un rumor, apenas unas notas que parecían venir de muy lejos.
Amanda se tumbó boca abajo. La seda se abrió un poco y el aire tibio le lamió la piel. Saúl colocó sus manos en la espalda: una entre los hombros y la otra en la zona lumbar. Las dejó allí un rato largo, saludando. Las dejó posadas sobre ella, explicándole sin palabras que se calmara, que respirara tranquila, que él estaba allí para abrazarla un rato, para oírla a través del tacto, para charlar con su piel, sus recovecos y su excitación si aparecía. Saúl las presionaba leve e intermitentemente para despertar la piel, pedir permiso y comenzar la acción. Amanda suspiró en una de esas presiones. Se le escapó un hola espontáneo de unos labios que empezaron a aflojarse. Se descubrió con sueño, con ganas de ponerse de lado, tirar de una manta y empezar a dormir. Saúl acompañó su suspiro empujando con más fuerza las manos sobre ella, para ayudarla a exprimir y sacar todo el aire que traía de la calle, de su vida, el que todavía le quedaba dentro; así en la próxima inspiración todo lo que le llenaría los pulmones vendría del momento, de esas fragancias, de ese temple, en ese estado y de lo que estaba por empezar. Le retiró la bata despacio, dejándola caer hacia un lado. Amanda gimió con un pequeño susto, ese de cuando algo se cae, pero no te importa. Sonó a borracha, a drogada, a pasiva, a dormida, a loca. El cuerpo le decía sí y Saúl, en su maestría, eso lo entendió.
