Ramón Sánchez-Ocaña: «No todo vale para tener audiencia»
Su mayor preocupación durante una década fue la salud de los españoles. Siendo periodista, muchos le llamaban doctor
Se levanta a las cuatro y media de la mañana, lee los periódicos y dos horas después ya está en la piscina cumpliendo con la obligación de nadar durante 60 minutos diarios. Sus amigos aseguran que cuenta los chistes como nadie y no deja de sonreír, aunque vengan mal dadas.
En esta entrevista concedida a Fuera de micrófono recuerda que a mediados de los 70, tras haber dimitido, por razones políticas y profesionales, como responsable del Telediario de las nueve, el director de TVE le llamó a casa y le dijo: «Ramón, necesitamos tu sonrisa para el Telediario». Aquello no le hizo ninguna gracia.
Este asturiano ejerciente, de 81 años cumplidos en el mes de mayo, prefirió mantenerse alejado de la pequeña pantalla más de dos años y esperar nuevas oportunidades. La primera de ellas se produjo en 1977, con el programa de ciencia Horizontes, que se emitió por la Segunda Cadena, y la segunda, en el verano de 1979, con Más vale prevenir. Este programa de salud, emitido los viernes a las ocho y media de la tarde, marcaría un antes y un después en la trayectoria profesional de Ramón Sánchez-Ocaña.
Aquel joven periodista, que había empezado su carrera en los periódicos de su ciudad natal, La Voz de Asturias y La Nueva España, se transformó pronto en una especie de oráculo para millones de españoles. El poder de la televisión se había cruzado en su camino.
Sin embargo, siempre tuvo claro que sólo era un periodista especializado en información científica al que, sin ser médico, muchos seguidores de Más vale prevenir le llamaban doctor y le pedían hora para ir a su consulta. Ramón Sánchez-Ocaña recuerda en esta entrevista la respuesta de una señora cuando su secretaria le explicó que el jefe no podía atenderla porque nada tenía que ver con la medicina. «Es igual, que me vea», contestó ella.
Líder en el panel de aceptación de audiencia que elaboraba TVE en los años 80, compartiendo en ocasiones ese honor con la serie documental El hombre y la Tierra, de Félix Rodríguez de la Fuente, el veterano periodista contempla desde la distancia aquella bonita experiencia y subraya cómo los programas que dedicaron a la obesidad o a la caída del cabello concitaron más interés en la audiencia que aquellos en los que se habló del cáncer, de los infartos o del sida.
Con una vitalidad envidiable y una contrastada lucidez, el periodista asturiano sigue muy de cerca la actualidad, asume que Google se ha convertido en el nuevo consultorio médico para millones de ciudadanos y ve con preocupación la situación política española. «Estamos en un momento complicado y creo que sería mejor ir a unas nuevas elecciones, pero ya veremos», afirma este asturiano entrañable, antes de coger un taxi y volver a su paseo matinal con los amigos.
PREGUNTA.- Quizá haya gente que no sepa que empezaste en el periodismo escrito.
RESPUESTA.- Efectivamente, pero la televisión me fagocitó. Yo empecé en Oviedo, en La Voz de Asturias, estuve un tiempo colaborando en La Nueva España, y luego, ya en Madrid, me incorporé a Informaciones. Tuve entonces la enorme suerte de que, como el redactor jefe de Informaciones era Juan Luis Cebrián, cuando empezó El País me hizo jefe de las páginas de sociedad y cultura del periódico, que aquello era ser el amo del mundo.
P.- Viniste a Madrid con otros compañeros asturianos, Diego Carcedo, José Luis Balbín…
R.- No es que viniera con ellos. Nosotros estábamos ejerciendo la profesión en Asturias, lo que pasa es que empezamos la carrera en la Escuela Oficial de Periodismo. Veníamos a examinarnos a Madrid y volvíamos otra vez a Oviedo, que es donde estaban los periódicos. Porque Asturias es una cuna de periodistas importante. Hay que tener en cuenta que, en apenas treinta kilómetros a la redonda, había seis periódicos diarios y, curiosamente, ninguno de la tarde. ¿Por qué no había ninguno de la tarde? La explicación es muy sencilla: porque en Asturias llueve mucho y, si llueve, no vendes un periódico.
