THE OBJECTIVE
EL BLOG DE LUCÍA ETXEBARRIA

Cine y psicología en 'La casa': por qué te sientes tan vacía y poca cosa

«No es que sea una obra machista, sino que retrata la sociedad en la que vivimos. Y es que la sociedad en la que vivimos es machista»

Cine y psicología en ‘La casa’: por qué te sientes tan vacía y poca cosa

Machismo. | Freepik

Este artículo va dirigido a ti, mujer que me lees y que llegas a mis talleres con una sensación de poca valía, de vacío, de autoestima por los suelos, de ansiedad constante, de depresión inespecífica. A ti, que has pasado por no sé cuantos psiquiatras y psicólogos que se han limitado a recetarte pastillas y poco más, a ti me dirijo.

Fui a ver esta película esperando ver una joya. Al fin y al cabo venía con el sello de calidad metafóricamente impreso. La distribuye ‘A contracorriente’, una de las mejores empresas distribuidoras del país, que suele elegir películas de mucha calidad. Venía respaldada por premios de diversos festivales. La crítica la había puesto por las nubes… Pues no me gustó nada, pero nada, y gran parte del visionado lo alterné entre la risa contenida y la indignación soterrada. Mi sorpresa es que, a la salida, las dos amigas que me acompañaban expresaron en voz alta exactamente las mismas preocupaciones que había yo rumiado en silencio. No era yo la única que pensaba así.

¿Somos acaso unas incultas? En absoluto. Las tres somos muy cinéfilas, tenemos estudios superiores, hablamos varios idiomas y bla bla bla. ¿Somos unas malvadas feministas radicales que nos oponemos por sistema a cualquier película que firme un hombre? Tampoco. Somos tres señoras a las que en nuestro entorno nos tildan de conservadoras e incluso nos llaman fascistas.

¿De qué  trata la película?

Tres hermanos, dos hombres y una mujer, sus parejas y las hijas de dos de ellos volverán un año después de la muerte de su padre a la casa familiar donde veraneaban. Su intención es venderla, pero con cada trasto que tiran se enfrentan a los recuerdos. Temen estar deshaciéndose del pasado, del recuerdo de su padre. Los hermanos son José, Vicente y Carla. Un escritor hipster y desaliñado, un tipo normal, manitas y cabezota, y una perroflauta buenrollista que se supone que tenía un restaurante. pero ya no lo tiene.

José, el escritor, tiene que 40 años en el 2015, y por lo tanto es 11 años más joven que yo. Bien, pues al parecer a sus 40 años no sabe él solito deshacerse su maleta. Se la deshace su mujer, que además le entrega su ropa debidamente planchada y doblada. A mí nadie me ha deshecho la maleta desde que tengo uso de razón y supongo que cuando no lo tenía me la desharía mi mamá. Si alguien me deshiciese la maleta puede que me enfadase muchísimo (no me hace ninguna gracia que alguien registre mis cosas). Si yo se lo hubiera pedido (no se me ocurre una razón para pedirlo, pero bueno), me estaría deshaciendo en agradecimientos: «Ay, gracias, no sabes cuánto te lo agradezco y qué favor me me haces». Pero él lo acepta como una cosa normal, y de su actitud los espectadores deducimos que un señor de 40 años, en el año 2015, da por hecho que su mujer le deshace las maletas. Pues yo, que soy más mayorcita que él, he aprendido desde pequeñita que una mujer no le deshace las maletas a ningún hombre, porque no es su criada.

Imaginen ustedes la escena opuesta: Yo llego a la casa de campo de mi familia con un novio, me siento frente al ordenador a escribir y mi pareja deshacen las maletas y me entrega mi muda. Debidamente doblada y planchada. No digo más. Vicente llega a la casa acompañado de su mujer. Él conduce, ella no. Ella ve por primera vez a su cuñada, y comenta «qué guapa, qué estilazo». De nuevo les ruego que imaginen ustedes la escena opuesta. Que hubiera llegado un matrimonio, conduciendo ella. Que él hubiera visto a su cuñado y hubiera comentado «qué guapo y qué estilazo». Hubiéramos pensado que él era gay. Guapa es, la cuñada; al fin y al cabo es Olivia Molina y de casta le viene algo. Estilazo no tiene ninguno. Va con un moño hecho a bote pronto y unos pantalones y una camiseta. Pero esta señora no es lesbiana, o al menos no ejerce como lesbiana puesto que está casada en un matrimonio de larga duración y tiene una hija. Este detalle aparentemente sin importancia, el hecho de que lo primero que hace esta mujer al ver a otra sea comentar su apariencia, va adquiriendo peso cuando vemos que el papel de esta mujer a lo largo de la película es ser una mera sombra de su marido. Parece que ella no tiene importancia por sí misma. Por eso, ese comentario aparentemente inocente adquirirá más relevancia en un marco en el que parece que las mujeres solo están ahí para hacer bonito.

