¿Es el críquet el negocio que viene? Adivina quién se ha apuntado a la fiesta
Con cientos de millones de aficionados en todo el mundo, las grandes corporaciones se pelean por retransmitirlo
35 millones de espectadores por streaming en un solo partido. Arabía Saudí le ha propuesto a la India una inversión de 5.000 millones de dólares. O sea, reprima su bostezo y atienda. Comprensible lo del bostezo, que conste. Yo tampoco he conseguido tragarme más de cinco minutos de un partido de críquet, la versión prehistórica (o el original, que dirán sus aficionados) del béisbol.
La emoción del críquet consiste básicamente en lanzar una pelota del tamaño de las de tenis (más o menos) hacia unos palos que hay detrás de un señor con un bate que intentará golpearla para que no derribe los susodichos palitos. Si el bateador consigue arrearle un buen mandoble, los jugadores rivales, distribuidos por un terreno de juego amplio cual jardín de su Graciosa Majestad, intentarán cogerla al vuelo o recogerla del suelo para devolverla al punto de partida. O algo así. Si tiene tiempo, aquí puede echarle un vistazo al reglamento, cortesía del Lord’s Cricket Ground. De nada.
Bastante parecido al béisbol, decíamos. Con sus muy británicas cosas. Todos los equipos visten de blanco. Todos. Sin tonterías. No se disputan partidos bajo luz artificial, esa hortera modernez. Según la modalidad, los partidos pueden durar entre un día (lo normal) y cinco (los interminables test matches internacionales). Cada día se juegan seis horas en tres tiempos. Aunque el juego tampoco conlleva un terrible desgaste, la verdad, el protocolo exige un descanso de 40 minutos para el lunch y, por supuesto, otro de 20 para el tea. ¡Faltaba más! En determinados momentos de explosividad, pueden producirse roturas de menisco o luxaciones de hombro, pero la lesión más habitual es el aburrimiento. Mucho tiempo de pie, esperando. Además, puede llover.
Todo esto le puede parecer entre exótico y absurdo, más o menos divertido para echarle un vistazo, en absoluto merecedor de una pasión furibunda y digna, por ejemplo, de rascarse el bolsillo para verlo. Pero haga un esfuerzo fenomenológico (¡usted puede!) y analice objetivamente el fútbol, el baloncesto o el deporte que prefiera. ¿De verdad es lógico que pegarle patadas a un balón para meterlo dentro de un rectángulo le altere el pulso? La afición a un juego, como esos palacios subterráneos formados por estalactitas y estalagmitas (nunca me acuerdo de cuáles van para arriba y cuáles para abajo), se va decantando gota a gota, generación a generación, debate absurdo tras debate absurdo en las horas más vegetativas de la tele.
En lo que solemos llamar Occidente, más o menos las civilizaciones descendientes de la judeocristiana, ha triunfado el fútbol. Por lo que sea, nos vuelve locos. Es el Deporte Rey, dicen. Solo que, como insiste Jorge Valdano con su clarividencia habitual, no es un deporte. ¡Por favor! A quién queremos engañar. ¿Han visto cómo andan (o lo intentan) los exfutbolistas profesionales? Por no hablar de sus peinados y automóviles… Poca actividad menos sana para el corpore y la mens que el deporte profesional. No, el fútbol es un juego. Y por eso nos apasiona.
Y resulta que en otros sitios esa necesidad de seguir siendo niños la cubren otros juegos. Por ejemplo, el críquet. ¿Qué le parece soporífero? De acuerdo, lo entiendo (y comparto), pero recuerde que se trata del sopor preferido de, entre otros, el país más habitado del mundo. Ya explicamos por aquí como la India acaba de superar oficialmente en población a China y ha obtenido el espaldarazo financiero de JP Morgan, que ha incluido su deuda en los índices más prestigiosos del mercado.
El críquet es uno de esos sutiles hilos que el muy ladino Imperio Británico -hoy superviviente bajo el difuso disfraz de la Commonwealth–, tendió entre sus posesiones (oficiales y de hecho). Fíjese en los países declarados por la International Cricket Council con categoría suficiente para jugar partidos test: Inglaterra, Australia, Sudáfrica, Nueva Zelanda, Irlanda, Escocia, Antillas, Antigua y Barbuda, Barbados, Dominica, Guyana, Granada, Jamaica, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Trinidad y Tobago, India, Pakistán, Sri Lanka, Bangladés, Afganistán y Zimbabue.
