THE OBJECTIVE
Viento nuevo

La amenaza

El apartamiento de José Luis Ábalos de toda vida pública es una urgencia nacional

La amenaza

Ábalos. | Europa Press

El espectáculo resulta bochornoso, chusco, chabacano, paupérrimo, decadente. El señor Ábalos empieza una campaña de respuesta en diferido, a través de las hojas volanderas de rigor, y en directo, por las televisiones verdes, contemporánea de la anterior, donde hay todavía más metralla entre líneas, junto a mejores avisos para navegantes. Ambas líneas idénticas: desnortadas, desportilladas, soberbias, nefastas. 

Viene a decir por televisión que no pasa nada, nada de nada, porque los hechos ocurrieron cuando era ministro y ahora no lo es, y en sus funciones como diputado no hay competencias en la materia. Dice Ábalos que, si fuera ministro, dimitiría pero que no es el caso, porque ya no lo es. No pasa nada: la mano derecha turbia, nos la cortamos, y seguimos en activo, porque un manco como el de Lepanto puede escribir el Quijote.

Cuenta Ábalos por los papeles que el viento empuja: «Las cosas se me dicen claritas. Pensaré la dimisión con mi partido, no voy a tomar la decisión solo». Y a micrófono abierto sigue en que no tiene el mínimo apego al sillón, que ya pasó por muchas y que no está dispuesto a su muerte civil, porque dejar la política es desaparecer. En los papeles arrugados, sí, datos que llevan al sonrojo: ni el ministerio ni el partido tenía tarjetas de crédito, y todo se pagaba en metálico, con un señor que venía con los ladrillos de quinientos euros.

Saldrá todo y su lucha por conversar los cerca de siete mil euros que embolsa como diputado y director de no sé cuántas comisiones y aventuras, quedará en una mera pataleta. Moralmente, no puede seguir más tiempo en ningún cargo, debido a su mano derecha detenida, sin espacio temporal: antes y ahora es lo mismo. Éticamente, no puede separarse de Koldo García en ningún aspecto, sigue unido a él, de quien fue jefe y benefactor. El alegato apresurado de que tocó una orilla de la playa pero no la otra es ridículo y parvulario.

Las amenazas, según el PP, son claras: una al presidente del Gobierno (yo de aquí no me muevo), y otra a Santos Cerdán, secretario de Organización (cuidadito porque a éste me lo presentaste tú). Explica, en diferido, sin el menor sonrojo: «Mi acusación es política y mediática pero no judicial». Estamos en la veta primera del chapapote, que crecerá y embardunará toda la planta fabril. ¿Para qué necesitaba el señor Ábalos protección, seguimiento y chófer, según confiesa, veinticuatro horas diarias? ¿Cuál era el final de jornada? ¿Había fin de fiesta con lucecitas y farolillos rojos? Su escritura se la tragó la noche pero ahora la vomitará de lleno, con tropezones, vidrios y flores.

Una empresa –las de las mascarillas de marras- multada hasta seis veces por Hacienda cuyo reclamo actual llega a setecientos mil euros. Un señor, el titular de Sanidad, exministro Illa, que manejó a dedo tres mil millones de euros y que la Audiencia Nacional ya empieza a contar de cerca, con los dedos de las manos y los pies. La trama base de Koldo García con un monto de cuarenta millones de euros a los que hay que sumar las adjudicaciones de Canarias y Baleares, con trece millones de euros añadidos a la cifra inicial. Fraudes, sociedades fantasma y un Tribunal de Cuentas que sí cuestionó dichas adjudicaciones y anomalías, con su salida de Transportes, negando el propio Ábalos dicho acceso a la información.

¿Veremos también a las piculinas de barrio chino, si las hubo, vender su virgo fiambre por antena? ¿Pasarán por redacción los estraperlistas, logreros y las zorrupias ya muy guitarreadas? ¿Habrá exclusivas con los cucañitas de infortunios, ahora perdidos en el extranjero, rebozadas en los audios de la marisquería asturiana donde los encuentros se tronchaban con copas altas y risas mojadas? ¿Expulsarán todos los lameculos, como huesos de aceituna, las zurrapas con el que les jefe les premiaba y tenía reservadas? ¿Cantará el gremio menesteroso y desharrapado, hasta la fecha debajo de la mesa, entre los acordeones de rebaño sobre las últimas migas entre nuevas y pintorescas galerías de borrosos?

El apartamiento de José Luis Ábalos de toda vida pública es una urgencia nacional. El orate grita y saca pecho en el centro del ruedo pero las puertas cerradas están llenas de voces, cada espectro del público recita su libro desgualdrajado al oído caliente que se presta, dimes y diretes sacuden los corredores y pabellones lóbregos, todas las gargantas profundas recobran milagrosamente la voz y el canto. Nadie puede velar por el avance de la carcoma. La pincelada chusca y sicalíptica está ahí, día sí y día también, y el personaje arañado por el infortunio está ya desportillado por el desprecio. Sus destemplanzas televisivas y periodísticas son el comienzo del fin, no habrá tiempo para sucesivos vodeviles y dotes de repentización. La perorata del laberinto sin centro (yo pasaba por allí) tiene los días contados.

Ábalos debe dimitir, sin amenazas, frente al espejo roto, enterrando con la primera paletada de tierra el cadáver entero de su vida política. No hay salida frente al paredón. Las noches crápulas engloban demasiadas voces y la clientela sonámbula formará fila y cola para recitar su apunte minucioso. La auténtica plaza de sol y soto de frescura que ensancha el alma es la dimisión junto al mar callado de Valencia. Las amenazas, como milanos, volarán todas al revés, en sentido contrario: lúcido el entrecejo, aleonado el cuerpo, batiente y largo el alón. No amenaces con que te vas, José Luis, porque todos te quieren pagar el taxi para que lo hagas. La vida es ya vuelta a casa.    

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