THE OBJECTIVE
Televisión

Eduardo Sotillos: «Me fui del PSOE antes de que me echaran»

Ha sido portavoz del primer gobierno socialista y director y presentador de uno de los ‘Telediarios’ más recordados

La vida de este veterano periodista está llena de casualidades. Para empezar, no pensaba ser locutor de radio, pero le cogieron en Radio Juventud el día que apareció por la emisora acompañando a un compañero –al que le iban a hacer una prueba- y un empleado se percató de que tenía una voz muy radiofónica. En la decisión también influyó -«aunque esto no sea políticamente correcto», dice a modo de disculpa- la presencia en el hall de un grupo de chicas jóvenes y guapas. Esto ocurrió en 1957, y en 1959 –el año que Fidel Castro entró en La Habana– ganó a los chinos una plaza que había quedado vacante en Radio Nacional de España.

Los más de 80 años que le contemplan no han conseguido mermar su gran sentido del humor y la ironía con la que analiza lo que está pasando en España. Ha ido dejando algunos vicios por el camino, menos el del tabaco. Recuerda con orgullo los telediarios de la Transición –con Lalo Azcona y Pedro Macía–, no se arrepiente de haber dimitido dos veces como director de RNE por discrepancias con quienes le habían nombrado, y habla de su etapa de portavoz del primer gobierno de Felipe González sin pelos en la lengua y sin el más mínimo asomo de nostalgia.

Ha dirigido y presentado programas informativos y culturales en la radiotelevisión pública, ha sido tertuliano y colaborador en diferentes medios, pero si tuviera que quedarse con algo, sería con los telediarios de 1975. «Aquellos telediarios eran muy buenos. Fueron una revolución. En este caso no voy a ser humilde. Cumplimos una función extraordinaria. Rafael Ansón (entonces director general de RTVE) nos dio una libertad absoluta». Lo dice como lo siente y pone de ejemplo una llamada del entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, para pedirle disculpas y reconocerle que se había equivocado al ordenar que no se diera la noticia sobre un atentado de ETA.

Durante los dos años y medio que estuvo al frente de la Secretaría de Estado de Comunicación, en el primer gobierno socialista (desde el otoño de 1982 al verano de 1985), Sotillos se dio cuenta de que los que habían sido compañeros y amigos antes de llegar a Moncloa empezaron a dejar de serlo muy pronto. Aquella etapa le sirvió, eso sí, para conocer desde otra perspectiva algunas miserias de nuestra profesión. Como la prepotencia del director de un periódico que le amenazó por no anticiparle la expropiación de Rumasa y tener que enterarse, como todo el mundo, por un comunicado leído en TVE. «Me estoy desahogando contigo, porque ya me da igual», afirma Eduardo.

El día que sugirió la conveniencia de su destitución a Felipe González, también aprovechó para decirle que era mejor nombrar a un político en ese puesto, y le recomendó a Javier Solana. «A mí Felipe me dio una instrucción: ‘Cuando actúes como portavoz del Gobierno y ocupes la mesa de la rueda de prensa del Consejo de Ministros, no tienes derecho a atacar a la oposición; no puedes hablar de la oposición’. ‘Nunca lo hagas’, y nunca lo hice. Para eso ya estaba el partido». Igualito que ahora…

En esta entrevista concedida a Fuera de micrófono, el que fuera director de Radio Nacional de España en dos ocasiones (1981 y 1985), explica por qué se dio de baja del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) al día siguiente de que Rafael Simancas cambiara la cerradura de la sede del PSM, cuando Eduardo Sotillos era secretario de Comunicación, y llevara a cabo lo que califica de golpe de Estado contra el secretario general de los socialistas madrileños, Tomás Gómez.

«Fue un golpe de Estado de Pedro Sánchez y Rafael Simancas. Me enteré al día siguiente por el periódico de lo que había pasado. Así que llamé a Simancas y le dije: ‘Comprenderás que yo no puedo ser miembro de un partido que es antidemocrático en sus comportamientos’. Me fui antes de que me echaran».

