THE OBJECTIVE
EL BLOG DE LUCÍA ECHABARRIGA

Quien a ser traidor se inclina, tarde volverá en su acuerdo: reflexiones sobre la ley de amnistía

«La mesa está servida; el estado, a la venta. La igualdad de los ciudadanos ante la ley, trinchada y repartida»

Quien a ser traidor se inclina, tarde volverá en su acuerdo: reflexiones sobre la ley de amnistía

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | EP/TO

Pedro Sánchez ha hecho suyo, en la semana en la que se va a aprobar la ley de amnistía, el palabro ‘fachosfera’. Podría definirse como aquel conjunto de personas que no le bailan el agua y que no le siguen en cada uno de sus cambios de opinión o genuflexiones ante cualquier solicitud, por disparatada que sea ,que la extrema derecha nacionalista catalana, al más puro estilo buffet libre, exige a Sánchez.

La mesa está servida; el estado, a la venta. La igualdad de los ciudadanos ante la ley, trinchada y repartida

La ley de amnistía supone un reconocimiento más que hay políticos de primera y trabajadores de segunda. El rechazo ciudadano a la amnistía es incuestionable. Un 60% de los ciudadanos la consideraba injusta. Y si ése era el resultado que arrojaba una encuesta en el diario de El País, imagínate lo que hubiera sido si la encuesta la hubiera publicado El Mundo. O este mismo medio.

Y motivos para su rechazo, haberlos haylos. Como las meigas. 

Esta ley supone privilegiar al político con un carnet determinado en detrimento del jornalero. Pedir perdón al rico catalán y ahogar al mileurista andaluz. ¿Mi gobierno no depende de ti? Prepárate, que vas a pagar la cuenta. 

Es una ley que no nace de una amplia mayoría popular. Es una ley que se le escondió a esa masa de votantes que acudió a las urnas bajo la promesa de que no se iba a aprobar, precisamente, esta ley. Es una ley carente de ética. Y de sentido, y de lógica.

La Asociación de Jueces Francisco de Vitoria dice, literalmente, que los motivos que se exponen en la ley son «ficticios» y que «no responden a la realidad». Que la realidad social de España no es la que propició la Amnistía del 77. Qué la ley se aprueba por un único motivo: mantener a Sánchez donde está.

Y eso aún está por ver. Que igual ni lo mantenemos. Puede suceder que Junts, al no ver clara la total impunidad de Carles Puigdemont, tumben en el último momento la ley en la votación y volvamos a la casilla de salida. Al mostrador del desguace del Estado, a ver qué más le podemos quitar para volver a declarar la independencia y, esta vez sí, que nadie pueda ser perseguido por ello, tener al estado cautivo y desarmado y poder así alcanzar las tropas de Junts sus últimos objetivos golpistas. 

No se atreverá Pedro Sánchez a someter esta ley a un referéndum. Sólo contará con la minoría nacionalista, y con nuestra famosa izquierda brilli brilli caníbal, a los que se les ha ocurrido la gloriosa idea de que para evitar que venga a la derecha lo mejor es pactar con la derecha. Con la derecha catalana, que para ellos no es derecha aunque sea derecha. Si en aquel cuento que leíamos en la infancia había un visir que quería ser califa en lugar del califa, ahora tenemos a una derecha que quiere ser derecha en lugar de la derecha.

¿Se hacen ustedes un lío? Yo también. 

La Constitución prohíbe los indultos generales. Aplicando una interpretación teleológica (atender a la finalidad perseguida por una norma) de la Constitución, es fácil llegar a la conclusión de que la amnistía es inconstitucional. Si en el debate constituyente se optó por no incluirla significa que una amnistía no cabe en el ordenamiento jurídico español.

Lo saben, por eso ya tienen al Tribunal Constitucional en manos de exministros socialistas que emitirán al dictado una sentencia favorable a la desigualdad nacionalista.

Como ciudadanos, toca apoyar al Estado y a las instituciones que, usando las leyes que les van quedando, luchan contra este despropósito. Jueces que avanzan cual llaneros solitarios y que, poco a poco, van encontrando resortes legales que sortearán este intento de conseguir que un ciudadano no responda por sus actos. Jueces que, pasito a pasito, van encontrando los lazos que unen a Puigdemont con conductas delictivas. Por eso cabe la posibilidad de que la ley de amnistía no prospere. Hay que eliminar cada vez más tipos penales que, a bote pronto, no se habían ocurrido. Primero fue la malversación, luego la secesión, luego la convocatoria de referendums, el terrorismo… pero aún queda la alta traición, por las conexiones del nacionalismo con Putin y, así, algunos más que irán encontrando. Saben que el juez puede ir un par de pasos por delante de los políticos.