P.- ¿Por qué llegaste a TVE?
R.- Entré en TVE por una serie de circunstancias. Yo estaba ya en Informaciones colaborando en la sección Ciencia y Técnica, donde cabía de todo. Pero, realmente, se resumía en dos temas prioritarios: el cáncer y la carrera espacial. Entonces, estando Manuel Martín Ferrand dirigiendo en TVE el informativo 24 horas, resulta que se había descubierto la hormona del crecimiento. José María Íñigo, que estaba en la Segunda Cadena haciendo Estudio abierto, hizo una entrevista magnífica sobre la hormona del crecimiento y Martín Ferrand dijo: «Esto no puede ser; tenemos que tener a un individuo que se ocupe de estas cosas». Y, entonces, me llamaron. Comencé a colaborar y, como me pasó en otras muchas cuestiones, empecé intentando hacerme un sitio y acabé mucho tiempo después no sólo presentando 24 horas, sino dirigiéndolo.
P.- También dirigiste y presentaste a mediados de los 70 el Telediario de las nueve de la noche.
R.- Se quiso hacer una novedad en España que no cuajó, que se llamaba el Telediario de las ocho, un Telediario para los ejecutivos. Porque se planteó hacer a las 11 de la noche un gran Telediario, resumen del día, que lo llevaba Victoriano Fernández-Asís. Pero eso duró muy poco tiempo y yo pasé a hacer el Telediario de las nueve con Agustín Ferré. Luego ya hice el Telediario sólo mucho tiempo. En 24 horas estuve con Martín Ferrand y luego con Mauro Muñiz. Después vino el Telediario normal y la gente me conocía por eso.
«Hasta los comunicados de la Conferencia Episcopal tenían su censura particular en TVE»
P.- En el año 1975 decides dimitir del Telediario por no aceptar interferencias, cuando alguien te pide que…
R.- Estás muy bien informado. Nunca me gustó hablar de este tema porque se puede considerar como una reclamación, y no me gusta. Pero, bueno, el hecho cierto fue que era una situación muy difícil. Había unas penas de muerte gordas… No había todavía unas penas de muerte, pero había habido actos terroristas y atentados en el Exterior contra las embajadas españolas. Los periodistas que asomamos la cara firmamos con la cara y, entonces, tenemos una responsabilidad mayor. Lo que ocurrió fue que nos decían: en la crónica de este corresponsal hay que decirle que meta este párrafo o que meta estas dos frases. Y llegó un momento en que la situación fue tan tensa que dijimos exactamente lo que te acabo de comentar: los periodistas firmamos con la cara y, si queréis que haga un dictado, llamar a un locutor que no tiene responsabilidad en el contenido, sino simplemente la tarea de leerlo muy bien. Así fue. Nombraron a un locutor para esos temas. Hasta los comunicados de la Conferencia Episcopal tenían su censura particular en televisión. Después llegó el momento de las penas de las tremendas penas de muerte del 25 de octubre de 1975. Llegó ese tema dramático… Recuerdo que hablé con Jesús Hermida, que llamaba desde Nueva York preguntando: «Ramón, ¿qué pasa?» Le digo, mira, «aprovecho para despedirme porque dejo TVE; es una tensión que ya no soporto más». Empecé el Telediario de aquel día, dramático para mí por la presión que había. No tuve ningún problema, en cuanto a la información, porque la referencia del Consejo de Ministros la daba Alberto Delgado, pero, cuando vuelve ya la cámara al estudio, yo empiezo – sin ironías, pero muy seriamente – a hablar con Manuel Toharia del tiempo. Estuvimos hablando del tiempo