La familia se va a comer. La hija de Vicente y Olga, Ema, una chica que debe tener unos 16 o 18 años, está allí. Delante de ella todos hablan de ella en tercera persona y se refieren a ella como «la niña». Si esto llegara alguien  a hacerlo delante de mi hija creo con toda la razón mi hija habría pedido que dejaran de infantilizarla. La chica de la película no lo hace. Tampoco ninguno de los adultos que está  a su alrededor parece sorprendido ante lo que sucede. De nuevo les pido que imaginen la escena a la inversa. Que se tratara de un chico de 18 años alto y bien plantado. Casi con seguridad nadie diría «el niño» sino que dirían «el chaval». O quizá «mi hijo». Aunque si se tratara de una familia con un poco de sensibilidad y sentido del respeto le llamarían como hay que hacerlo, por su nombre, que para algo lo tiene.

Sigue, minutos más tarde, una escena en la que Vicente tiene un ataque de rabia en el restaurante. Le molesta que su hermano esté pensando en comprar la casa que ha sido la casa familiar, y que no se lo haya comunicado hasta ese momento. Así que se pone hecho un basilisco. Es francamente desagradable y creo recordar que se levanta y se va. Su mujer está casada con él, entendemos que en gananciales, así que la venta o no de la casa también le afecta a ella. Vicente es, en primer lugar, y en general, tremendamente irrespetuoso con el resto de los comensales, porque la salida de tono en la mesa es de lo más incómoda. Pero es en segundo lugar y en particular, muy desconsiderado con ella, con su mujer, puesto que si bien a ella le afecta la decisión, Vicente, en público hace notar que la decisión es cosa de él. Y una no puede evitar pensar «si este señor trata así a su mujer en público, ¿Cómo lo hará en privado?». Pues no solo nadie entre los demás comensales reprocha a Vicente su comportamiento, sino que además Olga le disculpa. Dice que está tenso porque tiene muchos problemas en el trabajo. Esta excusa ridícula que normalmente se utiliza en casos como estos es eso, ridícula. Si una persona está tensa porque le va mal en el trabajo no debería pagarlo con otras personas que nada tienen que ver con su trabajo. Mucho menos con su mujer, a la que se supone que ama y a la que se ha comprometido a respetar.

Los dos hermanos tienen una hermana que me recordaba muchísimo a aquel personaje de «Los fraguel», Musi, que era una jipi artística y espiritual, que siempre estaba proclamando la paz y el amor e intentando ayudar a los demás. La función de Carla es ser buena, amable, mediadora, buscar la paz entre sus hermanos y básicamente ser una buena persona. Esta es la chica que acompaña a su padre a sus citas médicas. Hasta ahí bien, no tengo ningún reparo en que las mujeres sean buenas personas, por más que me choque un poco el cliché de la mujer buena generosa y dedicada a cuidar en una película que ya me están mostrando demasiadas líneas rojas. Pero una cosa es ser buena persona y otra es ser estúpida.

A lo largo de la película nos enteramos de que ella tenía un restaurante que ha vendido hace poco, y de que su hermano es un escritor. El restaurante de ella no es de lujo, por supuesto, así que será uno de esos restaurantes en la que los dueños son unos pobres autónomos que trabajan seis días por semana y todavía en el séptimo tienen que hacer gestiones relacionadas con su negocio. No hay trabajo más esclavo que el de dueño de un restaurante normalito. Y si aquí hay algún dueño de restaurante, por favor que deje un comentario y lo atestigüe. Pues bien, Carla, en su ratos libres, que deben ser muy pocos, acompaña a su padre a citas médicas en las que comentan que se pasan más de una hora aguardando su turno en sala de espera. Su hermano escritor podía vivir en Valencia o vivir a camino entre los dos, al fin y al cabo en el 2015 ya había AVE. Y disponía de dos casas en Valencia, la que pertenecía a su padre y la casa de la sierra que ahora están planeando vender. Escribe, tal y como vemos en la película, en un ordenador personal así que podía haber cogido el ordenador y haberse ido a pasar una temporada en Valencia para ayudar a Carla con su padre. Pero él mismo nos cuenta que durante los años en los que su padre estuvo enfermo, solo fue a Valencia dos veces. ¿Por qué su hermana le ha permitido esto? ¿Por qué no le ha exigido que colabore en el cuidado de su padre, tal y como lo hizo ella?, ¿Porque es una santa o porque sencillamente se le ha asignado estereotipo cultural en el cual en una familia son las hermanas las que cuidan de los padres mientras que a los hermanos varones se les permite desentenderse de esa obligación que pareciera que a ellos no les corresponde?

