Martínez-Vares y los tertulianos 'dircom' con licencia para amenazar
En ocasiones, alguno de estos genios de la comunicación se viene arriba y provoca problemas a su jefe
Algunos analistas consideraban que, en la siempre compleja relación entre Russ Limbaugh, padre de los radiopredicadores conservadores de occidente y los directores de campaña de los candidatos a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Republicano, había una extraña negociación en la que la frontera entre la alianza y la extorsión era muy estrecha y se pasaba fácilmente del ‘estamos unidos frente a nuestros enemigos del Partido Demócrata’ al ‘si tú me maltratas, yo te maltrato’.
En España los directores de comunicación —dircoms— de los partidos políticos tienen como una de sus grandes misiones lidiar con la prensa y sacar el palo o la zanahoria según la situación se tercie. La profesión tiende a ser comprensiva con esa situación una vez ha quedado evidenciada la puerta giratoria entre ser dircom de un partido y tertuliano de cuota de ese partido, con sobrados ejemplos de que en España cobijarse bajo la sombra de un partido político lejos de cerrarte puertas, te garantiza puestos en mesas de debate televisadas (como es el caso de Rodolfo Irago, Francisco Marhuenda, Ana Pardo de Vera, María Claver y tantos otros).
En ocasiones, el periodista tiene que sacar las uñas al dircom si considera que su medio no está siendo mimado o está incluso siendo discriminado. En otras ocasiones, es el dircom el que debe dar un puñetazo sobre la mesa y castigar al medio no concediéndole entrevista o no facilitando información que sí se facilitará a sus competidores. Esa es la manivela de tensión normal en la compleja relación entre un dircom y los medios.
A veces, no obstante, alguno de estos genios de comunicación se viene arriba y suelta por la boca términos que, lejos de solucionar problemas para sus jefes, los provocan.
Miguel Ángel Rodríguez Bajón, MAR, fue el gran director de Comunicación de José María Aznar desde 1989 hasta 1998. Se le atribuye, junto a Pedro Arriola, la creación del Aznar más centrista y frases como «Váyase, señor González». A estas funciones cuando el PP llegó al poder, se le sumó ser secretario de Estado de Comunicación y portavoz del Gobierno, que ya son palabras mayores. Pero se le calentó la boca durante una bronca con Antonio Asensio Pizarro, entonces dueño del Grupo Zeta de Interviú, presidente de Antena 3, que había traicionado el proyecto televisivo con el que se había comprometido y se había llevado sus preciados derechos del fútbol al bando de tiburón Polanco.
Fue entonces cuando MAR cogió el teléfono y se lió a amenazar a Asensio, a Oneto y a otros peces gordos de aquel grupo mediático con aquello de «Vais a acabar en la cárcel, mafiosos». Que vale que ni Asensio Pizarro, ni Oneto eran precisamente vírgenes en la asignatura de amenazar, pero cuando eres el dircom del presidente del Gobierno, una amenaza es un boomerang. Aquello estalló en el Congreso de los Diputados, a donde fue a declarar el propio Asensio Pizarro sobre aquel asunto y la imagen de Miguel Ángel Rodríguez centrista fue destruida para siempre (le arrebató ese puesto Piqué). Durante unos años, optó por interpretar en la tele la caricatura que se le había atribuido hasta ser resucitado por Isabel Díaz Ayuso.
Toni Bolaño era el principal dircom del PSC en la época del tripartito. En marzo de 2007, el periodista Jordi Barbeta lograba filtrar a La Vanguardia el informe del abogado del Estado, advirtiendo que el Estatut podía quedarse en papel mojado simbólico una vez pasara por el Constitucional. Bolaño consideró aquello una jugada sucia, cogió el teléfono y le soltó a Barbeta aquello de «¡No voy a parar hasta joderte!». Torpeza del dircom, dado que Barbeta no dudó en compartir con sus lectores al día siguiente tan fabulosa anécdota, sentenciando la carrera de Bolaño como dircom, que entendería que sería más feliz ejerciendo el polemismo en La Razón y Antena 3 TV bajo el amable cobijo de Mauricio Casals.
El caso de Santiago Martínez-Vares ha sido diferente. Porque MAR y Bolaño dejaron las tertulias en el momento en que ejercían sus asesorías mediáticas, al igual que ha hecho José Miguel Contreras, que una vez ha vuelto a sus labores de brujo visitador de La Moncloa —y de nuevo como en 2004 con Zapatero en el sidecar— ha dejado de aparecer las tertulias de La Sexta, porque son mundos difícilmente combinables.
Pero Santiago Martínez-Vares ejercía extrañamente su función de asesor en nómina de María Guardiola, simultáneamente a pelotearla luego en las tertulias, y hasta permitió que se le publicara aquel reportaje promocional del Iván Redondo de la Ayuso extremeña que, visto lo visto, quedará como aquello de «vender la piel del oso etc.», dado que quizá es mejor esperar a hacer esa cosas una vez tu ficha a tomado posesión como presidenta autonómica.
No coincidió, por tanto, Martínez-Vares, con MAR y Bolaño en llevar a su caballo a la meta, pero sí en gastarse una mala uva similar cuando le buscan las cosquillas: «Santiago Abascal se va a arrepentir. Le puedes enseñar las muescas que tengo en mi revolver! (…) ¡Y ahora voy a por él! ¡A partir de hoy no tengo otra obsesión en mi vida que acabar con Vox! (…) ¡Y soy muy bueno en lo que hago!». Si había un momento en el que se precisaba un dircom que solucionara problemas en lugar de crearlos era el actual. Qué mal momento para perder los nervios y qué buen titular regaló a sus enemigos.
Martínez-Vares quizá soñaba con ser un nuevo Arriola, pero este aguantó tormentas contra él. Todos los ataques que haya podido recibir el ya exdircom de María Guardiola son caricias frente a los cañonazos que lanzaron los Federicos, PedroJotas y Ansones que se lanzaron contra el marido de Celia Villalobos, que nunca llegó a inmutarse en público ante los chaparrones. Quizá porque Arriola, al contrario que Martínez-Vares, nunca pareció interesado en ser tertuliano y tenía claro que una de las claves para acumular poder como asesor político es sobrevivir, y esa supervivencia, no pocas veces, supone no salir en las focos. Entre la tele o el poder, muchos dircoms prefieren el poder y alguno intenta simultanear las dos cosas hasta que la cruda realidad les recuerda que algunas cosas, por su naturaleza, no son compatibles.