PREGUNTA.- Empezaste muy joven en Radio Juventud, pero un poco por casualidad.

RESPUESTA.- En 1957. Yo estaba estudiando Ciencias Políticas y, para ganarme un dinerillo, daba clases particulares a unos chicos que vivían cerca de Diego de León, que es donde estaba la emisora. Entonces, un compañero mío quería ser locutor de radio y me pidió que le acompañara a Radio Juventud. Le acompañé y, cuando yo comencé a hablar al lado del mostrador donde se inscribía, el señor que estaba allí dijo: «El que tiene una voz muy radiofónica eres tú, ¿por qué no haces una prueba?» Tengo que confesar –aunque ahora no sé si es políticamente correcto– que alrededor había chicas jóvenes y guapas en el hall, entre ellas Clara Isabel Francia, que era una belleza, y dije: «Pues esto no está mal» Hice una prueba imitando la voz de Orson Welles en La guerra de los mundos, y me cogieron. Ahí empezó todo.

«En 1959 Fidel Castro entró en La Habana y yo en Radio Nacional, pero monté menos ruido»

P.- Dos años después, en 1959, entraste en Radio Nacional

R.- Eso fue porque lo gané jugando a los chinos. Había un compañero de Radio Juventud, que también trabajaba en Radio Nacional, y comentó que había una plaza para el verano. Nos dijo a los que estábamos allí –todos de la misma generación– que a él le daba lo mismo llevarse a uno que a otro, y alguien comentó: pues nos lo jugamos a los chinos. Y gané yo. Eso que se dice luego de «búsqueda del horizonte profesional»; en un sitio fue por una cosa y en otro porque gané a los chinos. Así llegué a Radio Nacional y allí me quedé.

P.- Entraste en Radio Nacional el mismo año en que Fidel Castro entró en La Habana.

R.- Prácticamente. Cuando tú casi no habías nacido. El entró en La Habana y yo en Radio Nacional, pero monté menos ruido. Fíjate. Hasta llegué a ser director dos veces de la radio pública.

P.- ¿Cómo se produjo tu incorporación a TVE, muchos años después?

R.- Eso fue en la Transición. Yo estaba haciendo en RNE un informativo y Rafael Ansón, director general de RTVE, que no me conocía de nada, decidió que Lalo Azcona y yo fuéramos las dos caras nuevas de los telediarios en la Transición. Yo estaba veraneando con Julio de Benito, amigo mío, en Mojácar, y de repente apareció un guardia civil en la playa. Me quedé asustado.

P.- Dirías: ¿qué habré hecho?

R.- El guardia civil nos localizó en la playa. Me preguntó: «¿Usted es Eduardo Sotillos?», «Sí señor». «Pues, acompáñeme». «¡Ay, Dios mío!, ¿qué habré hecho yo?» Me llevó a un sitio, me puso al teléfono con Rafael Ansón y me lo comunicó. Yo me asusté mucho porque no tenía ni puñetera idea de lo que era la televisión y ahí empecé otra nueva etapa.

P.- Aquellos telediarios, con Lalo Azcona, Pedro Macía y Eduardo Sotillos, dejaron huella.

R.- Eran muy buenos, ja, ja, ja. Yo estaba en el de por la noche. Fue una revolución. En este caso no voy a ser humilde. Cumplimos una función extraordinaria. Y tengo que decir, además, que mi recuerdo de Rafael Ansón es impresionantemente bueno, porque nos dio una libertad absoluta. Era increíble. Habíamos pasado, de repente, a tener una gran libertad para hacer lo que quisiéramos. Sin censuras y sin orientaciones. Ahora puedo ya contar una anécdota. Un día, cuando ya teníamos hecha la escaleta y yo estaba a punto de salir en pantalla, me llaman y me dicen que ha llegado una instrucción para que no demos en el Telediario un atentado terrorista, noticia con la que íbamos a abrir el informativo. Entonces, yo entré en antena, quité esa información y, cuando acabó el Telediario, nos fuimos toda la redacción a protestar al despacho del director general, al que yo le anuncié mi dimisión. Dije que una situación así nunca se debía de haber producido. ¿Sabes quién resolvió el problema? Adolfo Suárez en persona. Era el que había dado la orden. Yo hablé con él y me dijo que, efectivamente, se había equivocado. Nada menos que el presidente del Gobierno. Fíjate, qué demostración de cómo eran las cosas en aquel momento de la Transición.