Hay un cuadro de Goya que retrata muy bien a la España dividida. Duelo a garrotazos. En la pintura podemos ver representados a dos españoles, enterrados hasta las rodillas, mientras se dan el uno al otro de leches blandiendo una tranca cada uno, uno a la izquierda, otro a la derecha. No hay mejor representación de las dos Españas.

Porque somos dos Españas nos peleamos en una guerra civil y sufrimos años de terrorismo a manos de una banda armada, en medio de profundas tensiones regionales que separaron a los españoles. Creíamos, oh ilusos de nosotros, que tras de la muerte de Franco en 1975  habíamos llegado al consenso de que una nación democrática no tenía ninguna posibilidad de éxito si continuaba librando viejas guerras. Creíamos firmemente en la posibilidad de una tercera España.

Una ley de amnistía de 1977 buscó hacer borrón y cuenta nueva al otorgar inmunidad a los secuaces de Franco y liberar a los prisioneros políticos. Este pacto del olvido mantuvo intacta a España. Aparentemente. Pero bajo la calma superficie fluían corrientes subterráneas y aguas revueltas.

Durante un tiempo, pareció que España había logrado vencer a sus demonios. Creíamos, oh ilusos de nosotros, que ya no volveríamos a las tensiones guerracivilistas.

«Cientos de miles de españoles han salido a las calles para protestar contra la propuesta de ley de amnistía. La calle Ferraz lleva dos meses cortada»

Desgraciadamente, el ascenso en los últimos años de nuevos partidos oportunistas, populistas y cortoplacistas ha erosionado el consenso post-Franco y ha llevado a la polarización política. El país ha sido testigo de cuatro elecciones nacionales en los últimos siete años, incluida una votación del 23 de julio que no produjo un ganador claro. En un giro inesperado de los acontecimientos se llevó el gato al agua el más sibilino, pero el menos votado.

Cientos de miles de españoles han salido a las calles para protestar contra la propuesta de ley de amnistía. La calle Ferraz lleva algo así como dos meses cortada, porque cada noche unos irreductibles manifestantes hacen notar su desacuerdo a voz en grito entre cánticos, alharacas y rosarios. Me dicen, me rumorean y me comentan que los chavales de los vecinos colegios mayores ya se han acostumbrado a pasarse por Ferraz a las 20 horas para hacerse unas risas.

Risas, risas amargas las nuestras cuando recordamos cómo Sánchez insistió durante la campaña electoral más reciente en que una amnistía absoluta sería “inaceptable”. Algo así como cuando éramos jóvenes y nos íbamos de marcha hasta las tantas y un amable joven nos decía que nos llevaba a casa y que no nos preocupáramos, que no iba a intentar nada. Y nos lo decía con el semblante tan serio y cariacontecido que hasta nos daba vergüenza haber pensado tan mal de él. La decepción que sentías cuando paraba el coche en mitad de un descampado y se intentaba enrollar contigo. La misma decepción que sientes ahora cuando ves que Sánchez te ha engañado como a una turista que vino en vuelo low cost. 

 El giro radical postelectoral ha enfurecido a millones de españoles. A otros les ha entristecido. Aún así, Sánchez es un político hábil, zorro y zalamero que ha superado en astucia a sus oponentes una y otra vez. Y que siempre tiene conejos para sacar dentro de su chistera. Recuerdo aquella ley promulgada para trasladar el cuerpo de Franco de un cementerio militar nacional a un cementerio privado, lo que provocó indignación entre los de Vox. Con el tiempo nos damos cuenta de que ese era precisamente el propósito previsto. Cortinas de humo, trucos de prestidigitador.

«Sánchez insiste en que su acuerdo con Junts es necesario para evitar que una coalición entre el PP y Vox tome el poder y haga retroceder a España»

Sánchez apuesta a que el furor por la ley propuesta pronto se calmará, porque ya se sacará algún otro conejo de la chistera,y que, una vez que prevalezca la calma, la mayoría de los españoles finalmente estarán de acuerdo con él en que el futuro político de Cataluña debe decidirse en las urnas y no en los tribunales. De nuevo déjenme hacer una analogía con el novio de adolescencia. El que te pone los cuernos una y otra vez convencido de que eres idiota y tú volverás, porque al fin y al cabo te mueres por sus huesitos. No le importa que te enteres o te lo cuenten. Es más, le hace hasta gracia. El saber que vas a volver, pese a todo, le hace sentirse superior. ¿ Te acuerdas cuando te decía aquella cantinela de «no vas a poder vivir sin mí»? Hasta el día en que te armaste de valor y encontraste uno mejor y descubriste que sí, que podías.

Sánchez insiste en que su acuerdo con Junts es necesario para evitar que una coalición entre el Partido Popular y Vox tome el poder y haga retroceder a España. Sin embargo, es difícil ver cómo el oportunismo político de Sánchez hará avanzar a España. 

