THE OBJECTIVE
EL BLOG DE LUCÍA ECHABARRIGA

Carta abierta a Bob Pop

«Me gustaría invitarte a reflexionar sobre lo que es fascismo. Y cómo se banaliza la lucha antifascista cuando se llama fascismo a lo que no lo es»

Carta abierta a Bob Pop

El escritor, guionista y crítico Bob Pop | Fernando Sánchez (Europa Press)

Estimado Roberto,

De la misma manera que cuando le escribí una carta abierta a Alfredo Urdaci intenté hacerlo desde el máximo de los respetos voy a intentar escribirte esta carta abierta desde el máximo de los respetos. 

De la misma manera que Alfredo Urdaci me respondió, quizá tú te vengas a responderme. Libre eres de hacerlo, por supuesto. Yo sí que creo en la libertad de expresión. Otros no. Otros entre lo que me temo que tú te cuentas, apoyáis que se censure.

Parto de la base de que, aunque en teoría cada uno, tú y yo, estemos a un lado de un muro, (y tú estás precisamente del lado que desea construir un muro, y yo del lado que desea derribarlo) lo que nos une quizá sea más de lo que nos diferencia. Ambos hemos sufrido acoso escolar, a ambos nos ha violado un desconocido a punta de navaja, ambos recordamos ese momento a partir del mismo sentimiento (el de estar convencidos de que ese hombre nos iba a matar), y ambos hemos vivido la homofobia de forma directa porque al fin y al cabo ambos hemos vivido en el Madrid de los 90. Si te contara lo que tuve que sufrir y lo que tuve que escuchar cuando publiqué Beatriz y los cuerpos celestes, probablemente te reconocerías en muchas cosas. 

Por eso creo que es muy triste que intereses empresariales nos hayan puesto a cada uno a un lado de un muro. Yo sé que tú no te das cuenta de quién ha creado el muro; yo sé cómo se crea y quién lo crea. Sé que las ideologías casi siempre responden a intereses que poco tienen que ver con las ideas y mucho con el dinero. Y pienso que la polarización es la mayor tragedia de este país. Y mira que es un país que vive tragedias. 

El otro día me pusiste la respuesta demasiado fácil cuando dijiste que la enseñanza concertada o privada es el caldo de cultivo y la simiente del odio. Parece que todos los de la órbita neoizquierda fuisteis al colegio privado o concertado. Tú fuiste al liceo Montepríncipe, que actualmente cuesta 700 euros al mes. Pablo Iglesias se educó en el mismo colegio concertado al que fui yo, el Montserrat. Rita Maestre fue al Liceo Italiano, Verstytringe al Liceo Francés, Ione Belarra al Claret de Pamplona, las hijas de Mónica Bardem al Liceo Francés, tengo entendido que los hijos de Wyoming acudieron al Liceo Francés, aunque me puedo equivocar, Urtasun  también fue a Liceo Francés, y que Lucía Lois  también fue a Liceo Francés, pero si no es así, que me lo confirme. 

El Liceo Francés que tanto les gusta a los de tu órbita. Y qué casualidad que sí, que en esa órbita hay mucho discurso de odio. O no es casualidad. Vivir aislado te hace sentir diferente. Sentirte diferente te hace tener miedo. Tener miedo te hace odiar. 

El Liceo Francés cuesta seiscientos euros al mes y a eso hay que añadirle los doscientos de comedor y los ciento y pico de autobús escolar. El comedor y el autobús habrá que pagarlos sí o sí porque el Liceo Francés no está precisamente céntrico. A ojo de buen cubero, entre pitos y flautas, y sumando extraescolares, material y excusiones, los mil euros al mes no te los quita nadie. 

«La neo izquierda brilli española es élite. Elite y casta de la más rancia. No se salva ni uno»

No solo es que los privados y concertados, efectivamente, son simiente de discurso de odio y polarización. Es que la neo izquierda brilli española es élite. Elite y casta de la más rancia. No se salva ni uno, oiga. Y por supuesto, sentirte élite y casta te hace vivir aislado, y el aislamiento crea odio, porque todo animal teme a lo que no conoce. De ahí el discurso de odio de la neo izquierda.

Pero no te escribo por eso, te escribo porque me ha saltado en el buscador tu «diccionario de términos fascistas». Un vídeo. Y yo no te estaba buscando, pero entiendo que el algoritmo detectó mi tuit y creyó que el tema me interesaría.