en el Telediario y yo ya me despedí. Al día siguiente me dicen: ¡Qué follón has organizado Ramón! No, si yo me voy. Voy a pedir la excedencia. «No puedes pedir la excedencia en estas circunstancias». Bueno, pues voy a ponerme malo, porque yo, dirigiendo la revista Tribuna Médica tenía muy a mano cualquier certificado médico que dijera que yo no podía acudir al trabajo. Hubo llamadas de todo tipo. Cuando le dije a mi jefe directo que yo no aguantaba más aquello, me dijo: pide una excedencia. No me dieron la excedencia. Ponte malo; pues no. Recuerdo una anécdota que conocen algunos de mis compañeros. Me llamó el director de TVE y me dijo: «Ramón, es que necesitamos tu sonrisa para el Telediario». Aquello ya fue demasiado. Evidentemente, se trataba no de una manipulación obscena, pero casi. Entonces yo ya me fui y estuve dos años y pico fuera. Hubo un intento de que volviera, pero no me dejaron. Pasado aquello, después de la muerte de Franco y el cambio de régimen, con una cierta apertura, tuve la oportunidad de hacer un programa de ciencia en la Segunda Cadena, que era mi gran aspiración.
P.- Un programa que se llamó Horizontes.
R.- Se emitió entre 1977 y 1979. Fue, para mí, una etapa preciosa porque nadie se metía con la Segunda Cadena para nada. Te permitían todo. Yo, por ejemplo, llegué a conocer los campos de concentración nazis y la NASA gracias a Horizontes. Luego, llegó ese momento en el que Rafael Ramos Losada (director de TVE) me llamó para decirme: «Siempre quisiste hacer un programa de salud, ¿por qué no te inventas un programa de salud?» ¡Vamos!, yo me invento un programa de salud encantadísimo. Además, puse una condición: no dejar de hacer Horizontes, porque a mí lo de Horizontes en la Segunda Cadena me gustaba muchísimo. Pero fue imposible. Una vez que empecé a hacer Más vale prevenir se acabó la posibilidad de hacer otro en la Segunda Cadena. Empezó con 13 programas, luego 26…
«Una señora quería que la viera. Cuando le dijeron que era periodista, respondió: es igual, que me vea»
P.- Creo que recordar que además empezó en verano.
R.- A finales de verano. Para mí fue precioso. Al principio, los guiones de Más vale prevenir tenía que revisarlos el Ministerio de Sanidad. Pero, claro, el Ministerio era un Ministerio, y a los siete, ocho o nueve programas, les dijimos que no podíamos estar esperando por el guión. Al final, dijimos, pues bajo la responsabilidad de los médicos que intervienen para que no haya problemas. Así surgió Más vale prevenir, que estuvo en antena no ocho años, sino once, lo que pasa es que se cambió de título y se llamó Diccionario de la Salud.
P.- ¿A quién se le ocurrió el título de Más vale prevenir?
R.- El título es del entonces director de TVE, Miguel Martín. Fue magnífico, porque además era un refrán. Yo había sugerido Agenda, para recordar o algo así.
P.- ¿Cuántas veces te han llamado por la calle doctor, doctor?
R.- Hay una anécdota muy curiosa. Me llamaron un día al despacho, cogió la secretaria el teléfono y una señora le dice: «Buenas, quería que me viera el doctor Sánchez Ocaña» Y le dice la secretaria: «él no es médico, es periodista». Entonces, la señora le responde: «Es igual, que me vea». Todavía hoy, voy a un restaurante en el que no te conocen del todo y te dice: «Hombre, doctor».
P.- Recuerdo que Más vale prevenir era siempre líder en el panel de aceptación de audiencia que entonces realizaba TVE.