Foto: Carmen Suárez

P.- Explicasteis muy bien la Transición, pero después no se os ha hecho demasiado caso.

R.- En su momento, se nos hizo bastante caso. Ahora no, pero es que el salto de años es enorme.

«Felipe González me dijo: ‘En las ruedas de prensa nunca ataques a la oposición’»

P.- No se valora bien por las nuevas generaciones.

R.- Por los que no la vivieron y por los que la vivieron, que la quieren olvidar porque no les conviene ahora hablar de ella. No les conviene pensar que hubo una amnistía. Claro que hubo una amnistía. Recuerdo un discurso magnífico de Marcelino Camacho defendiendo la Ley de Amnistía. Un discurso emocionante. Se quería poner término a lo que había sido una dictadura, después de una guerra civil. ¿Qué tiene que ver eso ahora con la amnistía para unos señores que, dentro de un sistema democrático, como es el español, han delinquido y han sido juzgados en democracia? De repente, les quieren amnistiar. Eso supone decir, a las claras, que ha sido un Estado represor el que ha infringido las leyes al condenarles. Porque, claro, entonces se cuestionaban las leyes franquistas, pero es que ahora son unas leyes nacidas de la democracia. Aquí quedan en mal lugar la Justicia y el propio Gobierno. No olvidemos que hace un mes Pedro Sánchez y todos los ministros decían que era imposible que hubiera una amnistía. Y ahora sí, ¿por qué? Por una única razón: conseguir un puñado de votos imprescindibles para una investidura. Yo lo veo así de claro y así de claro lo digo. Los que vivimos la Transición y hemos visto la alternancia de poderes en España con toda naturalidad no entendemos lo que está pasando. ¿Se han apoyado en los nacionalistas? Sí. Pero no se puede confundir el nacionalismo de Pujol con el de Puigdemont. Convergència, aunque tuviera un corazón independentista, no planteaba abiertamente un referéndum de independencia.

P.- Siendo ya un periodista reconocido y popular, decidiste afiliarte al PSOE en 1979. ¿Calculaste los riesgos que esa decisión podía entrañar?

R.- Lo consideré mucho, claro. A partir de ese momento, me ponía una especie de corsé a la hora de poder desarrollar la profesión, aunque he procurado ser independiente. Es curioso. Yo he dicho siempre que, siendo socialista de carné, pagaba una cuota, y otros compañeros míos, que supuestamente eran independientes, cobraban cuotas.

«Nadie puede decir que yo me haya comportado nunca como un comisario político»

P.- En una entrevista que te hice cuando eras director de El ojo crítico, programa cultural de RNE, decías que ser militante socialista no te coartaba tu libertad. ¿Cómo explicas esto?

P.- No me la coartaba en absoluto. La gente que ha trabajado conmigo, siendo yo director de RNE, no pueden decir que me haya comportado nunca como un comisario político. Cuando he escrito o he opinado yo, de forma particular, es verdad que lo he hecho como un socialdemócrata. Y lo sigo haciendo hoy, que no tengo carné.

P.- Si lo hubieras tenido ahora, a lo mejor te lo habrían quitado.

R.- Pues por eso me fui. Te lo puedo decir a ti, con la confianza de ser compañeros. Cuando se produjo el golpe de Estado contra el Partido Socialista de Madrid (PSM) –porque fue un golpe de Estado el que dieron Pedro Sánchez y Rafael Simancas-, a una organización de la que yo era secretario de Comunicación, con Tomás Gómez, me enteré por el periódico de lo que había pasado. Y lo que había pasado es que nos habían invadido la sede.