Según el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea, la Unión se basa en los valores del respeto de la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el Estado de Derecho y el respeto de los derechos humanos. Nadie puede negar que de este artículo se desprende, como principio común a todas las naciones europeas, que un Estado democrático de derecho requiere un catálogo de derechos inalienables e intangibles, inherentes al ser humano y a la exigencia de su dignidad. El Estado de derecho exige la estricta garantía del principio de prohibición de la arbitrariedad del poder público, que está asegurado por la separación de poderes. Lo exige en Madrid y lo exige en Bruselas.

De modo que jueces y magistrados tienen la función exclusiva de juzgar, incluso, lo que el ejecutivo y el legislativo lo hacen. El Estado de Derecho existe, por tanto, cuando no son los políticos, autoridades o partidos los que imperan arbitrariamente sobre los ciudadanos, sino las leyes que las que lo hacen racionalmente. Pero para que exista el imperio de la ley se exige que sean leyes generales, predeterminadas, iguales para todos y permanentes. No vale que haya unas leyes aplicables a unos ciudadanos y otras leyes para el resto de nosotros, pobres siervos de la gleba que no tenemos derecho a privilegios.

Una ley de amnistía tiene un efecto devastador sobre el principio de separación de poderes, ya que la amnistía priva a los jueces de su función de juzgar los hechos que, en el momento de su ocurrencia, constituían un delito o falta. Al mismo tiempo, las víctimas se ven privadas de su derecho a una protección judicial efectiva, a que su caso sea escuchado de manera justa, pública y dentro de un plazo razonable por un juez independiente e imparcial establecido por la ley. Así se establece en el artículo 47 de la Carta Europea de los Derechos Fundamentales.

Precisamente por este efecto devastador sobre la separación de poderes y la igualdad de los ciudadanos, las leyes de amnistía sólo son admisibles bajo dos circunstancias acumulativas: que exista una situación extraordinaria y que la Constitución prevea esta posibilidad, como excepción al principio de la regla de ley. Si la Constitución no lo prevé, la amnistía aparece como un acto arbitrario y antidemocrático. Y este es el caso. 

Pedro Sánchez, y no solo él, también otros ministros y dirigentes socialistas, había afirmado públicamente en la campaña electoral que la amnistía por los delitos cometidos por políticos vinculados a los movimientos insurgentes separatistas en Cataluña no era posible. Porque era contraria a la Constitución, la igualdad de los ciudadanos, el Estado de derecho y el respeto a los jueces. Pero Sánchez me ha demostrado algo que yo hace tiempo que sospechaba: nunca te fíes de la palabra de un hombre guapo que quiere algo de ti. 

Sánchez se pasa por el forro de los mismísimos la Constitución y la confianza de millones de españoles. Entre los delitos que serán amnistiados, ordenando a los jueces el archivo de todas las investigaciones, se encuentran los delitos de sedición, corrupción económica, desobediencia a la autoridad judicial, atentado a la autoridad, injurias, fraude fiscal, blanqueo de capitales o incluso terrorismo. 

Es evidente que una ley de amnistía nos priva a todos de la tutela efectiva de un Juez, de la debida y justa reparación por los delitos cometidos como la malversación de caudales públicos, la destrucción de mobiliario o la paz y la seguridad social. Nadie puede olvidar que el artículo 49 de la misma Carta Europea declara la incompatibilidad de una ley de amnistía, como la que ha solicitado Sánchez, con el derecho europeo; cuando establece que la retroactividad de las leyes penales no impedirá el juzgamiento y sanción de una persona culpable de un acto u omisión que, en el momento de cometerse, constituía un delito según los principios generales reconocidos por todas las naciones. 

Lo que nos resulta a muchos difícil de entender es que la Comisión Europea aplique un doble rasero en comparación con su tantas veces repetida letanía contra los gobiernos conservadores de Hungría y Polonia; sobre todo cuando la situación en España es incomparablemente más grave. En los casos de Hungría o Polonia, todos los casos involucraron leyes o propuestas gubernamentales dentro de sus respectivas constituciones. En este caso, como señalan el Consejo General del Poder Judicial y todas las asociaciones de funcionarios del Estado –fiscales, abogados del Estado, inspectores de Hacienda o de la Seguridad Social, por poner ejemplos– la propuesta de amnistía es manifiestamente inconstitucional. Y el Estado de Derecho en Europa debe ser el Estado de Derecho en las naciones europeas.

Si la Comisión Europea guarda silencio eso querrá decir que las invocaciones al Estado de Derecho desde Bruselas son letra muerta. 

 En fin, la hipocresía puede permitirse invocaciones solemnes y promesas magníficas, porque nada cuesta hacer las unas o las otras. Pero vuelvo a repetirlo porque es importante: tu novio de adolescencia te dijo que no podías vivir sin él y un día descubriste que podías. También podemos vivir todos sin trileros que nos toman por imbéciles. Podemos cambiar las cosas. Solo hace falta unirnos todos y tener confianza en que puede haber una tercera vía. Una tercera España.

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