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‘El último hombre blanco’ es una mujer: la premisa del último libro de Nuria Labari

‘El último hombre blanco’ es una narración a mitad de camino entre la novela y el ensayo que parte de una tesis central: una mujer, para llegar tan alto como los hombres en la escalera laboral, ha de convertirse en uno de ellos (con todo lo que eso implica)

‘El último hombre blanco’ es una mujer: la premisa del último libro de Nuria Labari

Foto: Lisbeth Salas | Literatura Random House

«Hay un varón dentro de mí. Está aquí dentro desde que recuerdo, ese rugido de varón. Puedo oírlo ahora, al hombre que golpe en mi interior». Con estas líneas comienza El último hombre blanco (Literatura Random House, 2022), el nuevo libro de Nuria Labari, periodista y escritora. Y no tendría nada de extraño si fuera un hombre quien sustentara tal afirmación. Pero es que resulta que es una mujer. Concretamente, una ejecutiva de cuarenta y cuatro años que se ha convertido en un «auténtico hombre de negocios», como reza su contra, y que «ha modelado su cuerpo, su tiempo, su lenguaje y hasta sus relaciones sexuales para tener tanto poder como un hombre».

Me cito con su autora en las oficinas de su editorial, y le pregunto, primero, por el concepto que da título a su obra: ese poderoso hombre blanco del que hablan sus páginas. «Creo que todas y todos lo hemos sentido, esa voz que cree en el progreso, en la competencia, en la eficiencia, en ganar, en ascender, en subir una montaña, en ganar más, en tener más… El hombre blanco un símbolo que muchas veces está encarnado en hombres blancos de verdad, que son los que deciden cuáles son las reglas del poder, aunque lo hayamos sentido muchas mujeres y gente también de otras razas».

Portada del libro ‘El último hombre blanco’ | Literatura Random House

Así le sucede a la protagonista de esta historia tejida a caballo entre la ficción y el ensayo, pero cuya tesis, afirma Nuria, «es absolutamente literaria», al modo de otras transformaciones literales como la del infortunado Gregor Samsa en La Metamorfosis, y que se apoya «en la realidad, pues al final el último hombre blanco es un símbolo de algo que está sucediendo». Esa idea central viene a decir que una mujer, para alcanzar la misma cima de éxito que el hombre, ha de convertirse en uno de ellos. ¿Es necesario, le pregunto a Nuria, pagar ese peaje transformer para llegar alto en la escalera laboral?

«Durante mucho tiempo desde luego lo ha sido. De hecho, es tan transformer el peaje que hay que pagar que hasta se ha inventado el nombre de la superwoman, o la ironwoman. Cuando cualquier minoría intenta entrar en un grupo en el que está en inferioridad de condiciones tiene que adaptarse. Las mujeres que han estado conquistando, y de hecho se decía así, conquistando, esas cuotas de poder han tenido que escalar y convertirse en ellos», desarrolla la autora, que cita ejemplos de la ficción como la película Armas de mujer: «Ahí se ve cómo las mujeres están casi disfrazadas, con sus trajes, sus camisas… aceptando todas las reglas del juego y de la cultura laboral masculina, que ha sido diseñada por hombres conforme incluso a sus necesidades biológicas o su manera de reproducirse o socializar». Por eso, afirma, lo que ha sucedido es que «nos han dejado jugar, pero no se ha modificado nada para cambiar ese tablero».

En este sentido, otro requisito sine qua non que El último hombre blanco sostiene como fundamental para que su protagonista llegue a ser una alta ejecutiva que gana doscientos mil euros al año es que deje de cuestionarse el sistema creado por los hombres. En uno de sus fragmentos dice al respecto: «Al principio (…) no paraba de hacer preguntas que siempre complicaban las cosas (…): ¿Qué pasa si no ganamos ni perdemos? ¿Y si ganar supone perder mucho por el camino? (…) ¿Deberíamos seguir trabajando a un año vista o deberíamos invertir en una verdadera transformación a diez años? ¿Tú sabes a qué estamos dedicando nuestra vida? ¿Le encuentras algún sentido a todo esto? ¿Qué pensaremos de este trabajo antes de morir?».

Foto: Jeosm | Literatura Random House

Todas estas dudas que la protagonista dice haberse tenido que arrancar del cuerpo «como si fueran cera caliente» para llegar donde está, son para la autora más propias de nuestro sexo, pues cree que el hombre es mucho más servil y menos crítico con el sistema establecido: «Una cosa que les pasa a los hombres con el poder es que son muy dóciles, y muy obedientes, quizá nadie lo sea tanto como ellos. Nosotras en la brecha de género llevamos encima muchos prejuicios que no hemos desaprendido, pero ellos llevan una docilidad brutal: si les dicen que se tienen que quedar en el país a morir si estalla una guerra, ni lo cuestionan. Los tíos que están en el poder lo aceptan todo, no son como el lobo de Wall Street, la mayoría son bastante pringados», me dice durante nuestra conversación.

«No estoy escribiendo un libro contra el trabajo, sino contra nuestra idea de que ‘son lentejas’»

Nuria Labari

Por eso, que la mujer alcance el mismo poder que el hombre en la escala laboral puede implicar también que empecemos, unas y otros, a cuestionarnos cómo está montado el chiringuito. De hecho, su libro es una especie de tratado sobre la esclavitud moderna, sobre el trabajo como algo como «incuestionable», con el mismo valor absoluto que «Dios en la Edad Media». «También aceptábamos un tipo de relaciones románticas hace cincuenta años que hoy no, y nos seguimos enamorando. Yo no estoy escribiendo un libro necesariamente contra el trabajo, sino contra nuestra idea de que no podemos concebirlo de otra manera, contra ese ‘son lentejas’ o ‘fuera hace mucho frío’, como nos han dicho siempre en los despachos», explica Labari. Por ello, la dedicatoria del libro animará a más de uno a adentrarse en sus páginas: «A todas las personas que un día, camino del trabajo, sintieron que se habían perdido».

Foto: Lisbeth Salas | Literatura Random House

Labari, que ostenta ella misma un puesto de dirección en una empresa dedicada a la creación de contenido digital, hace su revolución desde estas páginas, solo que no es una revolución de «adoquines» al estilo del siglo XX, sino de ideas. Por ejemplo su novela habla también de cómo las grandes corporaciones en realidad premian la maternidad (en el sentido de que se afianza más a una trabajadora con necesidades de cuidar a una familia que a una sin ellas), o a quien se casa: son, por convenio, quince días por una boda y solo cuatro por duelo, ya que la alegría es más productiva que la pena. Pero las mujeres hemos llegado para quedarnos, y ahora, dice la autora, «el poder no queremos solo tenerlo, sino transformarlo».

¿Y cómo transforma la mujer las molduras del mundo laboral? «Al llegar las mujeres al mercado laboral lo hemos llenado de cuerpos: de cuerpos que sangran todos los meses, que se embarazan, que llegan con leche en los senos, que paren criaturas…». Así, los despachos han dejado de tener la asepsia propia de un quirófano para llenarse de naturalidad, con todo lo que eso implica: «A un ejecutivo como mucho se le ve la cabeza: no sabrás nunca cómo es su axila o si tiene juanetes, pero a una mujer todo, es una puesta en escena del cuerpo absoluta. Al llegar nosotras cambia también la relación que hay con el trabajo y que nos convierte en una especie de bomba de relojería en el sistema porque ese cuerpo nos ayuda a ser menos dóciles: tenemos la cabeza entrenada como ellos, pero nosotras llevamos mucha carga histórica sobre el cuerpo, y es un cuerpo desobediente», termina diciendo.

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