THE OBJECTIVE
EL BLOG DE LUCÍA ETXEBARRIA

¿Es Pedro Sánchez un maltratador emocional?

«Las amenazas de abandono son una forma de manipulación emocional que utiliza el miedo de la persona como arma»

¿Es Pedro Sánchez un maltratador emocional?

Pedro Sánchez entrando al hemiciclo del Congreso de los Diputados | Jesús Hellín (Europa Press)

Ayer, para mayúscula sorpresa de todo el mundo, Pedro Sánchez anunció que se daba cinco días de reflexión para plantearse si quería dimitir. Algo que no había pasado nunca en la historia de nuestra democracia. Es decir, escenificó una amenaza de abandono.

Las amenazas de abandono son una forma de manipulación emocional que utiliza el miedo de la persona como arma. Este tipo de amenazas de abandono las he visto a menudo en relaciones de pareja e incluso las he vivido en las mías. Si ustedes leen tanto mi libro La escritura que cura como Tu corazón no está bien de la cabeza, verán que en el apartado ‘Tácticas que los manipuladores utilizan contra ti’ se indica claramente la amenaza de abandono.

En una relación comprometida nunca se puede amenazar con abandonar, excepto que se diga muy en serio. Una madre no puede amenazar con abandonar a su hijo, una pareja no puede amenazar con abandonar a su novio o a su cónyuge. Es cruel y tremendamente tóxico. Uno puede pedir un tiempo para reflexionar, o se puede plantear una negociación para intentar salvar la relación, una conversación en la que las dos partes expongan su punto de vista. Pero no se puede utilizar la amenaza de abandono unilateral. Cuando se abandona debe ser porque se va a abandonar ya. Seguro. No vale el «me lo voy a pensar».

Como siempre es mejor poner ejemplos, voy a aportar uno muy reciente que me contó una clienta:

«Una noche mi novio y yo estábamos discutiendo por algo, no estoy segura de qué, es que ya ni siquiera me acuerdo. Tenía que ver con las labores domésticas porque yo siempre me quejo de que él hace menos que yo y él me llama a mí exagerada. Me insultó y me llamó de todo menos bonita. Yo me fui a dormir muy dolida. A la mañana siguiente él quería sexo antes de salir a trabajar. Por supuesto, yo todavía estaba herida por la discusión de la noche anterior y dije que no. Él siguió tratando de convencerme; insistía e insistía y se frotaba contra mí, pero no me moví, y yo advertía que se iba enfadando cada vez más y más. Finalmente, se quitó el anillo (llevamos los anillos de plata a juego), me lo arrojó a la cara y me dijo que quería dejarme. Eso, entre todo tipo de insultos. Él se fue rápidamente; se vistió y se fue a trabajar. Aquella noche llegó tardísimo. Yo desde las ocho de la mañana hasta las 11 de la noche, la hora a la que él llegó, di por hecho que él me había dejado. ¿Por qué no me cogía el teléfono ni respondía a mis mensajes si normalmente me escribe varias veces al día? Estuve llorando todo el día. Luego llegó borracho, porque había estado con sus amigos, y me pidió perdón, y me dijo que era a la mujer de su vida. Yo sentí un alivio tremendo porque ya pensaba que le había perdido. Volvió a pedirme sexo, y yo no estaba muy convencida… pero entonces dije que sí. Por alivio y porque no quería perderlo».

Ahora bien, ¿el novio de esta chica hizo algo ilegal? ¿Esto se considera violencia a los ojos de la ley? La respuesta a ambas preguntas es no. Sin embargo, lo que esta mujer experimentó fue maltrato verbal verbal y abuso sexual mediante amenaza de abandono. Sabía que si hubiera cedido a la petición de su novio desde el principio, no habría experimentado esa amenaza de abandono; pero también sabía que, para aferrarse a su propia dignidad, no podía tener relaciones sexuales con un hombre que la estaba dañando. El tiempo pasó para esta pareja. Ella finalmente siguió adelante con su relación y dejó de esperar responsabilidades o disculpas por parte de él. Pero ella cada vez se sentía peor, más insegura y más dañada. Más pequeña y menos valorada.

Los maltratadores emocionales tienden a utilizar las debilidades de sus objetivos como armas. En general, la mayoría de las personas no experimentamos bien el abandono, pero para la mujer descrita en la historia anterior, el abandono fue un medio de control particularmente eficaz, porque ya tenía problemas de abandono previos. Sus padres se habían divorciado cuando era pequeña y su padre se fue a vivir a Estados Unidos, por lo que desde entonces ella casi no le volvió a ver. Arrastraba una herida muy profunda que no se había curado del todo y su novio supo explotar esa debilidad. Su maltratador era muy consciente de que si amenazaba con abandonarla lo más probable era que pudiera salirse con la suya. Cuando ella le dijo que no al sexo, la primera vez, por la mañana, ella le puso un límite. Y a los maltratadores no les gustan los límites.

Como ocurre con cualquier maltratador, cuando la víctima comienza a establecer límites y a decir NO, el maltratador subirá la apuesta y realizará conductas aún más dañinas. Ya lo he dicho: los maltratadores emocionales rara vez respetan o responden bien a los límites. Cuando el tóxico de nuestra historia se dio cuenta de que sus estrategias de maltrato verbal no lograban controlar a su novia (por la noche) y que no que no conseguía lo que quería (que ella le diera la razón), a la mañana siguiente amenazó con abandonarla para conseguir que ella se plegara a lo que él quería.Y lo consiguió. Finalmente, ella estuvo a sus pies.