Déjame contarte una historia.

Verás, cuando yo era pequeña sabía que tenía una hermana mayor pero nunca la vi. Cuando me preguntaban por mis hermanos había que incluir a mi hermana mayor, Cristina, pero yo no sabía ni quién era. Nunca vino a cenar por Navidad, ni pasé las vacaciones con ella, ni celebré su cumpleaños, ni ella estuvo en los míos. Cuando me decían que dibujara a mi familia sabía que esa chica existía y me la tenía que inventar y dibujar lo que se me venía a la cabeza porque quizá la habría visto cuando era muy niña, pero no podía recordarla. 

Y, ¿sabes por qué yo no conocía a mi hermana? porque, según me han contado, cuando mi hermana tenía diecinueve años encontraron en el piso de mi hermana, en Bilbao, un piso que compartía con unos amigos, lo que en  1970  se llamaba «una comuna», unos panfletos en los  que se denunciaba que estábamos viviendo en una dictadura. Lo cual era verdad, por supuesto. España vivía bajo un yugo fascista.

No sé cómo mi hermana consiguió huir de España. No sé cómo se las arregló para dejar atrás a familia, amigos y carrera prometedora, porque era una estudiante modelo y brillantísima, no sé si alguna vez recibió dinero de mis padres porque entonces era muy difícil enviar dinero desde España al Reino Unido.  Mi hermana tenía pasaporte británico porque mi hermana había nacido en el Reino Unido. Y eso la salvó. Si no lo hubiera tenido, le hubiera sido muy difícil salir de España. 

Yo perdí a una hermana y cuando, años más tarde, hubiera podido recuperar a mi hermana ni siquiera me caía bien. No porque haya nada malo en mi hermana, no.  No lo hay. Simplemente, porque cuando dos personas no han vivido juntas y han vivido vidas muy distintas al final no tienen nada en común, aunque su sangre sea la misma.  También porque mi hermana había vivido situaciones muy dramáticas que creo que se reflejan en su carácter, y a mí no me gustó su carácter. Y en aquel momento no disponía de la información para entender que probablemente mi hermana sufría de estrés post traumático. Ni estaba formada en psicología ni nadie me había explicado que la experiencia que ella vivió había sido tan dura. 

 Pero no vamos a hablar de mi hermana, que al fin y al cabo es mi hermana y tiene derecho a que se respete su privacidad. 

Vamos a hablar de mí.

Una de las escenas de mi infancia que se me ha quedado grabada es que mi hermano regresó a casa con un golpe en la cabeza, y que mi madre se desmayó. Sé que a mi hermano le habían detenido, y poco más sé. Debía regresar del calabozo. Sé que le detuvieron varias veces. También sé que mi madre me repetía sin parar «no cuentes nada de lo que ves en casa», «no repitas lo que te dice tu hermano».

Un día, pintando, me puse a cantar La internacional, me la había enseñado mi hermano. Quizá me la enseñó mi padre. Calculo que yo debía tener menos de diez años. Quizá ocho. Quizá fuera 1973. Mi madre me pegó una bofetada. Y mi madre no me pegaba nunca, solo me ha pegado dos bofetadas en mi vida. Me dijo que por favor no volviera a cantar eso, y mucho menos en el colegio, que bastantes problemas teníamos ya. Y estaba verdaderamente muy asustada. No, mi madre no me impedía cantar porque mi madre fuera fascista ni nada por el estilo. No quería que esa canción se me escapara en el colegio y la tuviéramos liada.

Otro borroso recuerdo de mi infancia es el de ir al Retiro de la mano de una persona de la familia. Avanzamos, creo recordar que hasta el lago, y allí se reunió con alguien y le dio un paquete. Todo me sonaba muy raro, era la primera vez en mi vida que yo veía el Retiro, nosotros no vivíamos cerca, y no entendía qué hacíamos allí y por qué esa persona tiraba de mí. Solo años después supe que me había llevado a mí porque con una niña pequeña daba sensación de respetabilidad. Nunca supe lo que había entregado. Pero sí sentí su miedo.

