THE OBJECTIVE
El buzón secreto

Garbo, los secretos del héroe español que engañó a Hitler

Se cumplen 80 años del desembarco en Normandía que devolvió la libertad a Europa. Sus «locos» protagonistas (I)

Garbo, los secretos del héroe español que engañó a Hitler

Juan Pujol, alias Garbo | Archivo

En el mundo del espionaje hay unos cuantos «locos» de cuyo historial previo nadie habría podido deducir que podrían llegar a convertirse en héroes. La prueba determinante está en que pasados los años, conocidos los extremos de su intervención, es fácil comprobar que solo la osadía, el valor y la suerte –siempre del lado del que se la trabaja–, les condujeron por los derroteros de las victorias espectaculares.

El mayor porcentaje por metro cuadrado de éxito de esos «locos» se produjo hace ahora 80 años. Las tropas de Hitler reinaban en Europa y los aliados planearon el envío de soldados al continente, una invasión en toda regla. El principal inconveniente residía en conseguir desembarcar a las fuerzas terrestres enviadas a bordo de numerosos barcos sin que se encontraran con el núcleo del ejército nazi esperándoles para machacarlos a placer y rechazarles.

Dada la imposibilidad de hacer invisible la navegación de tantos buques, solo quedaba una posibilidad: montar una operación de inteligencia con la que engañar a Hitler y a su alto mando. Convencerles de que el desembarco en Normandía era una maniobra de distracción y en realidad lo iban a ejecutar en el paso de Calais.

El protagonismo del engaño correspondió a varios agentes dobles coordinados desde Inglaterra por el Comité XX del servicio secreto inglés. Cercano ya el 6 de junio, fecha en la que se cumplen 80 años del triunfal desembarco, quiero recordar a aquellos espías un poco «locos» y muy excéntricos, que engañaron a los nazis y permitieron el éxito aliado en la Segunda Guerra Mundial. El primero, claro, el español Juan Pujol.

Ni idea de espionaje, ni de inglés

Tenía tirria al franquismo y a los nazis, pero también al comunismo. Creía que había que vencer a Hitler como fuera y solo veía la posibilidad de que los ingleses le derrotaran. Luego, con suerte, los aliados también acabarían con Franco.

No tenía ni idea sobre espionaje más allá de las historias de ficción. Era un vendedor de cualquier cosa, como los feriantes  que pronunciaban las palabras adecuadas y colocaban mantas en los pueblos en que nunca hacía frío. Se creyó tanto su capacidad para ser un doble agente y engañar a los nazis que visitó la embajada inglesa en Madrid para ofrecerles su ayuda. Está loco, pensaron. Razones tenían. No se amedrentó y se fue a la embajada de Alemania, donde su interlocutor, Gustav Knittel, le dio una oportunidad a pesar de vacío de conocimientos técnicos. Debió pensar que gastarse un poco de dinero en pagarle unos billetes y unas semanas de estancia en Londres no le suponía mucho problema y quizás ese «loco» podría conseguir algo. Knittel confió en él, atención, a pesar de que «Arabel», como le bautizaron, no hablaba inglés.

Pujol se fue a Portugal con el dinero nazi acompañado de su mujer, se compró guías de viajes y estudió en bibliotecas la vida en Londres. Nunca había estado allí, pero nada le contuvo. Empezó a enviar informes en los que incluía detalles sobre estaciones de tren o compra de comida para dar credibilidad a lo que contaba y a los colaboradores inventados que iba captando para su equipo. Mandaba sus informes por correo a la embajada alemana en Madrid y desde allí Knittel los transmitía por radio a Berlín. Si alguien en el proceso de análisis de la información hubiera tenido un mínimo conocimiento de la vida en Inglaterra, habría descubierto la farsa. Algo que por entonces todavía no era obvio en las agencias de espionaje. Arabel se equivocaba con frecuencia porque no distinguía bien entre libras y peniques, y llegó a informar –este fue su error más grande– que el rey iba a viajar fuera de Londres durante el verano para alejarse del calor insoportable. Un tiempo típico del verano de Madrid que él conocía, no del de Londres.

Tan bueno como Greta Garbo

El espionaje inglés tenía acceso a los mensajes mandados por el alto mando nazi gracias a que habían interceptado la máquina de transmisión Enigma. Se mosquearon con el agente llamado Arabel y sus mensajes falsos, pero no lo relacionaron con el hombre que había ido a su embajada en Madrid para ofrecerse como agente doble. Desde Portugal les llegó la información que lo aclararía todo: Araceli, la mujer de Pujol, habló con el agregado militar de Estados Unidos en Lisboa, que hizo de intermediario con su colega inglés. Descubrieron el timo montado por Pujol y encantados le trasladaron a Londres para aprovecharse de su montaje. El Arabel nazi pasó a ser el Garbo aliado, en homenaje al gran actor que había demostrado ser, solo comparable a la actriz del momento, Greta Garbo.

Pujol se convirtió en la figura de los llamados agentes de la doble cruz. Su oficial de caso, Tom Harris, que hablaba español, claro, aprovechó su nutrida red de colaboradores inventados, más de 20, para potenciarla y dotarles de un mayor realismo. Los espías alemanes nunca dudaron de él, un grave error. Quizás si hubieran activado una operación de vigilancia habrían descubierto la patraña.

A finales de 1943, cuando los aliados comenzaron a montar la operación de desembarco en el continente, centraron a Pujol y a los otros agentes dobles en montar un engaño perfecto. El punto culminante llegó cuando el 6 de junio, cinco horas antes de la llegada de los primeros barcos a destino, Arabel-Garbo mandó un mensaje en el que informaba a los nazis de que numerosos barcos navegaban hacia Normandía en una maniobra de dispersión «para hacer salir a las tropas del Reich de las fortificaciones que ocupan en Calais. Por favor, no las muevan de allí. El verdadero desembarco será por Calais, no por Normandía». Hitler, con poco tiempo para decidir, le creyó. Incluso cuando los alemanes vieron cómo los aliados finalmente entraron por Normandía, le creyeron cuando adujo en defensa propia que habían cambiado el plan sobre la marcha. 

Terminada la guerra, Hitler le concedió la Cruz de Hierro y le entregaron un dinero para que huyera a Hispanoamérica. Inglaterra le concedió la Medalla del Orden del Imperio Británico, ¡qué menos! Por motivos de seguridad el MI6 le colocó en una empresa británica en Venezuela y en 1950 decidieron «asesinarle» en Angola por un falso ataque de malaria.

Con motivo del 40 aniversario del desembarco en Normandía, le invitaron a Inglaterra y le rindieron los honores que nunca le habían podido tributar. No trabajó para el espionaje español, pero en algún sitio, en algún momento, alguien en este país debería reconocer su trabajo como espía. ¿Quizás ahora que se cumplen 80 años de aquel gran éxito? 

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