P.- … Y os cambiaron la cerradura.

R.- Efectivamente, nos habían cambiado la cerradura. Yo era el número uno del Comité Regional, elegido por los compañeros, y llamé por teléfono a Rafael Simancas para decirle: «Pero, ¿esto qué es?» Y me dijo: «Chico, lo he tenido que hacer». Entonces, le contesté así, a las claras: «Pues mira, comprenderás que yo no puedo ser miembro de un partido que es antidemocrático en sus comportamientos». Y me pidió, por favor, que, como estábamos en un periodo preelectoral, no hiciera pública mi decisión. No quise hacer daño y, tras las elecciones, ya sí la hice pública. Intuía lo que iba a pasar. Estaba seguro que, en cuanto empezara a ser crítico, como está ocurriendo ahora con viejos compañeros míos, me iban a echar. Y, antes de que me echaran, me fui. 

«Un director de periódico pensaba que los Consejos de Ministros dependían de su editorial»

P.- ¿Te resultó difícil, cuando te nombraron portavoz del Gobierno, entenderte con quienes habían sido antes amigos y compañeros de profesión?

R.- Eso fue muy duro, claro. Cuando se produjo mi cese, que también fue dimisión porque yo me lo había olido, le dije a Felipe González: «Nunca vuelvas a colocar a un periodista de secretario de Estado de Comunicación y menos de portavoz del Gobierno». Yo nunca he mentido, pero algunas cosas no las podía explicar. Entre otras cosas, porque las deliberaciones del Consejo de Ministros, cosa que ahora se olvida, son secretas. Se jura no informar ni hablar de las deliberaciones del Consejo de Ministros. Y ahora veo cómo algunos ministros –sobre todo, ministras-, eso no lo cumplen, pero no pasa nada. Si le hubiéramos hecho algo parecido a Felipe González, estaríamos de enviados especiales en Siberia, haciendo crónicas informativas sobre el frío que hace allí. A mí Felipe me dio una instrucción: «Cuando actúes como portavoz del Gobierno y ocupes la mesa de la rueda de prensa del Consejo de Ministros, no tienes derecho a atacar a la oposición; no puedes hablar de la oposición». «Nunca lo hagas». Y nunca lo hice. Para eso estaba el partido.

P.- En ese puesto de portavoz debe ser difícil no crearse enemigos…

R.- Yo decía: la información para el que la trabaja. Esa era mi norma. Porque yo había estado dirigiendo un pequeño periódico en Bilbao, vinculado al Partido Socialista, La Tribuna Vasca, y sabía lo difícil que era conseguir exclusivas. Sin embargo, a mi competencia, como era muy importante, se las pasaban. No hacía falta que las buscaran. Porque aquí las mejores exclusivas son las que te filtran. Ahora, vemos todos los días como a un medio de comunicación le hacen la primera página.

P.- Vamos, que le adelantan lo que va a ocurrir…

R. [Risas] Eso, te adelantan lo que va a pasar. Yo decía: voy a defender a ese periodista de Albacete que es capaz de hacerte la pregunta interesante, esa pregunta que a nadie se le ha ocurrido. Claro, yo conseguía caerle muy simpático a una emisora local de Albacete, pero no a El País.

P.- ¿Este último periódico encajaba mal que fueran otros los que dieran noticias de alcance?

R.- Sabes cuando me di yo cuenta de esto… Me estoy desahogando contigo, porque ya me da igual. Cuando se produjo la expropiación de Rumasa – primeros días del gobierno de Felipe González -, yo tuve que ir a comunicar deprisa y corriendo la noticia. Iba escribiendo en un coche que daba botes por la Casa de Campo, para llegar a Prado del Rey antes de que se cerraran las emisiones. Había que darla ahí, porque al día siguiente los españoles se iban a encontrar con los bancos de Rumasa cerrados e intervenidos. Y el único medio para dar esa noticia, y que se enteraran todos los españoles, era TVE. Entonces, el director de un determinado periódico, a las dos y media de la mañana, me llamó a casa a través de ese teléfono terrible, negro o rojo, por el cual te llegan las peores noticias. Me dijo el jefe de gabinete: «Fulanito de tal quiere hablar con usted». Entonces, cojo el teléfono, y escucho: «te vas a enterar».  «¿Por qué?» «Porque yo no me puedo enterar de esta noticia a través de la televisión, como todo el mundo» Le dije: «Hombre, pues creo que se ha enterado así hasta el Rey». «Sí, pero a mí –me contesta– el Rey no me importa, yo mando más que el Rey».