Cuando yo tenía trece años recuerdo que estaba sentada en el autobús. Era la línea 29, yo regresaba del colegio. Recuerdo vívidamente estar en los asientos de atrás. El conductor, que estaba escuchando la radio, frenó de golpe, se levantó y nos dijo que nos teníamos que ir a casa. No nos dijo por qué, pero parecía muy asustado. Alguien empezó a protestar para que le devolviera el dinero del billete, pero cuando el conductor le explicó lo que pasaba, ese alguien saltó del autobús y salió escopetado. Era febrero, 23 de febrero y aún no había llegado el cambio climático a Madrid. Un 23 de febrero en Madrid hacía muchísimo frío. Me tocó recorrer casi un kilómetro andando con el puñetero uniforme de colegio que me dejaba las piernas al aire. Pensaba que cuando llegara a casa me caería una bronca espectacular. Porque entonces no había móviles y no le podía llamar a mi madre a explicarle lo que había pasado. 

Cuando llegué a casa me encontré a mi madre venga a llorar y llorar. Y, entre sollozos, todo se le iba en decir que nos iban a encarcelar a todos. Porque mi padre era militante de Izquierda Democrática -en la clandestinidad  primero, abiertamente más tarde- y al parecer, esto lo supe años después, en mi casa había archivos del partido.

Mi madre y mi padre tenían broncas de todos los colores y por múltiples razones. Pero una de las razones era precisamente la pertenencia de mi padre en ese partido, y otras militancias previas, en dictadura, en la clandestinidad. Mi madre decía claramente que mi padre nos ponía en peligro, que ya había perdido una hija, que estaba a punto de perder un hijo y que…¡con lo bien que estaban en Inglaterra!

Muchos años después, en terapia, me di cuenta de que una de las razones de la ansiedad con la que vivo y con la que libro día a día era haber vivido en la infancia pensando que en cualquier momento alguien de mi familia podía desaparecer, o podría llegar a casa herido, o se lo podían llevar detenido. El hecho de que durante años el teléfono de mi casa estuviera intervenido y todos lo supiéramos no ayudaba, como comprenderás.

Tú naciste unos años después que yo y entiendo que no naciste en una familia comprometida políticamente. Si me equivoco, por supuesto, dímelo. Entiendo que no has vivido una infancia marcada por la angustia de perder a tu familia (entiendo que tu angustia existió , pero que era otra), entiendo que no has perdido a una hermana para siempre. Entiendo que tú has vivido una infancia dura, pero no fue la mía.

Yo soy muy consciente de que, gracias a personas como mi padre, mi hermana y mi hermano tú puedes vivir actualmente la vida que vives, y puedes publicar tus libros y hablar en la radio. Sin ellos y sin personas como ellos no se habría avanzado en derechos. Sin ellos y sin personas como ellos tú no podrías llevar la vida privilegiada de pequeño burgués que hoy llevas, y que espero que disfrutes. Te digo de corazón que espero que la disfrutes porque sé que la disfrutas en parte gracias a mi familia, y estoy profundamente orgullosa de ello. Te digo que yo soy muy consciente del valor de la lucha de mi padre, de mi hermano y de mi hermana, incluso si a día de hoy sigo sin tener hermana, porque no me hablo con ella. Pero no sé si tú eres consciente de ello, de que le debes tanto a ellos y a personas como ellos. Me temo que no y eso me duele profundamente.

Y me temo que no tienes ni idea porque cuando llamas fascismo a cosas que no tienen nada que ver con el fascismo, banalizas la lucha de mi padre y de mis hermanos.

Te diré que yo tengo un juicio pendiente por haberme atrevido a expresar que mis ojos veían un hombre en una foto. Me dice mi abogada que hable lo menos posible del tema así que no me voy a referir al tema en cuestión. Te dejo el enlace de la noticia y me dirás si de verdad crees que aquí no está en juego la libertad de expresión.

Mi hermana se jugó mucho por decir una verdad como un templo.  Una verdad obvia y evidente, que hoy nadie discute. Yo siento que a mí también me persiguen por decir una verdad, que en pocos años ya nadie rebatirá. Y te diré la diferencia; yo no me juego la cárcel. Eso es cierto. La cuestión es que mi hermana le han llamado roja toda la vida, y a mi gente como tú me llama facha,  simplemente por haberme atrevido a continuar con el espíritu que animó a mi hermana, a mi padre y a mi hermano. Tanto mi hermana como yo hemos luchado por la libertad de expresión.

