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Opinión

Rubiales en el paraíso, España en el fango

«Alcanzar la jubilación y disfrutarla es un premio vetado a quienes confunden la ambición con el desparrame»

Rubiales en el paraíso, España en el fango

Luis Rubiales y Pedro Sánchez. | Europa Press

Nunca un beso tuvo tanta trascendencia ni una victoria inenarrable semejantes consecuencias. Lo que en política son bombas con efecto retardado, en fútbol basta un detalle para que la explosión sea inmediata. Vivía Rubiales en un campo de minas, acosado por las comisiones de la Supercopa en Arabia Saudí, las grabaciones a ministros y a Javier Tebas, el espionaje al presidente de la AFE, la fiesta de Salobreña y las denuncias del tío Juan; pero tenía padrino. Capeaba temporales bajo el manto protector de Pedro Sánchez, que hizo oídos sordos a las señales que durante cinco años durmieron en el CSD. Sospechas y denuncias guardadas en un cajón. Hasta que el 20 de agosto de 2023, en Sídney, pisó donde no debía y saltó por los aires. Quién podía imaginar que el golazo de Olga Carmona a Inglaterra iba a ser detonante en vez de paliativo, migraña en lugar de éxito sin parangón. En el palco de la FIFA, “Rubi”, fuera de sí, se estrujó los cataplines al lado de la Reina y de una menor, la Infanta Sofía. A continuación, con la euforia al punto de nieve, se vino arriba con el innecesario y procaz “pico” a Jennifer Hermoso. Después, según el grado de intervención de fuerzas hasta entonces ocultas que en la vida vieron un partido de fútbol femenino, el escándalo creció hasta que Infantino decidió inhabilitarle. 

Que envejecer no sea para blandengues, según Bette Davis, no impide alcanzar la tercera y hasta la cuarta edad con la placidez que procura el deber cumplido, tranquila la conciencia. Revolcarse en el fango sólo es para marranos, salvo que el cochino no sea gocho y, engreído y contumaz, se sienta con tanto poder que flote sobre la porquería. Alcanzar la jubilación y disfrutarla es un premio vetado a quienes confunden la ambición con el desparrame. Lo canta Serrat y no le escuchan: “Quizá, llegar a viejo / Sería más llevadero / Más confortable / Más duradero / Si el ayer no se olvidase tan aprisa / Si tuviesen más cuidado en dónde pisan…”. Aplastan la mina convencidos de que no va a explotar, tan superiores e ignorantes. Ajenos al principio de acción-reacción arrasan con mentiras, bulos, falacias, promesas vanas y discursos vacuos. Miran hacia abajo y sólo ven siervos, que dejan de serlo cuando el culo les huele a pólvora. Al grito de ¡sálvese quien pueda!, ponen pies en polvorosa, o desaparecen en un maletero hasta la intervención de los rescatadores, o se refugian en un paraíso, dominicano como Rubiales, o tunecino como “Bettino” Craxi. 

No, Luis Manuel Rubiales nunca rehuyó la bronca, anegado de espíritu sindicalista. Descubrió que Julen Lopetegui había aceptado la oferta de Florentino Pérez para entrenar al Real Madrid y dos días antes del comienzo del Mundial de Rusia 2018 le mandó al paro. El seleccionador había preparado la cita concienzudamente, elegido el cuartel general, estudiado cada rival, la convocatoria elaborada con minuciosidad, nada al azar; pero olvidó un detalle esencial: comunicar al jefe que al cabo del campeonato cambiaría los colores de España por los del Madrid. Cese fulminante y la pelota en el tejado de Fernando Hierro –el mejor director deportivo que ha tenido la RFEF–, consciente de su precario futuro, como el soldado leal: volvería de la guerra herido o en ataúd. No hubo milagro, los rusos eliminaron a España en la tanda de penaltis de los octavos de final. A la destitución de Lopetegui siguió la de la secretaria general, Esther Gascón, profesional discreta y eficaz que sólo por cumplir estrictamente con su trabajo y con el debido “compliance” fue despedida. Se lo comunicaron en un despacho rodeada por el presidente y varios abogados, bajo la acusación nunca demostrada, porque era falsa, de colaborar con el “enemigo” (Tebas). Situación harto intimidatoria. 

“Rubi” irrumpió en la Federación como un elefante en una cacharrería. Dispuesto a reducir plantilla, lo hizo, aunque luego entraron más empleados de los que salieron. Hubo choque con los patrocinadores, el más sonado, con Adidas, que por la complejidad del contrato quedó en agua de cerrajas. No obstante, progresó, elevó los ingresos de 108 millones a 406. Ganó las primeras elecciones a Larrea en 2018 y en las de 2020 no tuvo rival porque Casillas abandonó en el camino. Acosado por doquier, sin la protección de la Moncloa –“sus explicaciones han sido insuficientes e inadecuadas”, dijo Sánchez tras el mogollón–, dejó al mando a Pedro Rocha y se fue a Punta Cana. Herencia envenenada. Registros concienzudos, detenciones varias, investigaciones severas, la Real Federación Española de Fútbol es un sindiós y la poltrona en la que pensaba eternizarse Rocha, la silla eléctrica. Estaba en el ajo y es carne de citación judicial. Con Rubiales fue primero vicepresidente, luego vicepresidente económico mientras se cocían las componendas y finalmente sucesor designado a dedo como hombre de confianza. Todo lo cual le descarta como candidato. 

P. D. Lo malo se contagia. Decía Luis de la Fuente que la Selección no es ajena a lo que ocurre en la RFEF. Por eso, o porque se tomó el amistoso con Colombia a beneficio de inventario, perdió (0-1) en Londres. El partido resultó tan plomizo y deshilvanado como desvaída y sinsustancia la nueva equipación.  

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