Sigamos con este escritor que tiene una novia que le deshace la maleta y una hermana que se encarga de cuidar de su padre, mientras él vive tan feliz en Madrid persiguiendo su sueño de alcanzar el parnaso literario. Su mujer es editora o agente literaria, no nos queda muy claro. Pero a la pregunta de a qué se dedica la respuesta de Silvia es «yo leo, y leo muy bien». Esta respuesta nos da la impresión de que ella es más bien una musa dedicada a complementar la tarea de su marido. Y esta es la impresión que les quedó a las dos amigas que me acompañaron, que no conocen mucho de los intríngulis del mundillo literario. Supongo que el guionista tampoco. En realidad una editora o un agente literaria hacen muchísimo más que leer. Negocian adelantos, organizan giras, recaudan derechos de autor y en realidad suelen funcionar como cualquier ejecutivo en cualquier otra industria, con agendas muy apretadas y complicadas. Pero en la película pareciera que el importante es él, que el trabajo de él tiene más relevancia que el de ella. Y que por eso ella le deshace la maleta. En realidad el trabajo de una editora o una agente literaria es mucho más relevante que el de un escritor del montón, que es lo que parece que él es. Si hubiera una fiesta en la Feria del Libro de Madrid, sería a ella a la que lo estaríamos intentando dorarle la píldora a todos, y no a él.

Luego está la madre. Se supone que estos chicos han tenido una madre. Alguien les debe haber parido, digo yo. Pero viendo la película yo al principio pensé que habían sido huérfanos desde muy niños. De esta madre se habla muy poco, solo se la ve en dos ocasiones. En ninguna de ellas la madre habla: solo mira al padre con aparente devoción y le sonríe. Sin embargo hay un constante fluir de flashbacks sobre el padre, una figura cuya vida acabamos conociendo casi al dedillo. Que creció en una familia pobre, que su hermano estaba enfermo, que pasaron hambre, que él trepaba a una higuera para comer higos, que se escapaba a las cocheras de los autobuses para jugar, que tuvo muchos trabajos diferentes, que se peleó con su jefe, que era muy buen amigo de su vecino… Cada vez que uno de los familiares mira un rincón de la casa recuerda una anécdota del padre. ¿Y qué sabemos de la madre? Nada. Que quería mucho a sus hijos, nada más.

¿Cuando viajas a la casa familiar después de que tus padres hayan muerto, solo recuerdas a tu padre y nunca a tu madre? Todos los personas que hemos perdido tanto a un padre como a una madre sabemos muy bien que cuando llegamos a un lugar que han habitado ellos nos llegan en ráfagas recuerdos intrusivos de los dos. Y no exclusivamente de uno de ellos. Así que yo me quedé preguntándome en plan José Luis Perales cómo era ella, y en qué lugar se enamoró de él, de dónde era y a qué dedicaba el tiempo libre. Pero nada, allí seguían todos obsesionados con su padre. Si no me llegan a dar tres pinceladas de la madre, siempre vista a través de los ojos del padre, de verdad que yo hubiera creído que la madre murió cuando eran muy pequeños y que por eso no podían recordarla. O que se había marchado con otro hombre y había un acuerdo tácito de no mencionarla nunca jamás, y es lo que pensé al principio. Y juro que no es broma.