En cualquier caso, te diría que me duele (y no puedes imaginarte cómo me duele) que el término fascista se use para designarnos a mujeres como yo que simplemente queremos decir que a nuestros ojos estas personas son hombres. Que para nosotras una persona que ha nacido con pene y testículos, que no tiene ninguna intención de alterar su cuerpo, obviamente es un hombre. No podemos decirlo, de la misma forma que mi hermana no podía decir que España era una dictadura. Y me duele porque me parece que es una perversión inhumana ,cruel y miserable llamar fascista a nadie solo porque se atreve a revelar una verdad.

Por cierto, por muy mal que me lleve con mi hermana te aseguro que mi hermana, que era feminista cuando el término no se podía usar en público, que formó parte de los primeros grupos feministas organizados de Euskadi, en esto sí que estaría de acuerdo conmigo. En que sexo no es género, quiero decir.

Te diré que el franquismo tramitó 250.000 expedientes de incautación patrimonial a los enemigos del movimiento. Si eras republicano o socialista podías perder tu casa. Mi abuelo trabajaba en un ministerio republicano. Según me contaba mi abuela, cuando llegó la Guerra Civil tuvieron que salir corriendo a Bélgica. Y, cuando finalmente pudieron regresar, gracias a los contactos que mi abuelo tenía con Ramón Franco, que como sabrás era republicano y después – familia obliga- se cambió de bando, y cuando pudieron recuperar a sus hijos, descubrieron que ya no tenían piso en Madrid y que el piso había sido incautado. No te voy a contar la novela de por qué mi abuelo no podía regresar a Bélgica con mi abuela, pero, bueno,  ya habrás visto películas de la   Segunda Guerra Mundial, supongo, y te haces una idea. El delito de mi abuelo para perder su piso fue simplemente haber trabajado en un ministerio republicano.  Mi abuelo recuperó su piso, creo, después de muchos años. Y destrozado. No me sé bien la historia. El caso es que su piso había sido incautado y se había puesto a disposición del régimen.

Actualmente,  un pequeño propietario puede perder su piso durante años y verse obligado de paso apagar el agua a la luz y el IBI del inmueble que está disfrutando otra persona. Porque el gobierno en la práctica le incauta su piso para ponerlo a disposición de un escudo social. Si a mi abuelo se lo incautaron por enemigo del régimen, al pequeño propietario se lo incautan simplemente por ser pequeño propietario. Que se joda el pequeño propietario: no haber heredado un piso o no haberlo comprado cuando estaba barato. Sí, quizá el propietario lo recupere dentro de cinco años, destrozado, eso sí, y tras haber perdido una pasta pagando suministros, y afrontando los gastos legales que suelen ser considerables. Pero en ambos casos (el de mi abuelo y el del pequeño propietario) la incautación se produce por la misma razón: el propietario del piso no despierta la simpatía del gobierno.

El Estado se había comprometido en España construir 235.000 viviendas que no puede construir, y como no las ha construido delega el escudo social en pequeños propietarios. No te confundas porque son los pequeños propietarios los responsables del 95% del alquiler en este país. Los grandes fondos no están alquilando pisos, y te lo digo yo que vivo en Lavapiés y sé perfectamente cómo se está creando la burbuja. Los pequeños propietarios venden porque no pueden alquilar el piso,  un gran fondo lo compra y lo deja vacío a la espera de que la ley cambie. Sé que para ti es muy difícil moverte por Lavapiés en silla de ruedas si no te diría que te hacía un tour y te iba enseñando todos los edificios en los que hay pisos vacíos. De hecho, vivo al lado de un edificio que lleva vacío creo que ya tres años. Y al otro lado, un piso que lleva ocupado varios más. Pero cuando contamos que un gobierno presuntamente antifascista está repitiendo exactamente la misma táctica de incautación que utilizaba el gobierno franquista, pero con un método distinto, entonces nos llaman fascistas.

También nos llamáis fascistas a los que no queremos avenirnos a las consignas del nacionalismo catalán, ni ceder a su chantaje.

