Alex Katz, un precursor del pop inclasificable
El Museo Thyssen-Bornemisza dedica una retrospectiva a uno de los artistas vivos más influyentes: Alex Katz
Retratos individuales, grupales y múltiples, paisajes envolventes y primeros planos de flores. Todo ello en grandes dimensiones. Así son las obras de Alex Katz (Nueva York, 1927), artista al que el Museo Thyssen-Bornemisza dedica una retrospectiva compuesta de 35 lienzos que recorren una trayectoria alejada de las modas y las corrientes artísticas. La muestra, que se inaugura este viernes y se podrá ver hasta el próximo 11 de septiembre, plantea un recorrido que abarca desde 1959 hasta 2018 y permite descubrir las etapas por las que ha transitado y sus géneros pictóricos principales.
La de Katz ha sido una trayectoria imparable. Desde sus inicios y hasta hoy, a punto de cumplir 95 años, el artista ha recurrido a los mismos temas aunque introduciendo nuevas perspectivas. Guillermo Solana, director artístico del museo y comisario de la muestra, apunta que esta retrospectiva se ha planteado de manera cronológica porque la combinación de los géneros que cultiva la hace más divertida.
El argumento principal de la exposición de Alex Katz se encuentra en el interés «por hacer figuración en gran formato, una postabstracción plenamente contemporánea que determina los problemas y las necesidades que tiene», apunta Solana. Esto, continúa, le lleva al retrato individual de características pop con imágenes de impacto procedentes de la publicidad y a investigar en el terreno del retrato múltiple. Sin embargo, en 1986 «su carrera da un giro cuando se celebra una retrospectiva en el Whitney Museum y decide que tiene que renovar su carrera”. En ese punto, admite Solana, «continúa con las figuras y retratos pero inicia una serie de paisajes gigantes muy envolventes e inmersivos que caracteriza los años que van desde finales de los 80 y principios de los 90 hasta los 2000». Pero, recorramos la vida de este artista.
Alex Katz, el arte desde la infancia
Katz nace en Brooklyn aunque crece en Queens. Hijo de inmigrantes rusos, interesados por el arte y la poesía, comienza sus estudios en el instituto Woodrow Wilson y en 1946 ingresa en la escuela de arte Cooper Union (Manhattan), donde se inicia en las teorías y técnicas del arte moderno. En 1949 culmina esta formación en la que le «enseñan un enfoque de interior y modernista», recuerda Solana. Ese mismo verano obtiene una beca en la Escuela Skowhegan de pintura y escultura en Maine, donde le animan a pintar al aire libre. Esta manera de pintar «la identifica con Pollock, que en esa época está eclosionando». Un año más tarde repite la experiencia.
Sin embargo, el poso que deja este aprendizaje se queda estancado hasta que lo retoma en los años 80, con otra madurez y dominio técnico, a través de «unos paisajes monumentales que buscan la luz y la expresión del espacio», incide Solana.
«En los años 50 Katz abandona momentáneamente la investigación del aire libre e inicia una sobre la figura y camina hacia un retorno a la figuración, algo en lo que están involucrados muchos artistas de la época», recuerda Solana. En este punto el expresionismo abstracto está perdiendo popularidad y camina a convertirse en algo rutinario de modo que «hay unos cuantos artistas como David Hockney, Lucian Freud, Francis Bacon o Ronald Kitaj que ensayan un retorno a la figuración».
De la abstracción, los campos de color
En esta época pinta a su círculo de amistades pero sobresale una figura por encima de todas las demás. Se trata de Ada del Moro, su segunda esposa y musa a la que ha retratado en más de 1.000 obras. Su intención siempre ha sido la de centrarse en el aspecto del retratado y eso le lleva a optar por los fondos planos y monocromáticos. En este sentido, lo característico de Katz es que «abandona la gestualidad y se centra en la figura. De la abstracción le interesan los grandes campos de color en la línea de Rothko y Pollock. Eso, junto al gran formato, lo combina con figuras muy simplificadas dibujadas como si fueran un cómic», sostiene Solana.
Estos grandes campos de color se convierten en su gran invento, se convierte en su rasgo definitorio cuando busca una fórmula para la nueva figuración. Esta característica que toma de la abstracción «no tiene nada que ver con el brochazo que se hacía después del expresionismo abstracto sino que se trata de una figuración muy depurada, de líneas y superficies puras que acaban en pinturas con mucha elaboración», admite Solana.
Ahí están, por tanto, sus rasgos más característicos: grandes formatos, fondos neutros y figuras simplificadas que aparecen en un espacio desnudo y sin referencias espaciales. El formato crece y con él los rostros de los retratados «porque las caras ocupan todo el lienzo y, en ocasiones, aparecen cortadas. Katz forja un tipo de retrato icónico y precursor del pop», destaca el director artístico del museo.
En cierto modo, sus retratos tienen mucho que ver con «el iconismo de la Marilyn de Warhol pero con la diferencia que Katz es un pintor tradicional que reproduce los mecanismos de la iconicidad de los medios de masas pintando”. Es decir, Warhol usa la serigrafía y Katz convierte a Ada del Moro en un icono fabricado por él mismo de manera artesanal. Para Guillermo Solana Katz se distancia de Warhol en su interés «por la tradición de la pintura y su obsesión por el arte de la composición. Así como Warhol aspiraba a un arte no relacional que anulara la composición, Katz busca una composición basada en el equilibrio asimétrico».
Estos rasgos se mantienen hasta los años 70 con «un espíritu inspirado en la cultura urbana de la mitad del siglo, las vallas publicitarias, el cine, los medios de masas y la televisión». En sus lienzos vemos a una élite bohemia, urbana y vanguardista que representa «un mundo muy neoyorkino de clase media alta».
Katz continúa incansablemente explorando las posibilidades del retrato realizando series dentro del mismo lienzo. En este sentido, estas repeticiones precedieron a las de Warhol y mientras el artista de las sopas Campbell usaba la serigrafía para automatizar las repeticiones, Katz vuelve a pintar él mismo cada imagen consiguiendo que cada una de ellas sea diferente. Así, a pesar de que se le considera un precursor del pop, Katz «ha seguido un camino paralelo con afinidades como la serialidad pero abordada de distinta manera».
Pero no todo en el pop es Warhol y en este sentido el espíritu de Katz podría estar más próximo a Lichtenstein, un pintor «muy artesano que no reproduce un cómic sino que lo recrea y lo recompone con un total control de los medios pictóricos». Por eso, resulta un artista bastante inclasificable que siempre ha tratado de huir de las etiquetas.
La irrupción del paisaje a gran escala
Las lecciones aprendidas de pintar al aire libre gracias a las becas de 1949 y 1950 tienen su impacto en su obra a partir de los años 80. Si bien es cierto que el paisaje siempre le ha interesado, durante varias décadas Katz se centra en la figura hasta que tras la retrospectiva del Whitney Museum de 1986 decide dar el segundo giro a su trayectoria. «Para estar dentro del paisaje este tiene que alcanzar entre tres y seis metros», asegura Katz. Y en este sentido, las salas del Museo Thyssen-Bornemisza se vuelven una buena envoltura. «En muchos casos -concluye Solana- no te puedes apartar demasiado de la obra y parece que estás metido en el paisaje de modo que se produce una mayor intimidad».