R.- Alternábamos con El Hombre y la Tierra. Rodríguez de la Fuente y yo nos reíamos mucho porque nos cruzábamos en el pasillo y me decía: «Esta vez me ganaste tú». Se medía la aceptación, porque la audiencia se daba por supuesta. A las ocho y media de la tarde de un viernes, con la televisión única, y con la Segunda Cadena siendo todavía el canalillo, la audiencia media podía ser 18 o 20 millones de telespectadores. Ahora ves un programa con cuatro millones de audiencia y parece una locura.
P.- Un programa sobre salud exige mucha responsabilidad, para evitar confusiones y falsas expectativas.
R.- Por eso, aunque los guiones los escribía yo, entrevistaba a un médico especialista en el tema que fuéramos a tratar. Y, sobre todo, le pedía que me dijera ¿qué le preguntaría a él la gente?, ¿qué inquietud plantea este problema? Luego, quizá, el truco más general es que nosotros nunca hablábamos de síntomas. A mí, cuando la gente me decía: «No puedo ver tu programa porque tengo todos los síntomas que habéis dicho». Yo decía: este tío no ve el programa porque no dábamos síntomas. No dábamos síntomas, porque hubiéramos amedrentado al público y alimentado a los hipocondríacos. ¿Qué hay que hacer para no caer en la hepatitis?, por ejemplo. Pues, esto, esto y esto.
«Interesaba más a la audiencia la obesidad que el cáncer y los infartos»
P.- Teníais un muñeco, Don Preve, que daba recomendaciones y consejos.
R.- Incluir dibujos animados fue un acierto. Porque había cosas muy difíciles de explicar. Recuerdo cuando hicimos el programa de las glándulas y las hormonas. Claro, es muy difícil explicarle a la gente en un programa de media hora qué son las glándulas, que son las hormonas, como viajan las hormonas. Entonces, el recurso de los dibujos animados es magnífico y por eso recurríamos a ellos. Había también otra parte atractiva que era la sección Pregunte usted. Recibíamos montones de cartas y yo escogía alguna que podía ser interesante porque no justificaba hacer un programa sobre ese tema, pero sí dar la información suficiente. Teníamos también una sección que se llamaba Sepa lo que come en la que analizábamos cada alimento. ¿Qué comes cuando comes una rebanada de pan? o ¿qué comes cuando comes un huevo o una sardina? Explicar estas cosas a la gente con dibujos animados añadía alegría, dentro de un tema serio y profundo sobre la salud.
P.- Con las cartas recibidas podría hacerse un estudio sobre las preocupaciones de los ciudadanos respecto a la salud.
R.- Eso se veía en los paneles de aceptación. Veías que había muchísimo más interés cuando hablabas de obesidad que cuando hablabas del cáncer o los infartos. Los temas importantes no interesaban tanto como los temas interesantes. Hay temas interesantes y temas importantes. Los importantes, realmente, no calaban en la gente, la gente los rehuía. Hablas de cáncer o de infartos y la gente mira para otro lado. Cualquier problema de la vista, la obesidad, la caída del cabello -temas que te parecen de una trascendencia menor– tenía mucha más aceptación. Por ejemplo, yo recuerdo que hicimos algún programa sobre el SIDA, cuando todavía tenías que explicar lo que significaba esa palabra, pero ya había muerto Rock Hudson, y no tuvo el más mínimo interés. Unos años después, hicimos otro programa y ya sí tuvo más eco.
P.- ¿Los consultorios médicos los monopoliza Internet? ¿Ha cambiado la forma de informarse sobre las enfermedades?
R.- Todo el mundo, cuando tiene un problema de salud, recurre al Dr. Google. Esto tienes sus problemas. Primero, el susto que te pegas. ¿Me duele la cabeza? Entre los síntomas: tumor cerebral. Pero, hombre, el dolor de cabeza puede deberse a muchas razones. Y filtrar eso es complejo. Pero es verdad que ya hay muchos consultorios y muchas posibilidades de acceder a consultas, incluso, preguntando al propio Google. Pero es complejo y puede prestarse a equívocos.