Destaca un puñado de países de poderío «occidental» como Gran Bretaña, Australia o Nueva Zelanda… y una retahíla de países con «posibilidades». Que eso es, recordemos, lo que le interesa a la inversión: las posibilidades de extraer beneficio de donde sea.
Algunos son minúsculos, apenas sirven para crear una masa crítica que permita organizar campeonatos como el Mundial. Que, por cierto, se juega cada cuatro años, cuidadosamente no coincidentes con el de fútbol. El último, el pasado octubre, lo ganó Australia y lo organizó la India, que quedó finalista. Era la primera vez que el país albergaba todo el campeonato (en tres ocasiones anteriores lo coorganizó). También hablamos por aquí de la creciente apuesta ultranacionalista de Narendra Modi, que este año cumple una década al frente del gobierno indio.
Populismos aparte, de la recaudación propiamente dicha se encarga nuestro «Occidente». Disney Star registró un pico de 35 millones de espectadores en su plataforma OTT durante un partido del Mundial. Curiosamente no fue la final, sino el duelo (nunca mejor dicho) entre la India y Pakistán. Un derbi atómico: la frontera entre ambos países es de las más calientes del planeta, misiles nucleares incluidos.
Pero la pasión por el críquet va más allá de la tensión nacionalista. La final de la Indian Premier League tuvo sus buenos 32,1 millones de espectadores. Los Chennai Super Kings le ganaron a los Gujarat Titans, igualando a los Mumbai Indians en campeonatos de liga: cinco. El partido, por cierto, se jugó en Ahmedabad, al oeste, cerquita de Pakistán, en el Narendra Modi Stadium. Ahmedabad, hogar de los Titans, quizá no les suene demasiado. Solo tiene 5,5 millones de habitantes. Chennai, 4.7 millones. Madrid, 3,2 millones. Tampoco es para tanto: Mumbay sobrepasa los 12 millones y Nueva Delhi, los 11.
Como decíamos, Disney Star recolecta semejante cosecha de potenciales espectadores. Se trata de un inmenso grupo mediático indio que posee al 100% The Walt Disney Company India, filial de la región de Asia Pacífico de Disney Entertainment, que es uno de los tres segmentos comerciales de The Walt Disney Company, que es… En fin, Walt Disney. Fundada hace justo un siglo por dos hermanos, sueño americano, dinero y más dinero y… El mayor conglomerado de medios del mundo, siempre listo para dirigir (y monetizar) los sueños de la humanidad desde Burbank, California.
El caso es que Disney se hizo con esta joya india casi por casualidad. Antes, en 1992, la había pillado el zorruno Rupert Murdoch, y cuando, en 2017, el gigante californiano devoró la 21st Century Fox, la Star India venía en el paquete. Y no es moco de pavo: sus 60 canales de televisión en ocho idiomas llegan al 90% de los hogares indios con televisión por cable y satélite. En total, 790 millones de espectadores al mes en la India y más de 100 países, según datos recogidos en 2019.
El críquet era uno de sus buques insignia. Le quitó la Premier League India a Sony en 2018 por unos 2.000 millones de dólares en un contrato que duraba hasta 2023. Pero el karma le ha devuelto la pelota: Viacom18, una joint venture entre Paramount Global y Reliance Industries, se ha hecho con los derechos para retransmitir las siguientes cinco temporadas; Disney Star mantiene el suyo, pero debe compartirlo. La clara ganadora ha sido la liga, que con su salomónico movimiento ha pillado 6.000 millones de dólares (3.000 de cada uno), según la BBC.
Estas cifras sitúan a la liga india de críquet en la elite en términos de coste por partido, a la altura de la NFL o la Premier League inglesa de fútbol. La oferta ganadora incluye 410 partidos, con lo que cada uno sale por 7,36 millones de dólares. Además, los derechos de retransmisión digital a partir de 2023 para la competición anual de dos meses se vendieron por 6,4 millones de dólares por partido. Internet. India. Informáticos…
Pero no queda ahí la cosa. Otros grandes, como TNT, merodean el mercado del críquet, comprando competiciones. Uno quizá llame más poderosamente la atención estos días. Según SportBusiness, Arabia Saudí «ha expresado su interés por ampliar su inversión en el deporte para incluir la Indian Premier League (IPL) de críquet y ha hablado con el gobierno indio sobre la posibilidad de invertir hasta 5.000 millones de dólares». Los que faltaban.