Así que en esta película tenemos tres generaciones de mujeres ninguneadas: una madre invisible, una hermana cuya función primordial es cuidar y ser buena persona, y la esposa del escritor que parece que está allí para hacer de musa. La esposa del manitas que está para aguantar los desplantes, los arrebatos y los malos modos de su santo, y poner al mal tiempo buena cara. La adolescente a la que infantilizan hablando de ella en tercera persona, llamándole niña. Y también hay una niña pequeña monísima que realmente parece que está allí para hacer bonito. Pero lo curioso es que esta no es una película franquista de los años 50, no, no. Es una película que sitúa la acción en el año 2015, entre personajes presuntamente progresistas, que se codean  de tú a tú con Almudena Grandes. Es una película rodada por un director al que entrevistan en el diario de Monedero, una obra clasificada como «obra maestra», poco menos por todos los diarios de la izquierda autosentida. Y no es que sea una obra machista, que lo es, sino que retrata la sociedad en la que vivimos. Y es que la sociedad en la que vivimos es machista.

Nuestra sociedad es machista en ambientes más conservadores y rancios, en los que los señores llevan la banderita de España en el reloj y en los que se defienden a los toros, y es igualmente machista en esos ambientes en los que, como  sucede en la película, se le regala a una adolescente un taller literario con Almudena Grandes. Vivimos en una sociedad que ve normal que una mujer le deshaga la maleta a su marido; una sociedad  que ve normal que un hombre se enfade por una decisión que afecta a una venta de una casa común y no le dé ni voz ni voto en esa discusión a su mujer a la que también le afecta de forma directa la venta de esa casa; una sociedad que ve normal que delante de una chica de 16 años se hable de ella en tercera persona y se le llame niña; una sociedad que ve normal que toda una película gire alrededor del padre de los tres protagonistas y de la madre no sepamos absolutamente nada; una sociedad que ve normal que una señora, trabajadora autónoma y hostelera, madre de una hija, acompañe a las citas médicas a su padre, mientras que su hermano, escritor, que se puede organizar el tiempo como quiera y que no tiene  hijos, se quede tranquilamente en Madrid persiguiendo no se sabe qué sueño, y no se ofrezca a colaborar en esa tarea.

Vivimos en una sociedad que cuando ve este espectáculo en el que las mujeres son ninguneadas solo dice que qué gran obra maestra, que es una de las mejores películas españolas del año y que qué bien indaga este señor en las emociones. Sí, la película es muy machista, porque la sociedad en la que vivimos lo es. Es una sociedad en la que a las feministas desde la derecha nos llaman feminazis y desde la izquierda nos llaman terfas… Pero a las que nos están insultando todo el santo día.

A ti, mujer que me lees y que llegas a mis talleres con una sensación de poca valía, de vacío, de autoestima por los suelos, de ansiedad constante, de depresión inespecífica, a ti que has pasado por no sé cuantos psiquiatras y psicólogos que se han limitado a recetarte pastillas y poco más, a ti me dirijo. ¿Te das cuenta de que nadie ha reparado en los problemas de esta película? ¿Que ningún crítico ni en los medios de la mal llamada fachosfera (porque el fascismo es otra cosa), ni de la peor llamada progresía (porque el progreso también es otra cosa muy diferente) se ha fijado en la desigualdad de representación entre los personajes de esta película? Porque a nadie le ha llamado la atención, porque lo ven como algo normal.


Y como a ti también te han enseñado a verlo como algo normal, has ido interiorizando desde muy pequeñita que tú
eres inferior a ellos. Y es que cuando tú eras una adolescente a ti te llamaban la niña, pero tu hermano adolescente era el chaval. Y es que si ellos gritan tú tienes que exculparles. Y es que si ellos se dedican al arte, tú tienes que apoyarles. Y es que si tu padre se pone enfermo, tú tienes que cuidarle. Y has crecido sin una figura relevante a la que imitar y a la que admirar, porque a tu madre la trataban como al pito del sereno, tal y como le tratan a la madre en esta película.

De verdad, nadie puede imaginar lo que me dolió ver la película, porque vi en muchos detalles el mismo tratamiento que había recibido mi madre toda su vida. Mi madre fue una mujer fascinante, pero desde fuera siempre se la vio como el apéndice de mi padre, que era un señor muy listo pero en muchos aspectos no era ni la mitad de inteligente que ella. Y yo me pregunto, cómo puede ser que ninguna de las actrices de esta película al leer el guión, se acercara al director y le dijera: «Oye, ¿No podemos hablar un poco de la madre?». 

Prácticamente todos los estudios que uno busque demuestran que las mujeres puntuamos más bajo en cuestionarios de autoestima que los hombres. Hay muchos factores que influyen en la prevalencia de la baja autoestima entre las mujeres, como los estándares sociales, las experiencias infantiles y las relaciones. Si bien cada persona tiene sus propias razones sobre cómo se percibe a sí misma, a las mujeres a menudo se les presentan factores únicos y comunes que pueden colocarlas en un mayor índice de baja autoestima. Y todo se describe a la perfección en esta película.