P.- Los avances y los descubrimientos en medicina tampoco conviene tomárselos al pie de la letra.
R.- Una de las cosas que yo me propuse en su momento fue que, si a ese avance no tiene acceso un individuo de un pueblo perdido, no hay que darlo en televisión. Porque le vas a crear una angustia y una inquietud. Un señor de Barcelona o de Madrid accede a ese tratamiento y yo no. Si es demasiado restrictivo, habrá que generalizarlo y decirle luego a esa persona: usted tiene derecho a ello. Esos avances son muchas veces más de esperanza que de realidad. Recuerdo, cuando le dieron el Nobel a Severo Ochoa que ya se decía que sus investigaciones sobre ácidos nucleicos abrirían las puertas para curar el cáncer. Él mismo Ochoa se reía de ese tema. Decía: hombre, son ustedes unos exagerados, porque ya leí que este avance iba a curar el cáncer. Hombre, no. Todos los que nos escuchan o nos ven pueden estar de acuerdo en esto que voy a decir: si hubiera sido verdad la cantidad de veces que se abría la puerta para curar el cáncer, se hubiera abierto la puerta realmente. Estaríamos en un mundo verdaderamente idílico. Y no es así. Se van produciendo avances, hay pasos, indudablemente, pero no cabe duda de que el diagnóstico de cáncer hoy ya no es como era hace diez o quince años. Y el tratamiento tampoco es igual que hace diez o quince años. Hoy hay un porcentaje importante de cánceres que se curan. Lo que pasa es que nosotros decimos cáncer y son más de quinientos cánceres, más de quinientas enfermedades a las que podemos llamar cáncer. Hay que ponerles – como dicen los expertos – nombres y apellidos. Decir: es este tipo de tumor, está en estas circunstancias y está en esta zona.
«En la medicina privada pagas y en la pública esperas»
P.- ¿El sistema de salud español es tan bueno como se dice o hay que ponerlo en duda después de ver lo ocurrido con la pandemia del Covid?
R.- Todo depende de la perspectiva. Es un tema muy político y complejo. La Sanidad, la Educación y las Pensiones son los tres grandes gastos que tiene el país. Lo que ocurre es que nosotros estamos en una tesitura muy curiosa. Hablamos de la sanidad en general y la podemos criticar, más o menos, pero cuando somos enfermos dejamos de ser el exterior que mira, para ser el que lo padece. Y ahí puedes tener mucha suerte o no. Yo, por ejemplo, tengo un Centro de Salud Pública en mi barrio que es un modelo. Tú llamas por teléfono, te dan cita a los dos días, y te vez el médico de familia, que en mi caso es excepcional. Luego, a lo mejor tienes otros conciertos y tal, pero, en general, la sanidad española es muy buena. Soy de los que apuesta por la convivencia entre la sanidad pública y privada. Es decir, que haya unos conciertos – no sé cómo, no sé cuánto habrá que pagar -, porque no podemos prescindir de toda la red sanitaria privada, simplemente por querer hacer una sanidad pública más socializada. Pero el tema es muy complejo. Está socializada la medicina y la farmacia, pero no está socializado todo lo demás. Son problemas que habrá que ir resolviendo. En la medicina privada pagas y en la medicina pública esperas. Es así, no hay otro sistema. Y, también pagando, en la medicina privada empieza a haber una masificación importante porque ya hay mucha gente que tiene sus mutuas, sus seguros y sus cosas.
P.- Una de las reivindicaciones de los sanitarios españoles es que sus salarios y sus condiciones de trabajo no son equiparables a los de otros países de nuestro entorno. ¿Qué opinas sobre ello?
R.- Eso es verdad. De hecho, hay plazas en la sanidad pública a las que muchos médicos no acceden. El médico siempre estará mal pagado para lo que él puede dar. En las mutuas tú llamas al cardiólogo y por esa visita a lo mejor cobra ocho euros de la mutua a la que pertenece. ¿Cómo va a estar bien pagado? ¿A cuántos pacientes tiene que atender para ganar un sueldo decente? Es sangrante.
