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Roberto Arlt, el mérito de los canallas

Arlt no fue ―ni es― un escritor de gran fama, pero fue un autor prolífico y dejó una huella profunda en la literatura

Roberto Arlt, el mérito de los canallas

Roberto Arlt desde un balcón en la Ciudad de Buenos Aires (1935). | Wikimedia Commons

Hace unos días, recorriendo con el dedo, así como al desgaire, los lomos de los libros de mi casa, fui a dar con uno que ya no recordaba tener. «Como todo poseedor de una biblioteca, Aureliano se sabía culpable de no conocerla hasta el fin», escribió Borges. El libro era El juguete rabioso, del argentino Roberto Arlt.

Mi viejo ejemplar, de la editorial Losada, es de 1973, aunque la novela salió en 1926. Mi viejo ejemplar es delgadito, de pequeño formato, menesteroso y frágil; sus hojas no soportan sin rasgarse la visita de un lápiz afilado; son hojas venerables y exigen la caricia de una mina blanda y maternal; han adquirido un color infantil de tarta de moka. Lo compré en Ámsterdam ese mismo año, lo leí con interés y lo archivé. Me ha seguido fiel y anónimamente desde entonces, en una sucesión alocada de mudanzas, pero es ahora, con la segunda lectura, la buena, cuando puedo decir que ha entrado en mi vida, de la que ya no se irá.

Arlt no fue ―ni es― un escritor de gran fama (¿cómo tenerla entre los hablantes de una lengua que se aturde en cuanto se amontonan las consonantes?), pero fue un autor prolífico y dejó una huella profunda en la literatura. Un escritor inimitable con imitadores geniales, que por serlo superan con creces la mera imitación. La Historia universal de la infamia, de Borges, es arltiana; Onetti era arltiano; Manuel Puig era arltiano. Omito muchos.

Una novela innovadora

El juguete rabioso fue una novela innovadora; no en su género, pues es fundamentalmente realista, en su variante picaresca, ni en su tema, pues es social y habla, como una vieja serie británica, de los de arriba y los de abajo. Lo nuevo resulta de una mezcla extraña y poderosa: un realismo deformado en neopicaresca de ultramar, que desemboca en una lírica arrabalera y mendicante.

«Cuanta desolación. La claridad azul remachaba en el alma la monotonía de toda nuestra vida, cavilaba hedionda, taciturna».

La novela está atravesada por una desquiciada aspiración al robo y a la fechoría que es, extrañamente, a la vez redentora y vengativa. El protagonista, el muy joven Silvio Astier, llega a convencerse de que lo que la sociedad le niega y le debe se lo podrá cobrar con el encanallamiento, y Arlt, con mano narradora maestra, nos conduce hasta el momento, previsible, y aun así sorprendente, en el que Silvio traiciona a sabiendas a su compinche, con una descarnada delación que lo lleva a la cárcel. Ese acto despreciable sorprende más cuando se lo confronta con las razones profundas que lo han propiciado: la pasión de Astier no es tanto el dinero, asunto secundario, cuanto la admiración de los demás, el reconocimiento, el prestigio social.

«―No me importa no tener traje, ni plata, ni nada […] Lo que yo quiero es ser admirado de los demás, elogiado de los demás. ¡Qué me importa ser un perdulario! Eso no me importa… Pero esta vida mediocre… Ser olvidado cuando mueras, esto sí que es horrible».

La sociedad le debía fama o eso creía él. Arlt, con mucho oficio, prepara la canallada final haciendo que Silvio muestre en un par de ocasiones su voluntad de hacer el mal, primero intentando incendiar la librería de viejo en la que trabajaba y después intentando hacer arder a un mendigo, como si fuera un skin head de nuestros tiempos.

Ser canalla hasta la médula y desprenderse de todo escrúpulo para así satisfacer su hambriento ego. ¡Pareciera que Arlt tuviera presciencia y hubiera estado mirando a política española de nuestro aciago presente desde su atribulado pasado!

Portada de ‘El juguete rabioso’ de Roberto Arlt.

Pero Arlt es un maestro y además es inteligente. Su retrato del joven Silvio no puede ser monocolor. Silvio desea ser un canalla y un delincuente, pero también es un adolescente tierno, frágil y devoto de su madre y de su hermana. Por otro lado lee libros, muchos libros, y piensa todo el tiempo en libros, y entre ellos lee las aventuras de Rocambole, héroe tan popular como despreciable, que él admira sin templanza.

«¡Oh ironía!, y yo era el que había soñado en ser un bandido grande como Rocambole y un poeta genial como Baudelaire».

Leer activa su deseo de mejora y a la vez le brinda las coartadas para querer procurársela a cualquier precio, incluido el crimen.

En literatura la ingenuidad ―como las buenas intenciones― suele producir resultados catastróficos, pero en Arlt adquiere un intenso valor estético. La ingenuidad que aparece aquí y allá en El juguete rabioso produce emociones y acaba formando parte inseparable del mundo creado, como si fuera su telón de fondo. No es manco logro el de Arlt: haber conseguido dotar de un lado ingenuo a una novela que habla del resentimiento de clase, del rencor social, de las penurias arrabaleras y de los ascensores sociales. El juguete rabioso habla, pues, de dos grandes NADAS: nada nuevo y nada menos.

La comunión de Arlt con la historia que cuenta es profunda y al lector le llega una oleada de verdad que hace de El juguete rabioso una novela inolvidable, sobre todo por la presencia del inolvidable Silvio Astier, un joven soñador ofendido mortalmente por la realidad que le tocó en suerte. Con Arlt entendemos que es lo que ofende a su personaje y miramos con desdén ciertas antojadizas ofensas del presente.

Las ofensas ya no son lo que eran.

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