P.- ¿Puedes decir el nombre del autor de la llamada?

R.- No voy a decir el nombre, pero la gente se puede imaginar quién era. Después, me he vuelto a llevar bien con ese personaje. Él tenía el orgullo herido, porque ese medio era determinante. Se pensaba que los Consejos de Ministros dependían del editorial de su periódico.

Eduardo Sotillos, cuando era director de RNE, años 80. | Foto: Archivo Javier del Castillo

P.- ¿Por qué le recomendaste a Felipe a Javier Solana para sustituirte en el puesto de portavoz del Gobierno?

R.- Porque Solana es un hombre con un sentido diplomático, muy respetado, y con un gran peso político en el Partido Socialista y en el Gobierno, cosa que yo no tenía. Y porque se llevaba muy bien con los periodistas. Solana es muy inteligente, muy inteligente. Y la verdad es que acerté. Pero la gente suele recomendar a alguien que lo vaya a hacer peor que él.

P.- Dimitiste dos veces de director de Radio Nacional, en 1981 y en 1988. ¿No te dio miedo lo que pudiera venir después?

R.- El sueldo cuenta. Pero, o yo era un poco loco, o tenía mucha confianza en mí mismo. Yo pensaba que era buen periodista. Verás que no soy humilde [Risas]. No soy un divo, pero sí un buen profesional.

P.- Una de las etapas en las que más disfrutaste fue en la de director de El ojo crítico, en Radio Nacional. ¿Por qué?

R.- Me encantaba. Y también lo pasé muy bien en otra etapa en televisión haciendo programas culturales, como El nuevo espectador. Hay una serie, que duró muy poco, que se llamaba La huella, donde entrevistaba a los personajes que más habían contribuido en los últimos años a dar una visión distinta de España, desde el punto de vista cultural. Allí estuvo, por ejemplo, Juan Antonio Bardem. Recuerdo una larga entrevista con él. Luego hice otro programa con Santiago Carrillo sobre el eurocomunismo. Fue muy llamativo porque fumábamos como locos y se llenaban los ceniceros de colillas. Ahora es imposible. Por cierto, me estoy comiendo los dedos.

P.- Pues tienes que aguantar un poco.

R.- Ya, ya.

«Suárez venía de vez en cuando a Moncloa para hablar con Felipe y nadie se enteraba»

P.- ¿Cómo ves la situación de enfrentamiento y división que se vive en España en estos momentos? Porque tú viviste todo lo contrario.

R.- Todo lo contrario. Yo recuerdo cuando Suárez venía de vez en cuando a Moncloa para hablar con Felipe, que la gente no se enteraba. Tenían muy buena relación. Tengo alguna foto de cuatro personas brindando en Moncloa con unas cervezas. Entre ellas, Suárez y Felipe. Yo todos los días leo The Objective, pero leo también otros medios, incluido eldiario.es. Me tengo que leer todos los días diez medios para hacerme una idea de lo que está pasando. Y ya los tengo ubicados. Tengo que decir que The Objective es uno de los medios más equilibrados. Tenéis una tendencia lógica.

P.- Al final de tu trayectoria profesional, ejerciste de tertuliano de radio y televisión, en la Ser, Telecinco y Telemadrid. ¿Qué opinas de las tertulias?

R.- En Telemadrid tuve algunos enfrentamientos muy fuertes. Lo que yo no he podido aguantar nunca en una tertulia es la mentira. Yo comprendo perfectamente que una persona tenga una ideología completamente contraria a la tuya, pero si, de repente, cuando debate contigo, te está diciendo que alguien dijo la palabra rebelión y no la dijo, pues yo ya no sigo. Ese debate es inútil.

