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Cinco lobitos, un viaje de ida y vuelta  

En su ópera prima, Alauda Ruiz de Azúa refleja con sencillez la experiencia de la primera maternidad, pero también consigue llegar a lugares más inesperados

Cinco lobitos, un viaje de ida y vuelta  

Fotograma de la película 'Cinco lobitos' | BTeam Pictures

Una joven madre coge en brazos a su bebé recién nacido. Parece desorientada. Está de pie en mitad de la calle, tiene la mirada cansada y abstraída. De fondo, sus padres y su pareja preparan todas las cosas en el coche para marcharse a casa. Está acompañada, pero a la vez sola. Así comienza Cinco lobitos, la ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa (Baracaldo, 1978), estrenada hoy en salas españolas, después de presentarse en la última edición de la Berlinale (dentro de la sección Panorama) y en el pasado Festival de Málaga, donde terminó arrasando con varios premios, entre ellos, la Biznaga de Oro a mejor película, el premio a mejor actriz «ex aequo» para Susi Sánchez y Laia Costa, a mejor guion para la misma realizadora, el premio del público o el Feroz Puerta Oscura.

Trailer de la película ‘Cinco lobitos’ | BTeam Pictures

De manera sutil, en esa primera secuencia ya se plantean parte de los asuntos que tratará de abordar la película. La maternidad es el tema del que parte y la recorre, pero a través de él, la película también indaga en otras cuestiones. Ahí reside una de sus cualidades. Desde la mirada de su protagonista (una creíble Laia Costa), Cinco lobitos cuenta la experiencia de la primera maternidad, los distintos conflictos que esa vivencia genera, cómo altera por completo la vida de una y las relaciones con todo lo que la conforma, con el entorno, la familia, la gente querida, el trabajo, las expectativas o la imagen que se tiene de una misma.

En medio de esa odisea, la pareja de ella (interpretada por Mikel Bustamante) debe ausentarse unas semanas por trabajo, y ante la dificultad de llegar a todo sin morir en el intento, Amaia (la protagonista) decide volver una temporada a casa de sus padres, en un tranquilo pueblo costero del País Vasco. Pero allí se encontrará con otra encrucijada más inesperada: la vuelta a la convivencia con su primera familia, el regreso a una vida pasada, pero ahora, en otras circunstancias y desde otro punto de vista, marcado por el paso del tiempo y las experiencias.

Directora Alauda Ruiz de Azúa. Foto: Victor Bensusi | BTeam Pictures

La película tiene así cierta condición de viaje. Empieza hablando sobre la complejidad de la maternidad, sobre sus múltiples capas, su cosas gratas y duras, ilusionantes y agotadoras, sus alegrías y pesadillas, y a partir de ahí, poco a poco, con el tiempo que las vivencias importantes necesitan para ser contadas, va llegando hacia otros lugares. A la intimidad de la protagonista, a la soledad, las incertidumbres, los altibajos, los miedos, al sentimiento de culpa por creer no estar a la altura y a las crisis ligadas a esa experiencia primera, pero también a esos lazos afectivos con los otros.

El rumbo que toma la película con el regreso de ella a la casa paterna permite ahondar en ese mundo familiar, en la transformación y en la inversión de sus relaciones, en su lado en sombras, en las distintas perspectivas de la vida que hay en él. Uno de los aspectos más interesantes de la película procede de esa narración y ese cruce de miradas. La de una generación para la que, cercana a la muerte, la vida reside más en el pasado, en los recuerdos, en lo que fue y ya no es, en lo que podría haber sido y no fue; la de otra intermedia, repleta de dudas, que ya carga con decisiones y ataduras, con errores y aciertos, pero que todavía tiene capacidad de cambio; y la de una totalmente nueva, libre de fantasmas y cicatrices, que todavía lo tiene todo por delante.

«Todas esas vidas que no vives son siempre perfectas, son ideales. Pero en algún momento, hay que vivir la vida que te ha tocado»

En ese reflejo de miradas, una de las virtudes del guion reside en la frase, frases contadas en los diálogos, que, reveladoras, consiguen ir a la esencia del relato. «Todas esas vidas que no vives son siempre perfectas, son ideales. Pero en algún momento, hay que vivir la vida que te ha tocado», dice la madre de la protagonista (una magnífica Susi Sánchez); o, «A veces una es feliz y no lo sabe», mientras mira las imágenes de su vida. «¿Vas a ser feliz? ¿Me lo prometes? Prométemelo. Tienes que ser feliz», le dice también la madre primeriza a su bebé en una conmovedora secuencia.

Con ello, Cinco lobitos termina siendo una lúcida indagación en el sentido de la familia y la madurez, en la sustancia que conforma ambas nociones, en sus contradicciones y oscuridades, en el peso de las imágenes que creamos a lo largo de los años en ellas. 

Poster de la película ‘Cinco lobitos’ | BTeam Pictures

En último término, Cinco lobitos es un buen ejercicio de autoficción. Una de las bazas de la directora es servirse de la propia experiencia para así ir a lo concreto y no caer en vaguedades y en lugares comunes. Alauda Ruiz de Azúa parte de su vivencia de la primera maternidad para narrar ese viaje propio con sencillez y precisión, de forma ligera y a la vez profunda, a través de la contención y la sutileza, de la minuciosidad en el detalle, de las cosas cotidianas que a menudo no vemos (o no sabemos ver) en su momento y que al final terminan conformando toda una vida. La película logra así lo que parece pretender, plasmar con honestidad esa realidad. La maternidad y la familia como mundos ambiguos, llenos de contrariedades, como búsquedas transformadoras y al tiempo dolorosas. Cinco lobitos es una película emocionante y sincera, un viaje que llega a la idea que la misma directora quiso reflejar, que «somos hijos de ida y vuelta».

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