El abandono como técnica de control es muy eficaz porque los humanos estamos programados para crear lazos emocionales profundos. Cuando la amenaza de abandono es real, el cuerpo libera ciertos neurotransmisores y hormonas, como el cortisol y la adrenalina. Además de esto, experimentamos un bajón repentino de la hormona oxitocina, una sustancia química que nos hace sentir bien. Esta reacción química cerebral hace que la víctima se sienta tremendamente ansiosa, sobre todo si tiene experiencias de abandono previas que de alguna manera resuenan con la nueva situación. La víctima hará cualquier cosa para recuperar la conexión anterior.

A medida que la víctima aprende a experimentar el abandono cada vez que no cumple con las demandas de su maltratador emocional, comienza a ser condicionada, como un perro entrenado, a hacer lo que sea necesario para evitar que ocurra el abandono (y que regresen las sustancias químicas que inundan su cerebro cuando la amenaza de abandono aparece), y la víctima acaba siendo precisamente eso: un perrito de circo que hace los trucos qué su entrenador quiere que haga.

De hecho, tanto la víctima como el controlador quedan condicionados a esta respuesta. El controlador, a su vez, se siente aún más envalentonado ratificado en su poder sobre la víctima, porque sus tácticas producen los resultados que busca. De esa forma se afianza la dependencia entre controlador y víctima. Ella depende de él y el depende de ella (o él de él, o ella de ella, si son parejas del mismo sexo; o él de ella, si es ella la que ejerce el control).

Desafortunadamente, sin embargo, un maltratador está profundamente perturbado dentro de su propia psique, y los beneficios a corto plazo de obtener la cooperación de su víctima no hacen nada para curar su verdadera angustia. De forma que este sistema de control emocional se irá incrementando, porque los dos estarán cada vez más ansiosos. Y al final todo se convierte en un juego del gato y el ratón que nada tiene que ver con la una relación sana, sino con lo que técnicamente se llama un vínculo traumático.

Con el tiempo, a medida que ambas partes practican una y otra vez patrones de interacciones tóxicas, los tiempos entre episodios abusivos disminuyen. Esto sucede porque, en realidad, el problema dentro del controlador tóxico no tiene nada que ver con su pareja. Tiene que ver con su propia inseguridad. Con su necesidad de tener muy controlada a su pareja para sentirse seguro.

Pero la aquiescencia de su pareja a sus demandas no soluciona la verdadera dolencia del maltratador emocional: un sentimiento de vacío y vergüenza profundamente arraigado. Vacío, porque un controlador siente graves problemas de identidad y solo se siente ‘alguien’ si tiene otro alguien al que poder aferrarse. Vergüenza porque él no se siente digno de ser amado, y por eso tiene que pedir las cosas por la fuerza. No cree que puede conseguirlas de otra manera. Porque en realidad él no se quiere a sí mismo y siente vergüenza de ser como es.

En este escenario, la víctima eventualmente queda conmocionada por las constantes amenazas de abandono y el continuo sacrificio de sus propios deseos y necesidades. Con el tiempo, la víctima de este tipo de maltrato emocional se deja caer en una espiral de ansiedad y depresión.

La psicologia social hace tiempo que descubrió que en general las tácticas manipuladoras que se crean en relaciones de parejas o en relaciones familiares también se pueden dar a gran escala. Una amenaza de abandono de un presidente no difiere mucho de una amenaza de abandono que le hace un novio a su novia o una madre a su hija (si haces eso no volvería a hablarte y no te consideraré de esa familia, si sales por esa puerta no hace falta que vuelvas, si te vas a vivir con ese chico no esperes que te apoyemos…).

Si el presidente está absolutamente convencido de que su mujer es inocente simple y llanamente podía haberse enfrentado al juicio. Al fin y al cabo, la demanda estaba presentada por Manos Limpias quienes, que yo sepa, no han ganado ningún juicio nunca (corríjanme si me equivoco) y en un juzgado presidido por un juez que no se caracteriza por ser precisamente conservador (de nuevo, corríjanme si se equivoco). La querella en principio tenía poco recorrido. Por lo tanto el amago de dimisión parece una reacción absolutamente desproporcionada.

Pero el amago de dimisión sí que ahonda en el miedo que tenemos muchos españoles. Muchos estamos hartos de inestabilidad política, de elecciones cada dos años, de crispación, de polarización y de tensión. Muchos hemos perdido trabajos o amigos por abrir la boca y haber expresado nuestro ideario político. Muchos se han peleado con sus familiares. Muchos otros ya no salen a cenar si a la cena acude Menganito, y otros tantos han aprendido que en el trabajo no pueden hablar nunca de política.

En mi opinión, la famosa carta no es más que una estrategia. Quizá el lunes nos encontremos que Pedro Sánchez plantea una moción de confianza que sabe que ganará (Junts se abstendrá), y que no será más que una campaña de propaganda. Quizá asistamos a una rueda de prensa en la que, lloroso, nos comunica que vuelve porque nos ama (como hizo el novio del ejemplo que he puesto en este artículo). Si efectivamente dimite (que sería la menos plausible de las tres opciones) todo el mundo creerá que algo había en el móvil de Pedro Sánchez, algo que quien fuera que les espiara encontró, y que Sánchez ha sucumbido al chantaje.

El caso es que de la misma manera en la que la protagonista de este artículo pasó una jornada de intensísima ansiedad, incertidumbre y angustia, todos vamos a vivir jornadas de ansiedad hasta el lunes. ¿Todos? ¡No! Un segmento nutrido por irreductibles desafectos resiste, todavía y como siempre, al invasor. Esos que se irán de copas o a bailar reguetón y a los que se la sopla desde hace mucho el circo y el paripé en el que se está convirtiendo la política española.

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