THE OBJECTIVE
Viento nuevo

La zorra en Eurovisión

«La quimera de que los insultados se apropien del insulto y lo conviertan en oro es una maldad que no tiene perdón»

La zorra en Eurovisión

El dúo Nebulossa, tras ganar el Benidorm Fest. | Europa Press

Un bodrio infame, una filfa sin la menor vitola, una caricatura cutre, por parte del grupo completamente desconocido Nebulossa, llevará el tema «Zorra» al concurso internacional de Eurovisión, donde en su día triunfaron Massiel y Salomé. Moncloa declara la canción «apta» y Pedro Sánchez vino a decir por las televisiones asustadas que «la fachosfera hubiera preferido el Cara al Sol». El feminismo histórico palidece. La opinión pública no parpadea. Los teclados feministas serios echan humo, fuego, bilis y un asco indecible, vomitivo, repulsivo, viscoso, repugnante.

Vamos con el primer peldaño de la escalera: un insulto, cualquier insulto, jamás empodera a nadie. Empoderan unos estudios, una preparación, un éxito laboral en la vida, un amor de los nuestros y por los nuestros, una dignidad al natural. Un insulto («zorra», «puta») veja, difama, menosprecia, mancha. La quimera de que los insultados se apropien del insulto y lo conviertan en oro bruñido al sol, en oro corriente, es una maldad que no tiene bula ni perdón posibles. Un insulto es una bala perdida en el aire: cualquier dominio sobre él es puro delirio. Resulta fácil apretar el gatillo, tras haber señalado a nuestro blanco, la boca expulsa la bala y el daño está hecho. Elena Valenciano y Susana Díaz lo cantan a las bravas en sus micrófonos públicos: «A mí no me llames zorra porque te parto la cara».  No hay cauterio ni pomada para la violencia verbal.

Diversos colectivos feministas, cuya lucha cuesta arriba estuvo empedrada de disgustos y sinsabores, lo preguntan ahora en voz baja por el silencio entero de las redes sociales: «¿Veis a vuestras hijas —decidme— reivindicándose como zorras?». La broma es nefasta. Un insulto —vamos a seguir explicándolo al parvulario político— jamás puede banalizarse ni «resignificarse». La lengua vive suelta y libre, las palabras significan lo que acostumbran, los técnicos y científicos del idioma las recogen en sus tratados y diccionarios, pero lo que jamás puede cambiarse es la naturaleza esencial de las mismas. Llamar a una mujer «zorra» jamás la empodera ni cambia o puede mutar el significado del propio insulto esgrimido.

Un bodrio infame (copia mala de Alaska, brochazos a electrónica, música ochentera y provocación de garrafón) nos va a representar frente y entre nuestros colegas europeos. Para algunos teóricos del colorín el vídeo oficial reproduce o parece representar una escena porno, y esa hipersexualidad, cuentan, es otra grandeza de este completo ful de Estambul sin reservas. Sesudos ignorantes, famosas acémilas, contextualizan letra y música en las coordenadas del llamado «perreo» y «reguetón». El discurso, a pie de calle, brilla por su sensatez: «Es una vergüenza, una macarrada, una ordinariez y lo más grave es que no cuenta con la menor grandeza musical. No canta ni obedece a ninguna composición lograda. Parece un gag o mofa». Hay quien sostiene —colegas felices en otros medios— que no se puede entender Eurovisión sin pertenecer al colectivo LGTBI. Puro descojone. 

La presente borrachera mediática no resiste el primer control de alcoholemia. Salen a la palestra gente a la que los tribunales salvaron: « A mi padre lo condenaron por llamarle de forma reiterada zorra a mi madre, después de peinarla a hostias, y a mi maricón». Descontextualizar el insulto, incluso jurídicamente, no es tan fácil como quitar o poner un maquillaje contemporáneo. Las palabras dicen lo que dicen y, el truco de explicar cómo si cambias el paisaje, sí, dicen otra cosa, no cuela. ¿Vamos ahora todos a «autoinsultarnos»? La sensatez llevaría a evitar o eliminar los máximos insultos en nuestro hablar cotidiano y franco. Lo que se busca o induce, el llamado insulto humorístico, muy amparado en la fratría o camaradería pública, es verdaderamente nauseabundo. «Vámonos de copas, maricón», «A que no hay huevos a tal o cual, maricón» (toda esa recta acaba siempre en precipicio). Muy triste. 

«Eurovisión rozará el tenebro y el ridículo: patético, de la boca a la cola y del techo al suelo»

Pedro Sánchez olvida la máxima de todo gran Presidente del Gobierno, que no gobierna solo para sus siglas, que no gobierna solo para los socialistas, que gobierna para todos. ¿A quién refiere con la fachosfera que canta el Cara al sol? Que sepamos el águila bicéfala es preconstitucional e inconstitucional. Pero no refiere, sospechamos, tanto a ellos, a la vieja caverna histórica, cuanto a todos lo que no le votaron. Las cosas no van así. ¿Pedimos linchamiento y picota desde arriba? Mal, muy mal.

Eurovisión no merece este zurullo. La careta es tan amplia que ya se alude a «edadismo», dada la edad de los protagonistas, sin saber cuál es la venta aunque sí la oferta: vale todo menos letra y música. Eurovisión rozará el tenebro y el ridículo: patético, de la boca a la cola y del techo al suelo. Hacer el mico en la prensa no merece tales gangas ni baraturas. Este asunto de barateros, mercachifles, feriantes, charlatanes y ambulantes es un sueño entero de borrachos. Ni un paso atrás con el feminismo debería permitirse este Gobierno socialista. Llamar a una mujer zorra, como base del regalo, y luego ponerle el lazo de broma, debería ser punible. El cuento de la «resignificación» podían practicarlo con su mamá, a ver qué les cuenta. Será bochornosa esa zorra por el bosque negro eurovisivo. La educación primera implica que nadie pueda «autoinsultarse».      

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