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El zapador

Halloween, una fiesta a reivindicar

Nuestros tatarabuelos ya preparaban en ciertas zonas de España las calabazas propias de la decoración de Halloween

Halloween, una fiesta a reivindicar

Imagen generada por IA.

El término «Halloween» proviene etimológicamente de la contracción inglesa  All Hallows’ Eve, que en castellano significaría «Víspera de Todos los Santos». Sí, es un extranjerismo. Como muchos otros que hemos incorporado a nuestra lengua. Dice la RAE que al tratarse de un nombre propio, conserva la grafía que tiene en su lengua de origen y debe escribirse en redonda y sin comillas.

La festividad de Todos los Santos (con su víspera incluida) y la conmemoración de los Fieles Difuntos tienen un profundo significado religioso en la tradición católica. Sin embargo, la forma en que se celebra Halloween en la actualidad tiende a confundir o diluir estos significados, especialmente cuando en ciertos círculos la atención se centra más en disfraces y caramelos que en el recuerdo y la oración por las almas. Aunque la fiesta de Halloween entronca con sus raíces europeas, la versión que se celebra hoy en día en muchas partes del mundo tiene algo de influencia de las tradiciones y la cultura popular estadounidenses, perdiendo con ello cierta solemnidad. Esto es visto por algunos como una «americanización» o comercialización de una festividad religiosa

La temática oscura de muchos disfraces y decoraciones típicas de Halloween puede ser motivo de preocupación para cierta derechita rancia que lo ve como una glorificación de lo oscuro o incluso lo demoníaco. Esta inquietud existe en España, pero también en países de cultura católica como Francia o Italia. El uso de símbolos como las calabazas talladas, brujas y fantasmas es percibido como alejado o incluso opuesto a nuestras costumbres. La realidad es bien distinta si buceamos en el pasado. En puridad lo de los dulces, las calabazas, los espíritus y los disfraces no tienen nada de pagano sino más bien de tradición romana, cristiana y católica como veremos a continuación. Pero para ello es necesario que antes hagamos un breve repaso histórico.

El cristianismo fue ganando terreno poco a poco en Roma, hasta que se hizo la religión oficial del Imperio con Teodosio, y con ello, se establecieron nuevas festividades religiosas. Del culto particular de cada uno de los santos se acabaría llegando a la celebración de una fiesta de todos los Santos. Las primeras tentativas aparecen ya en el siglo IV. Tenemos constancia, por ejemplo, de que en Edesa se celebraba una fiesta en honor a los mártires el 13 de mayo.

Más adelante, a principios del siglo VII, el papa Bonifacio IV consiguió a través del emperador Focas permiso para trasladar un gran número de cuerpos de mártires desde las catacumbas romanas al famoso Panteón de Roma, que se convierte en la iglesia de Santa María de los Mártires. Era una manera de honrar a muchos santos mártires a la vez.

Ya en el siglo VIII, sabemos que el papa Gregorio III establece en Roma la fiesta de Todos los Santos. Poco después, Alcuino de York, el consejero de Carlomagno, habla de la celebración de la Fiesta de Todos los Santos en la liturgia galicana. Para entonces ya se ha cambiado el 13 de mayo por el primero de noviembre. Puede que fuese un intento de adaptar algunas festividades paganas como el Samhain, ya que según algunos autores para los pueblos celtas el 1 de noviembre era el primer día del año. Es una hipótesis sugerente aunque hay otros historiadores como Ronald Hutton que niegan tajantemente esta tesis: «Los registros medievales no proporcionan ninguna evidencia de que el 1 de noviembre fuera un festival pancéltico importante». 

Por lo tanto parece que la fiesta actual es una herencia de una tradición típicamente cristiana. Es con Gregorio IV, en tiempos de Luis el Piadoso (hijo de Carlomagno), cuando la fiesta se fija de manera definitiva para el 1 de noviembre como fiesta de guardar o día de precepto. En torno al cambio de milenio, Odilón, Abad de Cluny, estableció un día para honrar a las almas del Purgatorio, inmediatamente después de la fiesta de Todos los Santos. Este Día, el 2 de Noviembre, es conocido como el día de los fieles difuntos. Se separaba de alguna manera la forma de recordar a los ancestros lejanos y a los ancestros cercanos. Es Cluny quien hace que la Iglesia dé importancia a la conmemoración de los difuntos porque en su liturgia era fundamental la oración por los que estaban en el Purgatorio. En la abadía de Cluny quedaban consignados en un gran libro todos los difuntos por los que rezaban. Tal era su prestigio, que todos los reyes de toda Europa querían ser mencionados en ese libro. Según el profesor Joachim Wollasch Cluny modeló en estos años «la tradición necrológica más grande creada por un grupo en la Edad Media».

Se suele confundir ambas fechas, la de Todos los Santos y la de los Fieles Difuntos, que se hicieron extensivas a toda la Iglesia católica. Aunque el día 1 sea para honrar a los muertos que han superado el purgatorio (los ancestros lejanos) y el día 2 para honrar a los muertos que todavía siguen purificándose en el purgatorio (los ancestros cercanos), como el día 2 en España suele ser un día laborable, las colas en los cementerios se forman el día 1 y no el día 2.

