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Cirugía a las entrañas del Hellfest: el 'heavy metal' en el reinado del reguetón

Soliviantado frente a la muerte, en el Hellfest sobrevive el sentimiento, puro y emocional, de esa vibración que hoy todavía hace tambalear las montañas

Cirugía a las entrañas del Hellfest: el ‘heavy metal’ en el reinado del reguetón

El líder de la banda Avatar Metal 'headbanging' | Foto: David Gallard vía Hellfest

Domingo. Doce de la mañana. Los reguetoneros del mundo se recuperan doloridos de sus resacas de Malibú con piña y cócteles Sex on the Beach. Han meneado las pelvis media noche y padecen de caderas de bailarina, los pobres mártires, seguros de que su adrenalina nocturna ha sido el más emocionante de los gestos en la semana. Pero, estas ninfas y sátiros del mainstream desconocen que la tierra lleva varios días temblando bajo sus pies. Un cosquilleo desconocido les ha abanicado las suelas. Una caricia firme que en su epicentro arde con determinación y que, sin ellos saberlos en su revisar vídeos de Instagram matutino, llega a su fin.

Bienvenidos al infierno. | Foto: David Gallard vía Hellfest.

Domingo. Doce de la mañana. Lugar de la cita: Clisson, Francia. Núcleo del seísmo. Las autoridades han pedido precaución toda la semana, inquietas ante los posibles desprendimientos y avalanchas que se han ido, inevitablemente, sucediendo. ¿Su origen? La horda de casi medio millón de melenudos con aparente alergia al jabón, despreocupación por el sobrepeso y una considerable diferencia entre la imponente presencia masculina frente a la femenina, apedreando el suelo con sus botas. Los gritos de poder electrifican hasta el punto de que los pájaros han decidido migrar de kilómetros a la redonda con tal de no sufrir una combustión espontánea.

Desde el viernes 17 hasta el domingo 26, las tropas han acudido a la llamada de sus líderes en el Hellfest, tras un largo parón de tres años lejos de la batalla. Recuperan entre sus manos la sagrada arena del combate, plagada de estatuas a la gloria del heavy metal, barras provistas con toneladas de cerveza y armatostes oxidados dispuestos a alimentar con comida basura sus rugientes tripas. Pero, sobre todo, recuperan los escenarios; templos politeístas en donde ofrecer el sacrificio de sus cuerpos en honor de sus líderes, por los que no temen golpear sus hombros entre sí. Saltar, como bendecidos por muelles, hacia el vacío de las manos hermanas. Levantar, excitados y devotos, los cuernos de sus índice y meñique, para demostrar su amor y la bendición del Diablo. Un pacto que firman con la energía de sus piernas y el desgarro de sus voces de buena gana. Su compromiso con la contienda es encomiable y, aunque todo puede ser una zona de guerra, no hay enemigos, sólo el placer, fraternal y compartido, de la lucha.

Ya entrando en materia. | Foto: David Gallard vía Hellfest.

Así como el Sónar pretende sumergir a sus devotos en un universo de progreso tecnológico y una brisa electrónica constante, o Tomorrowland en un psicodélico viaje al colorido océano de las luces estroboscópicas y las camisetas arcoíris, el Hellfest es aquello que promete su nombre; una senda al infierno. El negro domina los torsos y piernas de los acólitos que parecen vestir el uniforme en estas tierras postapocalípticas adoradoras del fuego. La felicidad es, no obstante, una constante incuestionable. La educación de los condenados, intachable. Embarrados y corteses, los guerreros de la secta se prestan a ayudar para lo que sea conscientes de un hecho; todos están ahí porque comparten su devoción por la misma causa. Una música que para los no iniciados es, o bien cosa del pasado, o cosa de cuatro marginados frikiscorta-venas-virginales, tan sordos que sólo pueden sentir algo en la angustia redactada desde los gritos de los cantantes o los riffs demoníacos.

¿Cómo de muerta puede estar una música que moviliza a un solo punto la población de Murcia?

Huelga decir que ninguna de las dos. Los datos no mienten. ¿Cómo de muerta puede estar una música que moviliza a un solo punto la población de Murcia? Unas 350 bandas que llaman a un beneficio, atención, de más de cincuenta millones de euros, sin contar las ganancias para la región. 

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Imagen del performance de Gojira | Foto: Nicko Guihal vía Hellfest.

Pero, ya sabemos, no todo es el dinero. Como dijo William Feather: «La riqueza fluye de la energía y de las ideas» y, en el Hellfest, uno puede sentir que el rock, el metal y sus derivados, si algo tienen es energía e ideas. Si no, que alguien vea la pasión herculina con la que actuó la banda Airbourne, la fuerza de los kamikazes en Rise Against, la genialidad musical de Black Label Society, la épica lección histórica que aportan Sabaton, el pueril aullido descarnado de Bring me the Horizont o la extravagancia de Lili Refrain. Y eso sin contar las supernovas incandescentes de Deep Purple, Alice Cooper, Judas Priest, Scorpions, Megadeth o la inabarcable guinda Metallica. Grupos que no son moda, sino historia. Tradiciones que ya se yerguen a lo posgeneracional y que son, en sí mismas, una forma de vivir la música.

Scorpions en el Hellfest | Foto: Maathis van der Meulen vía Hellfest

Descreídos de las modas efímeras y la liquidez del placer, los amantes de estos grupos son fieles que defienden su nombre como si les hubiesen salvado del abismo -en algunos casos, así ha sido-. Son, para ellos, la explosiva lata de compuestos químicos por los que se rompen las cervicales adelante y atrás, como los amantes de Bad Bunny lo hacen con sus rodillas arriba y abajo. Con la diferencia de que los titanes están ya lejos de la moda, manteniéndose en lo esencial como forma de continuidad.

El metal es un espectáculo. En casa, relajadamente, ataviado por unas inmensas orejeras con bluetooth, uno puede escuchar música de toda índole. No es cuestión de hacer comparaciones subjetivas sobre la calidad de los géneros, pero si es posible hacer afirmaciones sobre la magnificencia de los directos. La expresión humana, dominada por la intervención práctica de los instrumentos, emociona en tanto en cuanto se sabe cómo algo lejos de lo artificial y lo mecánico. Dejando de lado ciertas intervenciones electrónicas, no es suficiente con la voz del cantante y una mesa de mezclas para emocionar al respetable. Es necesario todo el armatoste, más escueto o amplio según la banda, que haga de la personificación ante el escenario una experiencia en sí misma. No sólo por la fuerza indómita de las masas alrededor, sino por aquello que se presencia como la oportunidad de saberse real y no una ficción extranjera, distante.

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Heavy metal y fuegos artificiales. Metallica en el Hellfest. | Foto: David Gallard vía Hellfest.

Por eso el Hellfest moviliza tamañas cascadas de devotos dispuestos a deslizarse hasta el crac con la roca de la música en directo. Porque no importan tanto el dinero, la moda, si es cool o trendy, si suena en la radio popular o se bombardea en las discotecas, si lo escucha tu grupo de amigos, si a tus padres les parece ruido, o si ellos mismos son los que te han inoculado este placer… Sólo sobrevive la riqueza de la energía, la potente delicia de algo que se eleva en una locuaz interpretación técnica, la simple genialidad de una letra inútil, pero incombustible, y, por supuesto, soliviantado frente a la muerte, el sentimiento, puro y emocional, de esa vibración que hoy todavía hace tambalear las montañas. ¿Qué más decir? Salvo, tal vez… ¡Honra al Hellfest! Y ¡Gloria al metal!  

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