P.- ¿La mentira y los bulos son cada día más difíciles de detectar?

R.- Cuando descubrimos la palabra relato se jorobó todo. A partir de entonces, los directores de comunicación de los partidos políticos están obsesionados en construir el relato. Hay que colocar la palabra. Y hay palabras contra las que es muy difícil luchar. ¿Quién puede decir que no es progresista? ¿Quién puede decir que es reaccionario? Si tú intentas luchar contra la palabra progresista, o dices que estás en contra del diálogo y del acuerdo, que es necesario que nos entendamos todos… ¿Quién no va a estar de acuerdo en que haya paz, y en avanzar y no retroceder? Pero ¿cómo se avanza y cómo se retrocede? El PP tiene un caos mental. No sabe cuál es su relato. Hay contradicciones que mucha gente no entiende. Y tú vas a una tertulia cualquiera y lo mismo te están hablando de Bertín Osborne que de lo que ha pasado en el Congreso. Con la misma naturalidad y la misma frivolidad.

«A España le convendría nuevas elecciones, pero diciendo cada uno qué piensa hacer de verdad» 

P.- ¿Es posible un gobierno progresista, con apoyos nacionalistas?

R.- Enlaza con lo que estábamos hablando. Si tú has colocado ya el mensaje de que este es un gobierno progresista, ya te vale lo que hagas después. Ya es progresista hasta el PNV y Junts per Cat, que son dos partidos burgueses y de derechas. Pero, reconocidamente, de una derecha burguesa. Eso sí, si van contigo, estarán protegidos por el manto del progresismo.

Foto: Carmen Suárez

P. ¿Habrá gobierno o iremos a nuevas elecciones?

R.- Yo no me juego ahí ni la jubilación. Yo quisiera pensar que el presidente del Gobierno de mi país no va a poder aceptar las condiciones que le ponen los independentistas catalanes. Oriol Junqueras se presenta a las puertas del Congreso de los Diputados para decir que tiene ya un acuerdo firmado sobre la amnistía, a cambio de hacer presidenta del Parlamento a la señora Francina Armengol y la constitución de la mesa. Si lo tienen por escrito, díganme sí o no. Sale la portavoz del Gobierno y dice que no es momento, que esto es el tiempo de Feijóo. Y ahí se acabó. ¿Cómo voy a hacer yo un pronóstico de lo que puede pasar? Creo, realmente, que a España le convendría unas nuevas elecciones. Pero, a las claras, diciendo cada uno lo que piensa hacer de verdad. 

P.- ¿Ves inviable un acuerdo entre los dos partidos más votados?

R.- Es imposible. Portugal es un ejemplo para nosotros en muchas cosas. Hacen una revolución con un clavel, ya me contarás, y nosotros nos matamos.

P.- ¿Cómo ves ahora la televisión? ¿Con más ofertas y sin el monopolio que tú viviste en TVE?

R.- Yo voy zapeando y veo que alguien hace una escaleta común. Y, luego, hay algunos matices. Hay alguien, un ser inaccesible, que dice: hoy toca abrir con las jugadoras de fútbol o con la Dana. Las terribles inundaciones de Libia tardaron tres días en ocupar el primer puesto en la escaleta. Primero estaba Marruecos, aunque la catástrofe de Libia ha sido más dramática que la de Marruecos.

Foto: Carmen Suárez

P.- Si volvieras a nacer, ¿harías las mismas cosas, incluida la de ser portavoz de un gobierno socialista?

R.- Sí, lo haría. He cometido muchos errores.

P.- Sigues teniendo alguna relación con Felipe González.

R.- No. En realidad, yo no tengo relación con casi nadie.

P.- ¿Ni con Tomás Gómez?

R.- Con Tomás Gómez un poco más, pero está muy encerrado en su propio proyecto personal. Está muy crítico y podría ser el hombre joven que encabezara un movimiento.

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