Un bióloga aconseja: «Para curar el SIBO hay que desayunar a las nueve y cenar a las cuatro»
La ciencia avanza, pero la pauta esencial sigue siendo escuchar con atención al propio cuerpo

SIBO | Canva pro
Asun González lo resume con una frase que incomoda y fascina a partes iguales, somos un saco de bichos. Detrás de esa metáfora hay una evidencia científica cada vez más sólida, la vida humana es inseparable de los billones de microorganismos que conviven en nuestro interior. En su paso por el pódcast Tiene Sentido, la asesora nutricional y autora de Tú también tienes SIBO desgrana cómo ese universo invisible condiciona la digestión, el estado de ánimo y hasta la calidad del sueño. La microbiota tiene rutinas, responde al reloj biológico y se desajusta cuando las comidas se desplazan a horas intempestivas. González lo expresa sin rodeos al sugerir que lo ideal sería desayunar a las nueve y cenar a las cuatro, una pauta que en España, admite, roza la ciencia ficción.
¿Qué síntomas tenemos con SIBO?
Lo que sí es real es que síntomas como hinchazón, gases o una barriga que se inflama tras cada comida no deberían asumirse como parte de la normalidad. Son señales de alerta. Cuando esas bacterias se desplazan o proliferan donde no corresponde aparece el SIBO, un sobrecrecimiento bacteriano que no encaja en el concepto clásico de infección y que puede arrastrar a un bucle de molestias crónicas si no se identifica a tiempo. Ocho de cada diez personas confiesan sufrir algún tipo de malestar digestivo, una cifra que González relaciona con lo que llama déficit de vida evolutiva, hábitos que han cambiado a una velocidad mayor que nuestra biología. La dieta occidental, rica en ultraprocesados y pobre en fibra natural, tensiona un sistema que funciona mejor cuando se alimenta de sencillez, pescado, verduras frescas y agua. Bajo esa alimentación y con la ayuda de un ayuno intermitente ajustado a los ciclos del sol se favorece un equilibrio que no necesita complicaciones.

Cómo se trata el SIBO y por qué no existen atajos
Entender qué es el SIBO ayuda a desactivar expectativas milagrosas. No se corrige en una semana ni con un suplemento de moda. Detrás suelen aparecer episodios de estrés prolongado, tratamientos antibióticos, infecciones previas o intolerancias escondidas. El abordaje depende de localizar el origen y trabajar con profesionales que sepan distinguir qué probióticos y prebióticos pueden ayudar y cuáles no. Cada cepa tiene funciones concretas y la combinación inadecuada puede empeorar la situación. La microbiota funciona como un jardín delicado, necesita ser abonado con criterio y acompañado de una alimentación que reduzca la inflamación, mantenga el tránsito intestinal activo y respete los tiempos del sistema digestivo.

El eje intestino cerebro y la nueva mirada científica
La investigación reciente añade matices que refuerzan esta perspectiva integradora. El intestino se comunica de forma constante con el cerebro a través del eje intestino cerebro, una autopista bioquímica que influye en la gestión del estrés, la concentración y los ciclos de sueño, añade. «También se proyecta sobre la piel, donde un desequilibrio intestinal puede traducirse en eccemas, acné o brotes de dermatitis». El sistema inmunitario, por su parte, depende en gran medida de la diversidad bacteriana, un motivo por el que cada vez más clínicos incluyen la salud intestinal en sus estrategias de prevención.
El mensaje de González conecta con una tendencia global que invita a revisar la relación entre estilo de vida y bienestar. No se trata de renunciar a la tecnología, sino de recuperar ciertos gestos que nuestra biología reconoce, horarios más estables, actividad física regular, luz natural por la mañana, descanso nocturno sin pantallas y una comida real que no necesite etiquetas. La modernidad nos ha pasado por encima, advierte, recordando que los ultraprocesados, la falta de sueño y el sedentarismo erosionan a esos viejos amigos microbianos que llevan millones de años acompañándonos.