No es ningún secreto que la sociedad impone a las mujeres una gran cantidad de estándares que no siempre se esperan de sus homólogos masculinos. Las mujeres suelen valoradas y juzgadas por su apariencia más que los hombres. Y por eso en esta película Olga, la primera vez que ve a su cuñada inmediatamente habla de su estilo indumentario.

Luego está la norma de que las mujeres deben ser femeninas y pasivas, que en esta película se cumple en todas: la que le deshace la maleta al escritor y admite en público que le escribe, pero ella «solo lee», la que aguanta la bronca del marido en público y por encima después le disculpa, la chica que soporta con una sonrisa que en público se refieran a ella como la ‘niña’, y hablen de ella en tercera persona como si ella no estuviera delante… Las relaciones tienen el poder de fortalecer a una persona o derribarla dependiendo de la calidad de la conexión. Las relaciones en esta película no son de maltrato, pero sí que son relaciones en las que ellas adoptan un papel subalterno y pasivo frente al papel activo de un hombre, y vemos pequeños detalles que no nos hacen ninguna gracia. El hecho de que los hijos ni siquiera hablen de su madre y estén obsesionados con su padre nos hace imaginar cosas muy negras. El hecho de que cuando el escritor ve que su mujer le ha deshecho la manta no le dé siquiera las gracias, la bronca que monta el manitas sobre temas que también le afectan a su mujer y cómo ella disculpa la bronca, el paternalismo con el que tratan a la adolescente, la desfachatez por la que el escritor ni siquiera le pide disculpas a su hermana por no haberse hecho cargo él del padre…

Los medios de comunicación influyen mucho en la forma en que nos vemos a nosotras mismas y pueden provocar una enorme disminución en nuestra autoestima. Yo fui a ver esta película con dos amigas y gracias a Dios mis dos amigas salieron diciendo lo mismo: que se les había caído la cara de vergüenza ajena al verla. Pero, a mi alrededor, había un montón de mujeres diciendo «qué bonito, qué maravilloso, qué estupendo, qué película tan entrañable». Luego estas mujeres se sentirán tristes sin razón, tendrán ansiedad y no lo entenderán. Vendrán a mis talleres diciendo que se sienten vacías y tristes, y que se despiertan llorando, pero no consiguen excavar hasta la raíz real de ese sentimiento. Y eso es porque han introyectado en los valores que transmite esta película, porque no se les ha ocurrido cuestionar nada de lo que ven. Porque esta película se limita a reproducir los valores imperantes en esta sociedad y no se pregunta sobre ellos, ni se plantea el dilema de si lo que ocurre en esta película no debería ser cuestionado al menos por alguno de los personajes.

Por último, he escrito este artículo sabiendo que me van a criticar, precisamente porque voy a subvertir el orden establecido. Precisamente, porque voy a hablar contra corriente. Ese es mi papel. Yo nunca me he caracterizado por ser una mujer cómoda, pero tengo una hija, una hija que gracias a Dios alzaría la voz si delante de ella le llamaran la ‘niña’, una hija que espero que nunca le tenga que deshacer las maletas a un novio, una hija que lee mucho, pero que también escribe y pinta, y que hace unas instalaciones maravillosas, una hija a la que le enseñaré que cuando un señor se enfada de forma absurda, no tiene nada que ver con su trabajo, sino con que él no sabe contener su ira ni mucho menos sabe pedir disculpas después de un estallido. Una hija a la que le deseo de corazón una vida más divertida y feliz que la que me muestran las mujeres de esta película. Una vida sin depresión ni ansiedad, ni sentimientos interiorizados de poca valía.

Sé que mi hija me recordará en detalle y con amor, y no me condenará al olvido, ni a la irrelevancia ni al borrado, como hacen los hijos en esta película con su madre. 

Pd: Por si vives en Madrid, el 8 de mayo, en el Jardín Botánico haremos un taller de visualización como el que se explica en mi libro «La escritura que cura», y el 9 de mayo en el espacio Zigia (Calle  Zigia 28), a las ocho, haremos un taller de relaciones tóxicas (amorosas, familia, pareja o laborales) con algunos de los ejercicios que se explican en el libro.

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