«Creía imposible que en España funcionara la Ley Antitabaco»
P.- Tú fuiste fumador. ¿Te arrepientes?
R.- Hay una frase muy típica que conviene recordar. Le dice uno al otro: «¿Cuánto tiempo hace que dejaste de fumar?». Y dice el otro: «Yo, doce kilos». Cuando dejas de fumar, empiezas a tener más hambre. Antes te llevabas una cosa a la boca y después te llevas otra y la pruebas. El tío que deja de fumar lo primero que hace es comprar caramelos, almendras o lo que sea. Pero, sí, yo, afortunadamente, le prometí a mi mujer que cuando cumpliera 40 años dejaría de fumar y lo cumplí. Es cierto que en los primeros programas de Más vale prevenir yo todavía fumaba, hasta el punto de que, cuando iba a comer o a cenar a un sitio, al acabar me tenía que ir a fumar al servicio porque me parecía deshonesto fumar cuando yo iba a atacar el tabaco de una forma directa en el programa. Luego, por convencimiento pleno, dejé de fumar el día que cumplí 40 años. Así que hace ya 41 años que no fumo. Ahora soy beligerante y me molesta muchísimo el tabaco.
P.- ¿Te parecen, entonces, acertadas las medidas restrictivas que se han ido tomando contra los fumadores?
R.- Yo creía imposible que en España funcionara la Ley Antitabaco. Cuando vi la ley dije: «Esto va a ser un fracaso». Que en la barra de un bar no se pueda fumar me parecía una locura. Sin embargo, funcionó y cada vez será más restrictivo fumar. Ahora, alguien saca un pitillo en un lugar público y la gente le mira como si fuera un apestado. Como si fuera a drogarse y le dijeran: «Váyase a tal sitio».
P.- ¿Cuánto tiempo llevas sin hacer televisión?
R.- De una manera continuada, por lo menos 15 o 18 años.
P.- Has escrito muchos libros divulgativos, entre ellos Diccionario de la salud. ¿Has matado así el gusanillo de tus tiempos en la prensa escrita?
R.- Me atraía porque me parecía que podía ser útil. Hay otro que se titula Sepa por qué. El último que escribí se titula Cómo vencer el paso de los años. Más que vencer el paso de los años, que es una utopía importante, trata de cómo vamos envejeciendo. De repente, cuando vas a hacer el crucigrama, dices: qué poca luz hay en estos neones. Hay que saber que los focos tienen una distinta percepción de la luz, o como va cambiando la voz y los sabores. ¿Por qué los mayores echamos más sal de la debida y encontramos las cosas más sosas? Y nos gustan mucho más los dulces que cuando éramos jóvenes. Todo ese proceso de envejecimiento lo voy contando con anécdotas.
P.- Eres consejero editorial del periódico 65ymas. No paras.
R.- Paro relativamente. Eso me sirve para entretenerme las horas de mi vida, que son muy largas. Aunque parezca mentira, me levanto a las cuatro de la mañana. La gente dice: «Pero ¿dónde vas?». Pues a leer periódicos y a leer libros. Me levanto muy temprano y a las seis y media me abren la piscina y voy a nadar. Nado todos los días una hora. Luego, llego a casa, estoy por la mañana trabajando en cosas y a la una salgo con mis amigos conspiradores para tomarnos un vino o una cerveza. Por la tarde, veo un poco la tele, leo… En fin, voy llenando mi tiempo.
«Debería de haber también gimnasios para el cerebro»
P.- España, se ha dicho en alguna ocasión, no es un país para viejos.
R.- Debería haber clases de envejecimiento. Así como hay gimnasios para estar bien físicamente, debería de haber gimnasios para el cerebro. Deberíamos aprender a ver qué vamos a hacer después de jubilarnos. Llega la jubilación y lo primero que aparece, ineludiblemente, es la pereza. Y empiezas a estar en tu rincón del sofá viendo la tele y eso es más problemático de lo que parece. Habría que pelear contra ello. Las mujeres tienen mucha más inquietud que nosotros.