Ya a finales del siglo XX, durante la década de los 70, comenzó a expandirse la tradición por el resto del mundo. Los medios masivos como el cine y la televisión se convirtieron en una herramienta muy eficaz para mostrar al mundo lo que ocurría en Estados Unidos cada 31 de octubre, y pronto los niños de todo el mundo comenzaron a disfrazarse y a ir de casa en casa pidiendo truco o trato. Pero la tradición de truco o trato se incorporó en Estados Unidos en la primera mitad del siglo XX, es decir, muy tarde, y no es una invención yanqui, ya que ya existía una costumbre europea muy parecida, que con distintas variantes locales puede remontarse por lo menos hasta el siglo XV.

Exacto, lo de pedir dulces en Halloween tiene sus raíces en una antigua tradición cristiana ligada al Día de Todos los Santos. Se ha documentado que a principios de la Edad Moderna —antes de la Reforma Protestante— existía la costumbre de hornear las llamadas soul cakes, una especie de tartaletas que se distribuían junto con otros alimentos propios de cada región como manzanas, arándanos o nueces. Muchas personas menesterosas visitaban las casas de sus vecinos disfrazadas, ya fuera por diversión o anonimato, solicitando tartaletas.

El uso de disfraces no era exclusivo de esta festividad, pues también se veía en celebraciones como la Navidad. En 1674, Thomas Blount describió en su obra Glossographia cómo los más acomodados ofrecían soul cakes a los necesitados a cambio de sus bendiciones. Un texto llamado Festyvall del siglo XVI refiere que en tiempos antiguos, la gente horneaba pan en el Día de Todos los Santos para repartirlo en memoria de las almas cristianas. Esos visitantes disfrazados a menudo llevaban vegetales tallados como linternas, dando origen a dos costumbres: la de tallar calabazas y la de degustar suculentos pasteles hechos con estas cucurbitáceas.

A mediados del siglo XIX la tradición se trasladó a Canadá y a Estados Unidos, encontrando un lugar idóneo para asentarse. Allí, y gracias a la intervención de los católicos irlandeses, se dice que comenzó la práctica de tallar caras en tubérculos y más tarde en calabazas. Actualmente se conoce a este tipo de decoración con el nombre de Jack O’ Lantern (o Juanito el del Farol), una simpática calabaza con velas en su interior que, según el folklore anglosajón, servía para repeler al diablo, nunca para atraerlo.

Aunque hay algo que mucha gente desconoce, y es que nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos ya preparaban en ciertas zonas de España las calabazas propias de la decoración de Halloween, con su iluminación interior. Hay muchos testimonios que lo corroboran. Colocaban esas calabazas en las puertas y ventanas de sus viviendas a finales de octubre para ahuyentar a ciertos espíritus malignos, cuando el Halloween estadounidense era todavía un gran desconocido en nuestro país.

El Día de Todos los Santos y el Día (o noche) de Difuntos o Noche de las Ánimas en cada lugar del mundo fue adquiriendo sus características propias. En México es muy famoso el Día de Muertos, que no es más que la versión hispanomexicana, con sus peculiaridades, de las dos festividades católicas romanas: el día de Todos los Santos y el de los Difuntos. Los mexicanos vienen celebrando su Día de Muertos a partir de la conquista española de 1521. Y como señaló la historiadora mexicana Elsa Mavido, la fiesta no tiene nada de tradición prehispánica (es decir, indígena) por mucho que algunos indigenistas se empeñen.

Si hay algo común al Día de los fieles difuntos en España, además de las flores en el cementerio, es la representación en los teatros de Don Juan Tenorio. En el siglo XIX ya era una de las representaciones habituales durante los días que iban del 31 de octubre al 2 de noviembre como señala el historiador Jagoba Álvarez Ereño. También es tiempo de comer castañas, buñuelos, huesos de santo, panellets y de lecturas escalofriantes como el Monte de las Ánimas de Gustavo Adolfo Bécquer: «Desde entonces, dicen que cuando llega la noche de Difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche».

Cualquier cambio o adaptación de las tradiciones es siempre visto con recelo, especialmente cuando se percibe como influencia externa, y no te digo ya si ésta es norteamericana y dizque protestante. Pero por la misma regla de tres, los nostálgicos que quieren congelar las tradiciones en el tiempo como escudo contra la contaminación foránea deberían odiar la Navidad, Papá Noel o los Reyes Magos, fiestas de origen cristiano que han ido cambiando con la mudanza de los tiempos. Quizá haya más de prejuicios infundados, paranoia o incultura que de realidad objetiva, pues ha quedado demostrado en este artículo que Halloween —y toda la parafernalia que acompaña a la fiesta— echa raíces en tradiciones romanas, cristianas y católicas, aunque muchos lo desconozcan.

Pero nada, todos los años según vemos acercarse el mes de noviembre se repite la misma cantinela: el espíritu anti-Halloween. Ciertos sectores católicos conservadores quieren dar #CalabazasAHalloween —lo hemos visto en la última campaña de la ACdP—debido a que sienten que la festividad se ha alejado de su significado original y religioso, incluso se repite mucho que la gente invoca al diablo en estas fechas. Sin embargo, yo personalmente no conozco a nadie que realice ritos satánicos, lo que sí veo es a muchos niños —mis hijos, los primeros— henchidos de felicidad mientras van pidiendo chuches y caramelos a los vecinos disfrazados de esqueleto, fantasma o calabaza. Y sigo sin entender qué hay de malo en aquello. ¡Ay, la nostalgia! (que perniciosa puede llegar a ser…)

En definitiva, Halloween o la víspera del Día de todos los Santos, es una fiesta de honda raigambre con muchas ramificaciones y variantes locales, pero ante todo, una fiesta nuestra. Que cada uno la celebre como quiera. ¡Amén!

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