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'El País', Savater, lecturitas y charcutería

«Ponen sus padecimientos en el mostrador, para sacarles automática rentabilidad política»

‘El País’, Savater, lecturitas y charcutería

El filósofo Fernando Savater. | Europa Press

1. En efecto, El País acoge opiniones contrarias a su línea editorial. Esta es la gloria del periódico. Y su desgracia es que los artículos disidentes suelen ser los mejores de cada número, a enorme distancia del resto. La opinión oficial es la raquítica. Esto en sí mismo debe de resultar humillante. Aunque en el caso de Fernando Savater no ha bastado. Ha hecho falta que el colaborador la emprendiera abiertamente contra el periódico –contra la cabecera, la línea editorial y los compañeros– para que este tomara la drástica medida de expulsarlo.

2. El conflicto resulta interesante. Por un lado, al colaborador hay que exigirle una cortesía básica (más que fidelidad) con el medio; y también (aunque sobre esto tengo alguna duda) hacia sus compañeros. Si esto se incumple, el medio tendrá razones para despedirlo. Por otro lado, ¿qué se puede hacer cuando el medio forma parte en sí mismo de la actualidad, de la actualidad criticable? No se trata ahora, en el caso de El País, de que un periódico esté apoyando a un presidente. Se trata de que está apoyando a un Trump. En España tenemos a un Trump apoyado por el New York Times. Esta es la grave situación que ha denunciado, con inevitable descortesía y a costa de su colaboración, Savater.

3. A partir de aquí, no se nos ha ahorrado el espectaculito de la redactora que celebra el despido en concienzudas parrafadas acusicas, inquisitoriales, con el aplauso del bobalicón mandibular.

4. Leo la investigación de El País sobre las denuncias de agresión sexual de varias mujeres contra el director Carlos Vermut (en la que aprendo, por cierto, que este apellido era pseudónimo). Siempre me quedo noqueado con los detalles, por medio de los cuales suele exhibir su sordidez la realidad, esa cosa cruda, habitualmente destripada. En espera de lo que digan los jueces, me llama la atención la respuesta escandalizada al milímetro, puramente escenográfica, de ciertos gañanes del cine español. Si los hechos no fueran tan graves, podría decirse que tal impostación los delata; como mínimo, debería dar pie a nuevas investigaciones.

5. Urtasun. Lo que faltaba: un ministro de Cultura con lecturitas.

6. Esteban González Pons, del PP, dice que el Tribunal Constitucional es «el cáncer del Estado de derecho» y Aina Vidal, de Sumar, responde hablando de su cáncer. Este es el nivel insufrible, la charcutería cotidiana. Ponen sus padecimientos en el mostrador, para sacarles automática rentabilidad política. La vida no les enseña nada, solo a comerciar con todo. Luego hablan del capitalismo.

7. Mi amigo Weil está deshaciéndose de su biblioteca, una de las mejores que conocí. Es por puro hastío físico de los libros. Quiere dejarse solo una estantería elemental. Me cuenta algo interesante. En la librería de segunda mano a la que fue a vender no le quisieron comprar ninguna novela española ni hispanoamericana anterior al año 2000; ninguna, con excepción de las de Javier Marías.

8. «Sabemos más sobre el universo que sobre el cerebro de las mujeres», dice la neurocientífica Susana Carmona. Poco a poco la ciencia se va aproximando a saber lo que sabe cualquier «desgraciao». (Y «desgraciaos» somos todos menos Bertín Osborne).

9. Esto de que seamos todos (puede que también Bertín Osborne) unos pobres «desgraciaos» es la conclusión a la que se va llegando en la vida. Todos somos unos pobres diablos. Desde esta atalaya ecuménica, qué tontas se ven las peleas, las discusiones; especialmente aquellas en las que participamos. No dejan de ser entretenidas, pero son sobre todo ridículas, patéticas. Tendríamos que ser monjes zen. Es la única salida digna que se me ocurre.

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