P.- ¿Sigues viendo la televisión? ¿Qué te parecen los contenidos de ahora?
R.- La veo con mucho criterio crítico. Ayer vi un espectáculo, desde mi punto de vista, lamentable. Una pornografía sentimental; la exhibición de una señora llorando porque quería marcharse a casa. Ahora, que han cambiado las parrillas de la tarde, voy zapenado. Mi mujer me dice: «Así no te enteras de nada». Me entero más de lo que piensas. Estaba viendo los tres o cuatro programas de tarde y valorando unos y otros. Y digo, a este programa le queda una semana como mucho, a este hay que dejarlo que se consolide. Veo la televisión con mucho ojo crítico. Yo soy de la antigua escuela y sigo creyendo que no todo vale para tener audiencia. Hacen falta unos criterios éticos. Que no estén todos los días corriendo ríos de sangre y de tinta con el asesinato de Tailandia o con otros sucesos. Hay un morbo excesivo. Hay que entrar en casa del espectador en puntillas, porque no te invitó nadie, llegar a él con respeto. No puedes darle dos tortas de entrada; decirle: mira aquí estoy yo.
P.- ¿La televisión pública ofrece ahora menos programas de servicio, como Más vale prevenir?
R.- Se ha perdido mucho. Entre otras cosas, porque la televisión pública ha entrado en la competencia. Como si a ella le importara la publicidad que no tiene. Que los demás vayan a por la audiencia para tener anuncios parece bastante lógico, pero tú que no tienes publicidad ni la vas a tener, ¿para qué vas a pelear por la audiencia? Pelea por tener programas de categoría, por tener un prestigio, una información y un montón de cosas. Que esa televisión no tiene por qué ser aburrida. En La 2, por ejemplo, entre las siete y las diez de la noche hay programas muy buenos.
«Para ser barrendero necesitas el Bachillerato y para ser diputado no te hace falta nada»
P.- Hablabas al principio de falta de libertad en TVE. ¿Cómo la ves ahora la libertad en las televisiones?
R.- Ves Antena 3 y La Sexta, que son de la misma empresa, y ves que, ideológicamente, una es de un sector y la otra del otro. Y La 1 tiene una cierta objetividad, pero no tiene nada que ver con La 1 de hace unos años. Sobre la objetividad, yo siempre pongo el mismo ejemplo. Si ante un penalti dos señores opinan de una forma distinta, y fue objetivamente penalti, ¿qué va a pasar de lo que es opinable?
P.- En nuestro país ha vuelto la división, el odio y las redes sociales generan un poco de enfrentamiento.
R.- Qué condescendiente eres. No hay más que ver una sesión de las Cortes. Hemos visto a una señora metiéndose el dedo en la nariz y encima hay que llamarla señoría, que ya es el colmo. Aquí para ser barrendero necesitas tener el Bachillerato y un montón de cosas, y para ser diputado no te hace falta nada de eso. Hay un enfrentamiento. Mucha gente no entiende por qué está ocurriendo lo que está ocurriendo. Y hay una exaltación de los ideales de cada grupo. Incluso, dentro de las familias, hay gente de un grupo y de otro que dejan de hablarse. El deterioro de la vida política y de la vida social ha ido llevándonos a unos extremos que ya es difícil volver atrás. Estamos en un momento complicado.
P.- ¿Eres partidario de un acuerdo con el independentismo o de ir a unas nuevas elecciones?
R.- Por mantenerte en el poder, ¿vas a estar en manos de Bildu, de Junts y del otro? Ellos sabrán por qué lo hacen, pero a mí me repatea. Es mucho mejor ir a elecciones, pero ya veremos. Yo no mando. Soy un espectador mayor.