Anzio, Singapur y el Bernabeú
El partido del Real Madrid contra el Leipzig, inexplicablemente malo, evoca la idea de que el fútbol es una metáfora de la guerra
A primera hora de la mañana del 22 de enero de 1944 una potente fuerza aliada de 40.000 hombres desembarcó en las playas de Anzio, 60 kilómetros al sur de Roma. Los invasores no encontraron casi resistencia, y una patrulla de exploración montada en jeeps llegó hasta las puertas de Roma. Los alemanes no tenían en ese momento fuerzas armadas entre Anzio y la capital italiana, y los exploradores regresaron a toda prisa para comunicarle la buena noticia al mando: Roma estaba al alcance de la mano.
Sin embargo el comandante en jefe del desembarco, el general norteamericano John P. Lukas, se asustó. En vez de lanzarse en tromba sobre Roma, lo que hubiera significado una importante victoria psicológica, se dejó dominar por la prudencia y decidió no avanzar hasta que hubiese afianzado su posición en Anzio. Durante nueve días estuvo paralizado en la zona de desembarcó, lo que dio tiempo a los alemanes a traer tropas hasta de Yugoslavia. Entonces los alemanes cercaron Anzio y comenzaron un contrataque que resultó un tiro de pichón sobre los americanos. Anzio fue así un matadero de soldados aliados, que tuvieron 35.000 bajas, casi tantos como los que desembarcaron en el primer momento.
Lo que le sucedió al general Lucas es lo que en jerga castrense española se llama «un ataque de fajinitis», en alusión a la faja que los generales llevan a la cintura como insignia de su grado. Es el miedo a cometer un error, a hacer las cosas mal, que lleva precisamente a eso, a tomar la peor decisión. Es lo que le sucedió a Carlo Ancelotti en el partido del miércoles en el Bernabéu. El Real Madrid venía de Leipzig con una mínima ventaja de 0 – 1, y el entrenador decidió reforzar el centro del campo prescindiendo de un delantero, para tener bien controlados a los alemanes e impedir que lanzasen tantos ataques como en Leipzig, donde solamente una sucesión de nueve milagros de Lunin mantuvo la portería madridista a cero.
Pero el mensaje que Ancelotti transmitió a su equipo fue de miedo al adversario, y los excelentes jugadores del Madrid se echaron para atrás y se mostraron incapaces de enfrentarse al Leipzig durante todo el primer tiempo, pese a que teóricamente tenían muchísima más calidad futbolística.
Los antiguos griegos inventaron el deporte como alternativa de la guerra, una forma mucho menos cruenta de resolver conflictos. Las continuas batallas entre las muchas polis (ciudades-estado) de Grecia se suspendían durante la celebración de los distintos Juegos -Olímpicos, Ístmicos, Píticos, Nemeos…- que se convocaban regularmente. La llamada «paz sagrada» de los Juegos suponía meses de tranquilidad en los que se desarrollaban relaciones entre las polis.
En nuestro mundo, el fútbol, deporte rey para un público masivo y universal, es una acertada metáfora de la guerra y, como en la guerra, resulta que más importante que la calidad de los equipos y las tácticas y estrategias de sus entrenadores, es «el estado de ánimo», en frase que se atribuye a Jorge Valdano, o si preferimos el lenguaje militar, «la moral de la tropa».
El peor bochorno
Un caso extremo en que la actitud timorata del mando mina la moral de la tropa y la deja inoperante para el combate, fue lo que terminó en la rendición de Singapur, el episodio más bochornoso de la Segunda Guerra Militar, y de toda la Historia militar británica, donde 85.000 soldados británicos se rindieron sin luchar a un ejército japonés de sólo 30.000 hombres.
Singapur era una de las perlas de la corona británica, el estrecho que dominaba era la llave de la ruta comercial entre el Océano Pacífico y el Índico. Desde principios del siglo XIX los ingleses comprendieron su valor estratégico y económico, y fortificaron su puerto con los cañones mayores del mundo. Todos consideraban que la «Fortaleza Singapur» era inexpugnable.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el avance japonés por la Indochina Francesa anunciaba el propósito de Tokio de apoderarse del Sudeste Asiático. La península de Malasia, colonia británica en cuyo extremo sur estaba Singapur, era especialmente codiciada por ser la primera productora mundial de caucho, la materia prima con la que se fabrican los neumáticos. El 5 de diciembre de 1941, un avión de reconocimiento británico avistó un convoy japonés que navegaba desde Vietnam hacia Malasia. Ese mismo día otra flota japonesa navegaba por el Pacífico Norte hacia Hawái, porque el alto mando japonés quería hacer coincidir el ataque a Pearl Harbor con el desembarco en Malasia.
El plan de defensa inglés de Malasia proyectaba que los aviones de la RAF interceptasen en el mar cualquier fuerza de ataque japonesa, pero el alto mando en Singapur se mostró timorato. Con la excusa de «no alarmar a la población» no movilizaron sus aviones. Fue la primera mala decisión de una serie desastrosa. Los japoneses pudieron desembarcar en Malasia el 8 de diciembre, horas después de haber destruido a la flota americana en Pearl Harbor.
Con una audacia semejante a la mostrada en Pearl Harbor la aviación japonesa atacó enseguida las bases aéreas británicas, destruyendo gran cantidad de aparatos en las pistas, antes de que pudiesen despegar. Los ingleses tenían una gran confianza en su marina, que había disuadido a Hitler de invadir Gran Bretaña, y parte de la «Fortaleza Singapur» consistía en dos grandes navíos, el acorazado Prince of Wales y el crucero Repulse. El 10 de diciembre los mandaron a impedir los desembarcos japoneses en Malasia, pero no llevaban apoyo aéreo. Esa fue la segunda mala decisión, porque los aparatos de los portaviones japoneses los atacaron en la impunidad, y los hundieron.
Pese a los desastres aéreo y naval los británicos tenían un gran ejército en Malasia, 140.000 hombres de distintas partes del Imperio. Doblaban en número a los japoneses, pero lo que había pasado con los aviones y los barcos ingleses les minó la moral. Al término de una campaña de dos meses, 50.000 soldados británicos se habían rendido, y los que quedaban recularon hasta Singapur, pensando que cómo era una isla tendrían fácil su defensa.
El 8 de febrero de 1942, dos meses justos después de la invasión de Malasia, los japoneses llegaron al Estrecho de Johore, que separa la isla de Singapur de la Península Malaya, y lo cruzaron. En principio logró desembarcar en Singapur una fuerza japonesa de 13.000 hombres, pero los 85.000 defensores de Singapur fueron incapaces de hacerles retroceder al mar. En total los japoneses emplearon 30.000 soldados, pero no les fue necesario pelear por Singapur casa por casa. Tras una semana de bombardeos de artillería y aviación, los británicos se rindieron.
Fue, en palabras de Churchill, «el peor desastre y la mayor capitulación de la Historia de Gran Bretaña».