«No se nos puede llamar fascistas a aquellos que creemos que el nacionalismo burgués es rancio, de derechas, clasista y profundamente insolidario»

 Te recuerdo que la Internacional Socialista, aquella cuyo himno cantaba yo fregando platos,  se llamaba a sí misma Internacional precisamente porque los socialistas de toda la vida creyeron en el internacionalismo, en oposición al nacionalismo burgués. No se nos puede llamar fascistas a aquellos que creemos que el nacionalismo burgués es rancio, de derechas, clasista y profundamente insolidario. No es fascista criticar la ley de amnistía. 

Y si tú a cualquiera se atreviera a llamarme fascista por ello solamente tendría que decirle lo siguiente:

«Los intereses de la clase trabajadora y de su lucha contra el capitalismo exigen la solidaridad completa y la mayor unidad de los trabajadores de todas las naciones; exigen resistencia a la política nacionalista de la burguesía de cada nacionalidad. No le supone ninguna diferencia a un trabajador contratado si es explotado principalmente por una burguesía u otra.  La lucha exitosa contra la explotación requiere que el proletariado esté libre del nacionalismo y sea absolutamente neutral, por así decirlo, en la lucha por la supremacía que se está desarrollando entre las burguesías de varias naciones. Si el proletariado de cualquier nación otorga el menor apoyo a los privilegios de su “propia” burguesía nacional, esto inevitablemente despertará desconfianza en el proletariado de otra nación; eso debilitará la solidaridad de clase internacional de los trabajadores y los dividirá, para deleite de la burguesía.»

¿ Te parece que el repudio al nacionalismo burgués es fascista? Pues te acabo de citar a Lenin. Joder, no me digas ahora que también crees que Lenin es fascista.

Muchas veces hablo en mis talleres de la lógica del vampiro. La lógica por la cual la persona que ha sido mordida acaba mordiendo a su vez. No es mi intención psicoanalizar a nadie. Mucho menos a ti. Pero sí que te dejo caer que los niños maltratados de mayores maltratan a otras personas. Y que participar de una ideología que acosa y maltrata sistemáticamente a las mujeres es ejercer también  el acoso y el maltrato. 

Cuando yo llegue a juicio intentaré defender que tengo derecho a la libertad de expresión y que tengo derecho a defender lo que ven mis ojos y que tengo derecho a sentir lo que siento. Y esto es lo que también te quiero transmitir a ti. 

Créeme que puedo empatizar con tu durísima infancia, pero no puedo empatizar con que nos insultes a muchas personas. Quizás inconsciente estás reproduciendo a gran escala el acoso que tú viviste a pequeña escala en el patio de un colegio. ( Repito, digo «quizás», no quiero psicoanalizar a nadie que no me lo pide). Y cuando nos pones etiquetas a determinadas personas estás haciendo lo que te hacían a ti. A ti te ponían una etiqueta la de maricón y ya estaba abierta la veda para que te insultaran o te aislaran  o incluso te pegaran. A nosotras nos ponen una etiqueta la de terfas y fachas y ya está abierta la veda para que nos puedan pegar por la calle, para que nos despidan de nuestros trabajos, para que nos insulten, humillen y desprecien.

Me gustaría invitarte a reflexionar.  A reflexionar sobre lo que es fascismo. Y cómo se banaliza la lucha antifascista cuando se llama fascismo a lo que no lo es.

No es fascista defender el derecho a la propiedad privada o el derecho a la libertad de expresión. 

No es fascista defender el derecho de cada quien a votar lo que le dé la gana. Muy al contrario: defender el derecho de cada quien a votar lo que le dé la gana es la esencia misma del antifascismo. La democracia por definición es la enemiga del fascismo. Y la democracia por definición defiende el derecho de cada quien a votar lo que le dé la puñetera gana. 

Pero sí es fascismo obligar a las personas a estarse calladitas porque les puede caer una multa o pueden perder sus trabajos, tal y como nos ha sucedido a tantas defensoras de la consigna de que sexo no es género.

Sí es fascismo incautar los bienes de los particulares para ponerlos a disposición del Estado. 

Sí es fascismo romper la igualdad entre los habitantes de un mismo territorio.

Somos muchas personas que nos hemos quedado en tierra de nadie, al otro lado del muro que habéis creado, ese muro que decís que habéis creado para aislar a la extrema derecha. Pero no aislais a la extrema derecha, os aisláis vosotros. Porque llamáis extrema derecha a cualquiera y al final somos más a este lado del muro, en una sociedad polarizada. 

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